La otra pobreza: cuando cobrar «lo necesario» no alcanza

La pobreza estructural es un flagelo que alcanza incluso a quienes tienen ingresos suficientes para acceder a la canasta básica. Un diagnóstico de las condiciones de vida de esa parte de la población, atravesada por una lamentable paradoja.

Paradoja. Las privaciones estructurales de muchos hogares persisten, incluso cuando pueden elevar sus niveles de consumo.

La “mente” colectiva nacional suele asociar la palabra “pobreza” a una sola dimensión: la monetaria. La circunscribe a la cuestión de si se llega o no a fin de mes. Esta concepción no es casual, sino que responde a nuestra “tradición” inflacionaria. La pérdida de poder adquisitivo es un problema de larga data que, pese a ser central en la agenda pública, no solo no se resuelve, sino que se agudiza. Incluso para muchos trabajadores quedar debajo de ese maldito umbral llamado “línea de la pobreza” dejó de ser una amenaza para convertirse en una dolorosa realidad.

Sin embargo, tener un sueldo suficiente y ser pobre pueden no ser hechos excluyentes. Es que hay una pobreza de la que se habla menos, quizás porque muchas de las personas que la padecen están invisibilizadas, ocultas tras los muros de la marginalidad y la exclusión social, e incluso geográfica. Es una pobreza estructural, persistente, que no se soluciona con un ingreso mensual mayor que el valor de la canasta básica. Es, por el contrario, una pobreza multidimensional que involucra derechos económicos y sociales y que incluye pero no se limita a la obtención de un sueldo digno. Una pobreza que atañe a las condiciones de vida de las personas, en su sentido más amplio.

La tradicional “pobreza de ingresos” es una medida que no capta acabadamente las privaciones materiales ni la calidad de vida de la población de un país.

Resulta que hay privaciones materiales e inmateriales que inciden en el bienestar presente y futuro de las familias y sus miembros. Tales carencias no son privativas de los hogares de bajos ingresos y sus miembros (hogares y personas pobres), sino que afectan en importante medida a aquellos que logran cubrir sus necesidades de consumo (hogares y personas “no pobres”). Los resultados que se presentarán a continuación corresponden al primer semestre del 2022, y se deprenden de la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) que periódicamente realiza el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INDEC).

Características del hábitat


El primero de los indicadores se vincula con las condiciones de la vivienda. Es decir, si es adecuada para el refugio y el descanso. Para determinarlo, se consideran los materiales constructivos de los pisos y techos, y la presencia o no de cielorraso.

Dato

4,9%
Es el porcentaje de personas “no pobres” que residen en viviendas emplazadas a tres cuadras o menos de un basural.

El 84% de las personas “no pobres” de Argentina están en viviendas construidas con materiales de calidad suficiente, es decir que proporciona apropiada protección del medio natural y de factores ambientales adversos. Por tanto, el 16% de las personas con ingresos por encima de la línea de la pobreza reside en moradas hechas con materiales constructivos parcial o totalmente insuficientes. Esto va desde pisos de ladrillos o techos de cubierta asfáltica hasta pisos de tierra o techos de chapas de cartón.


El segundo aspecto se vincula al entorno donde la vivienda está emplazada, o sea al acceso o no a un medio ambiente libre de contaminación que pueda ser perjudicial para la salud de sus habitantes. Los datos son llamativos. Un 4,9% de las personas “no pobres” reside a tres cuadras o menos de un basural, y un 6,4% lo hace en una zona inundable.

Un último dato termina de ilustrar la problemática habitacional de nuestro país. El porcentaje de las personas que alquila el lugar donde reside fue del 18,6% en la primera mitad del 2022. Es el máximo valor desde que se retomó la EPH (segundo semestre de 2016), y da cuenta de las dificultades de la población para acceder a su vivienda propia.

Servicios públicos


El suministro de agua corriente y de gas a través de redes públicas y los desagües cloacales son prestaciones básicas en materia de saneamiento y calidad de vida. Sin embargo, no todas las personas con ingresos por encima de la línea de la pobreza tienen acceso a los mismos. Esto puede deberse a la inexistencia de redes en las inmediaciones de la vivienda o a que no sea efectuaron las conexiones domiciliarias correspondientes.

Dato

6,4%
Es el porcentaje de personas “no pobres” que habita en viviendas ubicadas en zonas inundables.

Una de cada cuatro personas “no pobres” en Argentina carece de acceso a la red pública de gas. En este guarismo ponderan con fuerza las poblaciones de noreste argentino, región mayormente desprovista de este servicio público. Asimismo, una de cada cuatro personas puede adquirir la canasta básica pero habita en viviendas sin desagües cloacales. En su lugar, dispone de cámara séptica y/o pozo ciego, de hoyo o excavación en la tierra, o directamente no posee baño.


El porcentaje de personas “no pobres” que no tienen acceso a la red pública de agua corriente es del 11,2%, y deben suministrarse de agua a través de una perforación o de otra fuente como ser ríos, camión aguatero, lluvia, etc.

El saldo es notable: cuatro de cada diez personas consideradas “no pobres” por sus ingresos no tiene acceso a, al menos, uno de estos tres servicios básicos: agua, gas y/o cloacas.

Educación y salud


La educación es la llave a múltiples oportunidades, no solo para quien la posea sino también para las personas que formen parte de su entorno. Abundan los estudios que verifican la existencia de una correlación positiva entre el nivel educativo de los padres y madres de un hogar, y el nivel educativo alcanzado por sus hijos. Es decir, la educación de estos últimos y, por ende, su bienestar socioeconómico futuro están condicionados por la educación de los primeros. Por lo dicho, una completa consideración de la pobreza no debería prescindir de este factor.


La EPH pretende captarlo a través de la variable “clima educativo”, que es definida como el promedio de años de estudio alcanzados por el conjunto de las personas de 18 o más años de edad que residen en el hogar.

Dato

31,4%
Es el porcentaje de personas “no pobres” que pertenece a hogares con un clima educativo bajo o muy bajo.

Un 31,4% de las personas “no pobres” pertenecen a hogares con un clima educativo bajo o muy bajo, es decir, donde cuyos miembros mayores de edad no alcanzan a promediar los 11 años de escolaridad. Ello significa que tienen el secundario incompleto, en el mejor de los casos. En esos hogares la condición de “no pobreza” está comprometida de cara al futuro.

Contrastes. La opulencia y la marginalidad en una misma foto.

Sin embargo, debe aclararse algo: es muy alta la tasa de asistencia a establecimientos educativos de niños, niñas y adolescentes pertenecientes a hogares con clima educativo bajo o muy bajo. Un halo de esperanza en medio de tamaña catástrofe social.


Por último, se evalúa la disponibilidad de una dotación de recursos para hacer frente a situaciones de riesgo respecto a la salud. Aquí se distinguen las personas que solo están cubiertas por la salud pública de las que, además, poseen cobertura por obras sociales, empresas de medicina prepaga, mutuales o servicios de emergencia. Solo siete de cada diez personas “no pobres” forman parte de hogares donde todos sus miembros cuentan con cobertura médica, mientras que tres de cada diez pertenecen a hogares donde alguno o todos sus miembros cuentan únicamente con el sistema público de salud para atenderse.

La multidimensionalidad, una tendencia


A nivel macroeconómico, circunscribir la definición de desarrollo económico de un país al nivel o crecimiento de su producto nacional per cápita es demodé. Puede ser una medida útil, incluso como proxy del grado de desarrollo de un territorio, pero no es capaz de capturar de modo adecuado restricciones en importantes aspectos. El desarrollo económico es un fenómeno multidimensional, y existe al respecto un consenso creciente (quizás ya unánime).


Lo mismo sucede con la pobreza, en otro nivel. Aunque resulta de utilidad, la tradicional “pobreza de ingresos” es una medida que no capta acabadamente las privaciones materiales ni la calidad de vida de una familia y sus integrantes. Y lo expuesto aquí es solo una muestra de ello.


Uno de los tantos perjuicios de la inflación en Argentina es que, dada su gravedad, acapara gran parte de la atención social y política. Erradicarla sería dar solución solo a una pequeña parte de un gran flagelo.


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