Dejaron su vida en el Idevi y quieren un reconocimiento

Son dos pioneras de las chacras de Viedma que se instalaron junto a sus maridos a trabajar para sacar adelante un proyecto familiar y colectivo, y perdieron todo lo invertido.

Selva Suárez y Diana Báez, son dos pioneras del Instituto de Desarrollo del Valle Inferior (Idevi), que –junto a sus maridos– dejaron la vida en esas parcelas que prometían progreso y las dejaron en la calle. Hoy consideran que el martirio vivido fue producto de un engaño, se niegan a perder y luchan para conseguir un reconocimiento.

La colonia agrícola del Idevi dejó a gente a la deriva a casi 50 años de los primeros adelantos que se instalaron allí. Las vivencias de Ramón Caño y su esposa Selva Suárez comenzaron a fines del ’69 en una chacra de 20 hectáreas. Ramón era de origen español, agricultor con cultura de trabajo y Selva, dejó su profesión de enfermera en el hospital Zatti para mudarse a la chacra.

Por entonces, los colonos cosechaban batatas de seis kilos, y se abrían numerosas puertas ante semejante expectativa. A medida de que la colonia crecía, se constituyeron cooperativas láctea, frutihortícolas, y las procesadoras de tomate trabajaban a full.

El IDEVI desde arriba

Desde el ’74, los Caño se convirtieron en los primeros productores de papa y durazno. Compraron un tractor a cinco años de plazo, y con la cosecha de papa lo pudieron pagar en uno y medio. Todo prometía ser bueno.

Su vecino, Gerardo Martínez arribó a la colonia a poco de la radicación de los Caño. Meses después se afincó su mujer, Diana Báez, llegó allí con ganas y fuerzas a consolidar su hogar.

Pero de a poco, los coletazos económicos de la dictadura militar se hacían sentir. Sólo algunos vendían bien la producción. No a todos les llegaba la ayuda y el asesoramiento oficial para comercializar y las cosas comenzaron a marchar más lentas.

“No se quieren comprometer porque estos casos son políticos, el reclamo es moral, saben que lo merecemos, fuimos pioneras”.

Diana Báez llegó junto a su marido al Idevi, en los años 70.

Los Martínez probaron de todo. Cuando fallaban los cultivos de pera y manzana, se improvisaba con hortaliza, criaderos de gallinas, pollos o cerdos, llegando a tener hasta 300 madres. El sostén del instituto brilló por su ausencia.

Apuestas productivas


La generación de materia prima y el agregado de valor para la mayoría de los chacareros se diluyeron. Desaparecieron las procesadoras industriales de tomate perita especial para la comercialización en latas. La planta láctea fue tercer izada hasta que reventó una caldera y cayó el valor agregado regional.

Nunca funcionó la deshidratadora de cebolla, se desestimó un ridículo proyecto de elaborar cigarrillos en base al cultivo de lechuga; la administración de la cooperativa de agricultores no pudo superar la pérdida de su cabeza visible; la planta de alimentos balanceados se esfumó; y aparecieron los acreedores.

Era imposible hacer frente a las deudas y Selva presenció un desalojo entre 1988 y 1989. La mujer del chacarero se descompuso y debieron llamar la ambulancia para socorrerla. Al poco tiempo, los Caño correrían la misma suerte.

“Pedimos un crédito para comprar un galpón, lo pagamos con un cheque que el correo extravió. Cuando nos quisimos acordar, nos remataron la chacra. Al final, en el ente de desarrollo, apareció como que donamos la chacra”, contó la mujer con su hablar pausado que hoy no baja los brazos.
Selva tuvo que volver a trabajar de enfermera en el hospital. Su marido sufrió depresiones, “se sentía un preso con llaves”, recuerda. Ramón no superó el tercer infarto y falleció en 2008.

“Mi marido trabajó toda la vida sin descanso. Para él, el trabajo estaba primero y nada nos quedó después de tanto sacrificio”.

Selva Suárez, que se asentó en el Idevi a fines del 69 en una chacra de 20 hectáreas.

A su lado, Diana, su amiga y ex vecina de la chacra cuenta que un técnico del Instituto les insistió para que adhirieran al plan de crianza de conejos Angora. El valor de los animales los llevó a un endeudamiento. No pudieron afrontar un crédito hipotecario.

“Los amigos que teníamos en el Instituto habían desaparecido; Gerardo estaba desmoralizado y a la semana estábamos firmando la venta de la chacra que no nos alcanzó para comprar nada”, recuerda la mujer que tuvo que salir a buscar trabajo como acompañante de adultos mayores.

Con la salida de 28 años del radicalismo en la gobernación provincial, estas pioneras recobraron impulsos buscando un reconocimiento. “No se quieren comprometer porque estos casos son políticos, el reclamo es moral, saben que lo merecemos legalmente porque fuimos pioneras, y seguiremos hasta las últimas consecuencias”, asevera Diana.

Contra viento y marea

La historia no quedó oculta. Selva y Diana dejaron registradas sus penurias en un texto de edición limitada.

“El final de esta historia no fue como mi esposo pensaba que sería. No fue un final feliz como debería haber sido para una familia chacarera y trabajadora. Y la pena más grande que tengo es ver que ese lugar ya no es de mi esposo ni de su familia. Solía decir que estaba muerto en vida, y yo sabía cuál era el motivo de su tristeza”, plantea Selva en su obra.

A casi 40 años del desalojo, Diana escribió: “frente a este fracaso, nuestra familia comenzó a desmembrarse. Hoy tengo dos hijos viviendo en España. Mi ex marido y yo estamos deprimidos. A pesar del divorcio nos seguimos ayudando en lo que podemos”.


Héctor Jorge Colás Presidente del Idevi

por Héctor Jorge Colás Presidente del Idevi

El gobierno de Juan Domingo Perón, incluyó este emprendimiento en el Primer Plan Quinquenal e incorporó en 1946 una partida presupuestaria de 50 millones de pesos para la iniciación de trabajos de riego en 48.000 hectáreas.
El 1 de noviembre de 1951 Agua y Energía Eléctrica de la Nación (AyEE) inició la primera etapa del proyecto de regadío. Hace 41 años que el plan de regadío está paralizado. Ningún gobierno constitucional desde 1983 tomó la decisión de reanudarlo.
Los gobiernos militares y los democráticos radícales marginaron a los productores rurales y no permitieron su participación en el Consejo de Administración. Los funcionarios dilapidaron el patrimonio del Instituto, regalaron su equipamiento y redujeron a su mínima expresión los cuadros profesionales.
Como presidente interino del Idevi pude comprobar con inmenso dolor la tarea de demolición que ejecutaron funcionarios y gobiernos radicales del proyecto de riego más importante de América Latina.
El mejor homenaje que se le podría rendir a Edgardo Castello, sería la culminación del proyecto riego del Valle Inferior . El sueño de muchos debe ser una idea fuerza a reflotar cuanto antes. La posibilidad de irrigar en forma total el valle inferior sigue siendo el eje del progreso futuro de Viedma y la palanca de desarrollo del Valle Inferior.


El proyecto de incorporación de tierras bajo riego para producción contiene alrededor de 24.000 hectáreas. Hasta entrada la década del ’60 esa amplia geografía era la gran laguna de El Juncal, con islotes y juncos. Millones se necesitaron para disecarla y ganar un lugar.
En 1960 se presentó el estudio de Desarrollo Agrícola del Valle Inferior, realizado por la firma Italconsult SA, el cual identificaba un reconocimiento de suelos de 80.000 hectáreas, establecía definiciones climatológicas e hidrológicas del área, lineamientos básicos de producción y sugería crear al Idevi como autoridad.
El Banco Interamericano de Desarrollo (BID) entregó un crédito inicial que gestionó el gobernador Edgardo Castello, y que consiguió Carlos Nielsen, en 1963, de 7,5 millones de dólares.
Las obras se iniciaron en 1967, y la primera etapa concluyó en 1973. Abarcó una superficie bruta de 8.345 hectáreas, parcelada en 113 chacras frutihortícolas, 13 tamberas y 43 ganaderas. La entrega era efectuada en condiciones de radicación y producción inmediata.
La segunda etapa, por gestión del gobernador Mario Franco, fue adjudicada parcialmente en 1975 . Se extendió por 13.350 hectáreas, parceladas en 282 chacras. La tercera tiene un radio de acción de 21.600 hectáreas . Tras las inversiones de casi 18 millones de dólares, hoy, según los productores; hay 6.000 hectáreas improductivas.


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