Desde casamientos a velorios, Ester le cantó a todo en el norte neuquino

Referente de las cantoras, explica aquí esta tradición ligada a los crianceros y cuenta su historia como mujer de campo y guitarrera.

El paisaje de Ester Castillo. Su casa está al fondo, donde corre el río Neuquén. Foto: Viviana Portnoy

Hay que descolgarse de la ruta de ripio y bajar por una huella endiablada de piedras grandes y desparejas para llegar a la casa de Doña Ester Castillo. Está en un gran manchón verde de árboles y pasto que alivia la vista. Cerca resuena el río Neuquén, que marcha pegado a la Cordillera del Viento. Ese es el sonido con el que se crío la mujer de campo, al que se añadieron los rasguidos de guitarra y el canto de su abuela, de su madre, el de ella y ahora el de sus hijas e hijo, en una sucesión infinita que mantiene viva la tradición de las cantoras del norte neuquino.

Fiel exponente del género musical que identifica a una región, Ester explica cómo surgen las tonadas y cuecas que relatan las historias de los crianceros de la Cordillera del Viento.

Su lugar Tiene 71 años, cuerpo pequeño y una voz finita que parece un silbido. Recibió a «Río Negro» en la puerta de su casa, en el campo de Invernada Vieja, ubicado a 12 kilómetros de Varvarco. (Ver recuadro)

Antes le cantaba a los novios en el casamiento cuando llegaban de a caballo. Ahora no se casan de a caballo ni de a pie.

Ester Castillo

Aprendió a ser cantora de niña, escuchando y viendo cómo lo hacían las mujeres en su casa. “Mi madre no se sentó a enseñarme, fue todo de oído y me largué sola con la guitarra”, aclara. Así fueron surgiendo las tonadas, cuecas y décimas, marcadas por un rasguido seco y firme de las cuerdas.

En público empezó a cantar a los 12 años. Lo hizo en las trillas, fiestas de santos, velorios de angelitos y los casamientos. Cada situación tiene su letra especial para ser cantada y recuerda que en los casamientos los novios llegaban a caballo. Luego salta de lo que trae su memoria al hoy y tira una crítica llena de picardía: “ahora ya no se casan… ni de a caballo ni a pie”.

La Cordillera del Viento, fuente de inspiración para la cantora. Foto: archivo

Las letras las fue tomando de cantoras antiguas. Les pedía que se las copiaran. Más tarde se largó a improvisar y también a escribir las suyas. La primera que hizo fue la de San Sebastián de Las Ovejas, cuando la fiesta cumplió 50 años y “me quedó buena”, suelta ahora con cara seria. Trata de relatar uno de los versos y pide paciencia porque “si me apuran un poco me los olvido”.

A Ester le gusta que sus letras tengan rima. Y explica cómo arma los temas: “No hay que escribir y escribir amontonando mucho porque después, al cantarlo, no tiene forma. La melodía se va improvisando con la guitarra”.

Cinco minutos Dice que no toca canciones demasiado largas y que no deben durar más de cinco minutos porque sino aburren. “Mejor que quede gustando y no rebuznando”, recomienda.

No teme por el futuro de la música de las cantoras. Ve que las nuevas generaciones ampliaron los temas que se tratan y “le dieron una vueltita de tuerca porque traen otra técnica”. Cita el caso de su hijo Martín Medel. “Ustedes lo pueden ver y escuchar en las redes sociales”, recomienda como lo haría cualquier madre cariñosa.

Cuando se le pregunta de dónde vienen sus ojos claros, eleva un poco el sombrero con flores y suelta la risa. Explica que cambian de color “según el día”, que su padre era chileno, al igual que su abuelo y que “vaya a saber de dónde venía”

Huerta y mascostas en el campo

Con los cahorros en los brazos, Ester pone orden en su patio. Foto: Viviana Portnoy

Doña Ester está parada y espera en la puerta de su casa en Invernada Vieja. Trata de que no se le escapen dos perros cachorros lanudos, de esos que mañana seguro serán arrieros.

Es media tarde, el calor seco golpea y la cantora coqueta lleva puesto su sombrero de ala corta, cruzado con flores. Se la ve un poco inquieta porque la visita de este diario se demoró y ella tiene que salir a la ruta a hacer dedo para llegar a Las Ovejas, donde dio su palabra por un compromiso a cumplir.

Sabe que todos la conocen si la ven en estos caminos y no se hace problema con el tiempo. Aquí el tiempo es otro. Parece que no lo miden.

“Desde que me casé me vine a vivir acá, siempre trabajé a la par de mi marido, pero él murió hace poco y hago todo sola”, explica.

Le gusta cultivar la tierra y muestra orgullosa sus girasoles. “Acá cosechó todo lo que prende”, lanza con su vocecita aguda. Papas, acelga, cebollas, algunas aromáticas se dejan ver de este lado del cerco. Del otro lado, los cachorros siguen llamándola. Ester ya no los escucha, se fue caminando por la huella. Al llegar a la ruta, alguien parará y la acercará a Las Ovejas.


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