Diálogo inconducente

Están en lo cierto quienes señalan que nunca hubo la más mínima posibilidad de que la República Islámica de Irán aceptara entregar a la Justicia de nuestro país a los individuos acusados de ser los autores intelectuales del sanguinario atentado terrorista que en 1994 dejó en ruinas la sede de la Asociación Mutual Israelita Argentina, provocando la muerte de 85 personas e hiriendo a otras 300. Puesto que entre los acusados están el actual ministro de Defensa, Ahmad Vahidi, y el exjefe de poderosa Guardia Revolucionaria, Mohsen Rezai, no tenía mucho sentido invitarlos a tratar de defenderse ante un tribunal, aun cuando el juicio previsto tuviera lugar en un país supuestamente neutral como Marruecos, pero por motivos que no son muy claros, aunque es de suponer que tienen que ver con la influencia del “amigo” venezolano Hugo Chávez, el gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner logró convencerse de que los iraníes estarían dispuestos a sacrificar así a algunos de sus dirigentes principales a fin de mejorar la relación bilateral. No es del todo sorprendente, pues, que “el diálogo” que acaba de iniciarse en Ginebra ya se haya visto complicado por la negativa de los iraníes a contestar las acusaciones que han formulado distintos voceros judiciales de nuestro país. Si bien Irán está procurando aumentar su influencia política y económica en América Latina al aprovechar los sentimientos antinorteamericanos y, en el caso de Venezuela, antisemitas de los gobiernos de la región, sencillamente no puede brindar la impresión de tomar en serio el planteo del fiscal Alberto Nisman que dice no tener duda alguna en cuanto a la participación de integrantes del régimen teocrático en lo que fue el peor atentado terrorista de toda nuestra historia. Así las cosas, si el resultado de las negociaciones depende de la eventual voluntad iraní de colaborar con la Justicia argentina, el fracaso está asegurado. Según parece, tanto el gobierno de Cristina como el de los clérigos islámicos y del presidente Mahmoud Ahmadinejad, un personaje que disfruta de notoriedad mundial merced a las diatribas rabiosas que suele pronunciar en contra del “ente sionista” Israel, país que quiere ver borrado de la faz de la Tierra, y su costumbre de calificar de “mito” o “gran fraude” el Holocausto judío, creen que les convendría normalizar la relación porque en su opinión contribuiría a atenuar las consecuencias del aislamiento que, en nuestro caso, se debe a la resistencia oficial a respetar las reglas financieras imperantes y, en el de Irán, al temor a que pronto consiga pertrecharse de un arsenal nuclear, lo que a lo mejor sólo desataría una carrera armamentista en el Oriente Medio pero que también podría provocar una gran guerra regional. Sea como fuere, el que la Argentina haya optado por acercarse a Irán justo cuando las duras sanciones económicas impulsadas por Estados Unidos, la Unión Europea y otros países están comenzando a surtir efecto, no la ayudará a reconciliarse plenamente con los mercados de capitales más importantes. Antes bien, sólo servirá para desprestigiar aún más al gobierno de Cristina a ojos de los líderes de los demás países occidentales. Los dirigentes iraníes se sienten tan comprometidos con una revolución islamista que, lo mismo que los comunistas, están habituados a subordinar absolutamente todo, incluyendo la verdad, a sus propias prioridades. Por lo tanto, fue absurdo suponer que estarían dispuestos a negociar de buena fe con los representantes de nuestro gobierno. Lo único que les interesa es aprovechar la ingenuidad ajena para anotarse ventajas en su lucha con “el gran Satanás”, Estados Unidos, y “el pequeño Satanás”, Israel, de suerte que no extraña en absoluto que los gobiernos de los dos países así designados hayan reaccionado con una mezcla de estupor y preocupación frente a la iniciativa sorprendente emprendida por la presidenta Cristina y el canciller Héctor Timerman. Los riesgos así supuestos podrían justificarse si hubiera razones para prever que estrechar los vínculos con Irán resultara provechoso para el país, pero puesto que la economía iraní se ha precipitado en una crisis muy grave debido en buena medida a las sanciones de la comunidad internacional, un eventual acuerdo comercial no nos traería muchos beneficios significantes.


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