Educación pública y teorías conspirativas

No sé a usted, pero a mí las teorías conspirativas siempre me causaron una extraña mezcla de incredulidad y gracia.

COLUMNISTAS

Ya sea el siniestro Plan Andinia, mediante el cual el tenebroso Sionismo Internacional pretende apropiarse de nuestra querida Patagonia, la dudosa teoría del autoatentado a las Torres Gemelas o hasta la simulada muerte de algún famoso para poder pasar a la clandestinidad, todas se me antojaban descabelladas… hasta ahora.

De manera imprecisa, en algún momento del pasado inmediato algo me empezó a incomodar. No me refiero al diluvio de noticias amarillistas con las cuales los medios de comunicación de la «corpo» se empeñan tozudamente en arruinarnos el desayuno, almuerzo o cena. Tampoco a las cadenas nacionales de un país similar a la Argentina donde siempre las noticias son positivas, sin espacio para el genuino intercambio de opiniones. Descarto también como origen de mi malestar la inexplicable vigencia de programas de televisión que durante años han logrado modelar un electroencefalograma plano en los criterios estéticos y culturales en las familias argentinas. Ni siquiera me arriesgaría a especular que fueran las absolutamente intrascendentes peleas vespertinas de bataclanas o la irracional pasión del deporte argentino por excelencia. No, nada de eso.

Es otra cosa.

Es una sensación (eufemismo muy de moda para desdibujar lo evidente) de que la educación se ha desbarrancado, y no de manera accidental o por desidia. Tengo la firme sospecha de que hay un plan maestro para hacerlo adrede.

Dejando para otra ocasión la identificación de los partícipes necesarios de semejante complot, me permito expresar mi admiración (y también mi repudio) por lo impecablemente urdido y mejor implementado que es dicho plan. Tan brillante resultó ser que la inmensa mayoría de la gente ni siquiera susurra la sospecha de su existencia.

Sin embargo, los que estamos en educación lo intuíamos, estaba frente a nosotros; algún texto lo nombra tangencialmente como «currículum oculto», pero no terminábamos de darnos cuenta de qué se trataba… hasta ahora (es difícil mantener la modestia ante tamaño hallazgo).

Como toda conspiración, es difícil encontrar un paper o un manual de procedimientos donde en un práctico paso-a-paso se nos vaya guiando en la elucubración y puesta en práctica del complot (¿para cuándo un «manual del conspirador for dummies?). Sin embargo, hemos podido reconstruir algunos puntos centrales del mismo.

Resulta que, como ya no es políticamente correcto sojuzgar al pueblo mediante fusiles y botas, lo mejor es inocularle una falsa sensación de libre albedrío y permitirle continuar con la ilusión de las decisiones racionales. De esta forma, los grupos concentrados, ya sean económicos o de la corpo política, podrán seguir con sus ya remanidos «fines inconfesables» y continuar haciendo lo que más les gusta, sea lo que sea eso (por eso son «inconfesables»).

En consecuencia, es necesario que la masa crítica de votantes ponga el foco en cosas que no interfieran con esos espurios objetivos. Suponga por un instante que usted es el conspirador… ¿cómo distraería al pueblo?

Ahora bien, a una persona con una determinada capacidad de lectura crítica es difícil persuadirla de que se quede en lo anecdótico, intrascendente o irrelevante. Para el conspirador no es un «target» apetecible. A semejanza de los cultivos de frutales, los resultados no se ven de un día para el otro. Es necesario haber empezado hace años para lograr los resultados hoy. ¿Qué fue lo que hicieron estos tipos entonces? Estuvieron brillantes: a la vista de todos, en todo el país, bajo diferentes gobiernos, con el apoyo de muchos cráneos, nos hicieron creer que el producto que ofrecían iba a levantar el nivel educativo.

Pequeña digresión. Qué bueno sería que para evaluar nuestra educación echáramos mano a otra disciplina del conocimiento, en este caso el fútbol: técnico que no gana, técnico que se echa. De esta manera, los vendehúmos de la educación seguirían la suerte de sus pares del balompié: ministro de Educación que en dos o tres trimestres no logra resultados, ministro que vuelve al aula.

«No, lo que pasa es que los docentes no lograron imbuir de la mística de la educación a los educandos, por eso nos va como nos va en las pruebas PISA».

En un capítulo de ese hipotético «Manual del conspirador» seguramente encontraríamos consejos para su implementación:

• Destine más dinero para educación, pero no se alarme, esto no significa que va a elevar el nivel educativo. Libros con más fotografías, colores y tipografía más grande harán que los docentes acepten que se comunican mejor con la generación MTV, la generación visual. Paulatinamente los jóvenes formados así algún día serán los futuros docentes, verdaderos caballos de Troya en la educación. De esta manera tendrán muchas menos horas de lectura que sus abuelos, con la consiguiente falta de entrenamiento en el manejo de ideas y la lectura crítica de medios.

• Así como en los 90 pudimos instalar la idea de que el video en el aula era la nueva piedra filosofal, más recientemente logramos asustar a los docentes con que recibían a las nuevas generaciones de los llamados «nativos digitales». De nuevo, que no cunda el pánico entre nuestras filas: la capacidad de aniquilar el tiempo en Facebook o pasar de nivel en el Counter Strike de manera alguna cuestiona vuestra autoridad como docentes. Pero, por las dudas y para evitar situaciones incómodas, reduzcan al mínimo el uso de la informática en las escuelas.

• Recuerden sobreactuar intentos de superación. Por un lado, declamen tener más días de clase pero, al mismo tiempo, bajen el nivel de exigencia para satisfacer las estadísticas oficiales, argumentando haber disminuido las tasas de repitencia.

• Por favor, no olviden jugar con el complejo de culpa del inconsciente colectivo y relajen hasta donde sea posible el concepto de autoridad, so pretexto de acusar a algunos docentes de la guardia vieja de represores y autoritarios.

• Relacionado con el ítem anterior, machaquen con la idea de «derechos de los niños, niñas y adolescent@s» y traten de evitar al mínimo el uso de la palabreja «obligaciones». Si, por algún infortunio, es necesario incluir ese término en un texto, que se respete la proporción derechos 7-obligaciones 1 (rápidamente la gente lo asociará con Alemania-Brasil y no objetará nada).

• Evitar a toda costa cuestionamientos a la falta de exigencia académica. La idea fuerza, como sugieren los responsables de la bajada de línea, es «mejor los chicos en el aula que en la esquina». Al que se oponga a esto le cabe también el mote de «facho», «represor» o cualquier epíteto que cuadre en el contexto.

Decir que este complot es brillante es ser mezquino con los elogios.

Llama la atención que hasta Julian Assange, famoso por filtrar información sensible en el affaire WikiLeaks, fallara en la detección de esta gesta nefasta.

Queda a criterio del lector chequear los datos aportados y decidir si esto es cierto o es simplemente otra paranoica teoría conspirativa.

(*) Educador. Villa Regina

MIGUEL CORSI (*)


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