Don Vilanova, espíritu puro

Miguel Botafogo Vilanova llega nuevamente ala región para presentar su nuevo disco. Estará el 8 en Neuquén, el 9 en Roca y el 10 en Zapala.

Miguel Botafogo Vilanova llega otra vez a la región tras lanzar un nuevo disco solista, “Don Vilanova y sus secuaces”, con la participación de Emmanuel Horvilleur, Celeste Carballo, La Mississippi, Blues Motel, Ciro Fogliatta, la baterista Giulliana Merello, Reggae Rockers, Nativo, Lucas Sedler y Pier.

Los puntos de encuentro serán el Teatro del Viento de Neuquén, el 8 a las 21, acompañado por The Jackpots; el Club de Arte El Biombo de Roca, el 9 a las 22, y el Café Dalí de Zapala, al día siguiente.

Con más de tres décadas en la música y tras haber compartido escenario con grandes del blues como B. B. King, el sensible guitarrista vuelve para exponer además parte de su extenso repertorio registrado en diecisiete placas.

Miguel nació el 7 de febrero del 56 y debutó profesionalmente a los diecisiete con Pappo’s Blues. De allí en más participó en Engranaje, Avalancha, Carolina y Studebaker. Entre 1977 y el 84 se radicó en Madrid, integró el grupo Cucharada y tocó con Joaquín Sabina, Antonio Flores, Mariscal Romero, Ramoncín, Kevin Ayers y Whisky David. Ya en la Argentina formó Durazno de Gala, sexteto con el que grabó siete álbumes. Paralelamente integró las bandas de Rino Rafanelli, Miguel Cantilo, Vitico, Javier Calamaro y El Samovar de Rasputín, Las Blacanblus y Los Guarros. En el 95 emprendió su carrera solista y lanzó las producciones discográficas “Trío” (95), “Botafogo y amigos” (97), “Cambios” (98), “Solo-Acústico”, “Live in Hollywood” (99) y “En vivo en Japón” (2000). En el 97 viajó a Estados Unidos y se presentó en Washington, Miami y Chicago; retornó a ese país tres años más tarde para un concierto en Los Ángeles, grabado y editado en el penúltimo álbum citado, junto al organista Deacon Jones, Paul Eckman y Fabián Jolivet. Del 99 al 2002 Botafogo protagonizó importantes giras por Japón con el australiano Alan Tilsley y los nipones Hideo Ono, Yoshinobu Kojima y Akihiki Nakauchi: concretó más de treinta recitales en Tokio, Osaka, Kyoto, Nakamura, Hiroshima, Kochi, Takamatsu, Nagoya y Tokushima. En el país ha viajado de ciudad en ciudad, incluyendo una invitación al armoniquista Bruce Ewan para girar por nueve ciudades en el 2000 y a Deacon Jones en el 2001, por trece –Córdoba, Rosario, Mendoza, Santa Fe y Neuquén, entre otras–. En el 2004 salió “Don Vilanova”, compacto más roquero. En el 06 presentó el DVD “Blues maestro” dirigido por Nicolás Herzog y producido por Bruce Foy, con un nutrido combo de conciertos en vivo, previas, entrevistas y un documental imperdible sobre su extensa y sólida trayectoria. El 1 de marzo de 2008 dio el último concierto con su apodo, originando el disco “Adiós Botafogo, bienvenido don Vilanova”.

Encuentro con “Río Negro” en su casa de Villa Ortúzar, entre un alumno y otro. Amplificador encendido y de la compu, solito pela un nostálgico, lánguido tema.

“Me salen estas cosas”, anticipa sin más. Así surge una obra, jugando con los sonidos. “Es un largo periplo porque me puse a estudiar de grande. Por algunos datos que leí por ahí, sabía de las relaciones del sonido con el micro y macrouniverso. Me decía una persona que estudió acupuntura, el cuenco tibetano y blablablá, que la escala de do –que uso para enseñar, tímidamente– influye en todos los chacras. Do, re, mi, fa, sol, la y si, terminando en el chacra de la mollera, en medio de la cabeza, son notas conectadas con sonidos universales”, cuenta.

–Por un lado, y con cuestiones interiores construidas al vivir…

–Sí, uno simpatiza con esas sonoridades y vibra… tiene que ser verdad. En mi caso, todos los discos que he podido concretar –salvo cuando tengo una letra y le meto un riff, un blues con acordes, uno menor, un blues lento, probando– salen como por casualidad o por estar tirando de la piola de alguno de los tantos temas que hay en el índice para el estudio de la música. De repente aparece algo que sorprende. Ya he hecho varios trabajos donde, durante las clases o los períodos de estudio, me empezaron a germinar pequeñas ideas semilla. Cuando era pibe pensaba que eso les era negado a ciertas personas, no tenía oído absoluto, no entonaba muy bien y me costaba todo mucho, pero creía que se podía lo- grar.

–Dedicación exclusiva…

–Sí, como una bendición. Una pasión. Lo vi así siempre, desde que descubrí a (Luis Alberto) Spinetta, recién surgiendo; a Pappo, a Manal. Una muchachada que venía peleándola desde los 60 y explotó en el rock argentino de los 70. Las raíces dieron sus primeros brotes y siempre observé en ellos eso de la investigación, de no conformarse. Bueno, la pegamos con algo, lo copiamos cincuenta veces y vendemos el mismo tema con otra letra… no. Mi influencia es ésa y me llena mucho cada vez que miro hacia esos años porque en el fondo me siento el mismo chavoncito de 15, 16 pirulos que quería ser como ellos. Seguí eso dentro de mi corazón. Yo quería ser de esa barra, era como un berretín. Y tuve la suerte de tocar con Napolitano y vivir la historia desde adentro. Nobleza obliga a respetar eso… si la vida te lo ofrece, hay que hacerle honor, a pesar de haber estado años tocando de casualidad, porque no sabía nada de nada. No tenía idea pero tuve suerte de pibe.

–También estabas ahí y por algo seguiste la huella que otros abrieron no mucho tiempo antes. Estudiaste y ahora enseñás…

–Me gusta mucho. Además, aquellos que me inspiraron hace cuarenta años no me defraudaron. Es un círculo y una sustancia muy positiva.

–Siguiendo tu palabra, un círculo virtuoso en el que estás porque hoy hay quienes te buscan para que los guíes.

–Sí, tengo esa fortuna porque me mantiene en contacto con aquel espíritu inicial. Y bueno, me salen estas cosas… qué sé yo.

EDuardo Rouillet


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