La gran desidia argentina

Es ya un clásico para el país que su tendencia recurrente a postergarlo todo le juegue siempre en contra. Ese desvío casi patológico es una clara muestra del desinterés, de la apatía o de los descuidos de la dirigencia y un proceso autodestructivo que lleva muchas décadas en vigor. Han sido años y años de dejar todo para mañana y al respecto, hay varios ejemplos domésticos que vienen de atrás que pueden graficar lastimosos arrastres, aunque ya hay otros que deben ser totalmente atribuidos al actual gobierno nacional.

El último eslabón de tal rosario de frustraciones es el languidecer del llamado Pacto de Mayo, al que por Decreto se lo llamó pomposamente “nuevo acuerdo fundacional para la República Argentina”. Esa iniciativa,  que dispuso la creación de un Consejo destinado “al debate y a la elaboración de propuestas normativas y demás medidas necesarias para la implementación de los lineamientos acordados”, nació de aquellos diez irreprochables puntos volcados en el Acta que el 9 de julio del año pasado se firmó en San Miguel de Tucumán.

El mismo Decreto del 16/7 abundaba en detalles sobre los objetivos del nuevo “órgano colegiado consultivo”, una catarata de funciones y facultades con pretensiones de consenso, dirigidas hacia un cambio de rumbo. La instrucción del Ejecutivo tenía plazos: 30 días para armar el Consejo, con el Jefe de Gabinete como Presidente y seis miembros de diferentes extracciones: a propuesta de las provincias, el Senado, los diputados, los gremios, los empresarios y el ministro Federico Sturzenegger, por el gobierno nacional.

Han transcurrido seis meses y lo cierto es que, de momento, nadie se ha preocupado ni por sumarse ni por exigir el cumplimiento de los fundamentos del Acta. Mientras el eje se corrió casi definitivamente, desde el Ejecutivo le echan la culpa a quienes no se ocupan de nombrar representantes, aunque está claro que el mismo oficialismo que lo promovió está en otra cosa y se ha dejado envolver por el torbellino del día a día, tal como si no conociera los fracasos de tantas comisiones previas o de mesas tripartitas nunca conformadas.      

El tic parece ser una aberrante marca registrada nacional y es, sin dudas, una de las características más notables del atraso argentino que viene de bastante arrastre, a favor casi siempre del amor por los anuncios más centrados en el marketing que en el valor de los hechos o de la decisión de no arreglar los problemas antes de que se agraven, para no quedar mal políticamente.

De los tiempos kirchneristas, ha quedado boyando la sospecha de haber  provocado algunos adrede, como el nefasto deterioro educativo, algo que tardará una generación entera en revertirse o, con más dolor de bolsillo, lo que se ha postergado en dinero, como los fallos judiciales que se recibieron en contra (YPF, Aerolíneas, cupón PBI, etc.) y que no se atendieron para no pagar costos políticos, mientras los intereses inflaban las cuentas.  Hoy, el mundo sigue andando y no sólo se trata de la disruptiva continuidad de Donald Trump en la Casa Blanca ni de sus perentorias órdenes ejecutivas, sino que la velocidad de la era de la tecnología digital es la que modela el parecer universal de todos los días y lo lleva a la rastra. Entonces, habrá que dejar de lado de una vez tantas torpezas dilatorias y adaptarse más rápidamente aún, ya que todo puede volver a virar en cualquier momento y entonces, una vez más, quedará a contramano.


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