Dos reinos en guerra


Tras la batalla contra covid-19 habrá hambrunas y conflictos brutales entre grupos resueltos no solo a sobrevivir sino a aprovechar para sumar poder y riqueza.


Los especialistas en tales asuntos nos informan que los virus ni siquiera son seres vivos porque, para prolongar su existencia, necesitan acoplarse a células de organismos auténticos. Como los pies o las manos, son meras extensiones de algo que, a diferencia de ellos, sí es “capaz de nutrirse, relacionarse con el medio en que vive y reproducirse”.

Con todo, a pesar del lugar muy humilde que ocupan en la jerarquía propuesta por los científicos humanos, a través de los años los virus nos han resultado ser más letales que cualquier especie de animal o planta. Hay que respetarlos. Puede que sean tan muertos como las piedras, pero tal desventaja no les ha impedido librar una serie de guerras de exterminio contra lo que, en opinión de los biólogos, merece calificarse de vida. De tiempo en cuando, salen de la oscuridad para devastar a categorías diversas de seres vivos como bovinos, abejas, árboles y, claro está, humanos.

Tendremos que acostumbrarnos a su presencia siniestra hasta que por fin la comunidad científica haya desarrollado una vacuna eficaz

Los virus, de los cuales el que lleva una corona puntiaguda es por ahora el más notorio, pueden tener un impacto parecido al que, según algunos científicos preocupados, tendría la Inteligencia Artificial en el caso de que un buen día lograra liberarse de la tutela de sus guardianes. Aunque los virus no piensan, en el sentido habitual de la palabra, en su conjunto se comportan como si los dirigieran un cerebro superior al humano que les dice lo que les convendría hacer para frustrar los intentos ajenos por frenar su replicación. Aprenden.

Es lo que están haciendo los retoños de covid-19 que en un par de meses se las ingeniaron para multiplicarse vaya a saber cuántos millones de millones de veces, esquivando con facilidad las barreras erigidas primero por la dictadura china y más tarde por los gobiernos de otros países para extender sus dominios hasta las partes más lejanas del globo terráqueo.

Desde fines del año pasado, el coronavirus está jugando a gato y ratón con el género humano, mofándose de todas las medidas tomadas para acorralarlo. Si bien las cuarentenas han servido para demorar sus avances, no lo han frenado por completo, de suerte que los éxitos que los distintos gobiernos se atribuyen no serán definitivos.

Como sospechan quienes nos están advirtiendo que necesitamos prepararnos para una segunda ola, y entonces para una tercera, tendremos que acostumbrarnos a su presencia siniestra hasta que por fin la comunidad científica haya desarrollado una vacuna eficaz y quienes están en condiciones de manufacturarla hayan producido una cantidad adecuada de dosis. Puesto que aún no contamos con una que sirva para erradicar la gripe común que siempre ha estado entre nosotros, la posibilidad de que lo logre pronto parece escasa.

Nadie sabe cómo terminará este capítulo de la larguísima saga de la lucha de la humanidad contra los enemigos microscópicos e invisibles que la están atacando desde que nuestros antepasados remotos dejaron atrás su hogar ancestral en algún lugar de África. Lo más probable es que, una vez más, nos salve la madre naturaleza.

Felizmente para nosotros, no todos los mecanismos naturales nos perjudican. Hasta ahora, cuando menos, un proceso muy similar al aprovechado por covid-19 nos ha permitido adquirir defensas físicas que reducen la tasa de mortandad exigida por la gripe y un número impresionante de otros males contagiosos de origen viral. Aun cuando todos los ya infectados pero curados no disfruten de inmunidad, es de suponer que una proporción significante la tendrá, lo que por lo menos haría más difícil la propagación.

A partir de la aparición inicial del coronavirus en Wuhan en diciembre del año pasado, la Tierra se ha visto convertida en un inmenso campo de batalla en que nosotros, los humanos, representantes orgullosos de los considerados dignos de llamarse seres vivos, luchamos contra el adalid más reciente del despreciado reino viral. Por ser cuestión de algo que, por fortuna, es mucho menos mortífero que otros de la misma familia, es de prever que nuestro género saldrá victorioso, pero los costos del triunfo que se vaticina serán colosales.

Como suele suceder en zonas devastadas por guerras, la batalla contra covid-19 se verá seguida por hambrunas y conflictos brutales entre grupos resueltos no solo a sobrevivir sino también a sacar provecho de una oportunidad para conseguir más poder y más riqueza. También amenaza con generar una serie de regímenes autoritarios que se ufanen de su benevolencia ya que, como muchos se han dado cuenta, los asustados estarán más que dispuestos a obedecer las órdenes de quienes presuntamente saben muy bien lo que hay que hacer para protegerlos contra enemigos ubicuos e infinitamente astutos que están a la espera de oportunidades para quitarles la vida.


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