Educación sexual, culpa y represión

La psicopedagoga Laura Collavini analiza la situación de la educación sexual tomando como punto de partida la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo.

La Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo despenaliza y legaliza el aborto durante las primeras 14 semanas de gestación. Su sanción transforma el aborto clandestino en “seguro, legal y gratuito”.


¿Ahora si vamos a poder hablar de educación sexual? Antes de comenzar a desarrollar el tema aclaro que obviamente no estoy a favor de la penalización del aborto, tampoco estoy a favor del aborto. No juzgo a quienes lo practicaron o piensan hacerlo. Solo desarrollo mi pensamiento basado en mi experiencia y las que pude compartir en base a mi labor profesional.

No estuve de acuerdo en ningún momento con cómo se llevó el debate adelante. Armando equipos y banderas como si fuese un partido de fútbol. Considero que existió ausencia de lo real a tomar en consideración. Pero tal vez es como se pudo hacer. Tal vez necesitamos la adrenalina y la efervescencia para llegar a lo importante. La vida misma. El respeto a uno mismo y al otro.

La verdad es que hablar de aborto cuando todavía a la vagina se la insulta con tantos nombres disparatados como “cachucha, concha, cosita” y al pene se le dice “amigo, pito” y tantísimas palabras más; o cuando los adultos se sonrojan si tienen que explicar a sus hijos qué son las relaciones sexuales o cómo nacen los bebés… Hablar de aborto es como si me hubiera subido a un tren 20 estaciones más adelante. Me suena confuso y desordenado. Intentaré desde la estación que vislumbro mirar hacia atrás y aportar mi granito de arena.

No me considero ni abortista ni contra abortista, ni de derecha ni de izquierda. Ni feminista ni machista. Todo lo que acabo de describir suena como una provocación al no compromiso. Es raro. Suena extraño que tenga casi que disculparme por no estar en ningún “bando”. Sería algo así como “no juzgo al otro y sin embargo soy comprometida”.


Bueno, les voy a contar mi ángulo de la situación. Somos seres sexuados desde antes de nacer. Desde que piensan un nombre para nosotros y nos imaginan. Comenzamos a plasmar nuestro ser de sexualidad desde que nos mira una mamá amorosa, nos alimenta, nos acaricia y nos acuna. Obviamente ahí no hablamos de sexualidad genital. Freud lo describió como etapas que las clasificó en oral, anal, fálica, de latencia y genital. La sexualidad no es sólo a fines reproductivos, sino que es una forma de comunicación y relación. Estamos acostumbrados a asociar a la sexualidad con genitalidad, placer, reproducción y abuso. Error. Es mucho más que eso. La sexualidad es comunicación a través de la palabra y la acción, amor, construcción, aprendizaje, alimentación, etcétera. Mirar a una persona y no tomar en cuenta su sexualidad es no mirar a la persona, es escindirla, fraccionarla. Es imposible.

Entonces, basados en este concepto de sexualidad, avancemos teniendo en consideración que el tema abarca mucho más que una relación sexual, es más, diría que es el final del camino.

Recuerdo que hace un tiempo, en un jardín una directora me comentó su postura acerca de la sexualidad. “No, acá no trabajamos esos temas…Los chicos dejan la sexualidad en la puerta”. ¿Cómo se haría semejante cosa? Sería como presentarme ocultando mi identidad, mi origen, como obligarme a vivir sin sangre.

Tenemos tanta culpa y represión en relación a la sexualidad que nos volvimos negadores de nuestra esencia. Pidiendo permiso para pensar y sentir, escondiendo sensaciones por temor a ser mal vistos por una sociedad que se supone debe reaccionar como mandatos incoherentes e inhumanos suponen.


Tanto temor hay en no encajar o en no agradar que se niegan emociones y con el tiempo ya no se reconocen. Es frecuente escuchar decir a los chicos “no sé”. ¿Cómo te sentís? ¿Qué te enojó? ¿Qué te gustó más? “No sé”.

La educación estimula la captura de datos y anula al ser. Cuando un niño llora solemos decir “no llores”. Cuando se mueve mucho, “quedate quieto”. Nos molestan los movimientos diferentes, los que no sabemos controlar.

Anulamos el cuerpo y las emociones como si nos resultaran peligrosas, ajenas. De repente si invaden no las sabemos reconocer y por lo tanto están afuera de control. Se desencadenan situaciones que nos llevan a lugares no deseados.

Nos da miedo nuestro cuerpo y sus sensaciones tan intensas. Entonces nos alejamos porque la religión nos dijo durante siglos que es pecado.

No se respeta lo que no se conoce. Es imposible. Entonces el camino es estar atentos a nuestras percepciones. El cuerpo habla todo el tiempo y la noticia es que está asociado con la mente y el alma. Entonces lo que le sucede a uno les sucede a todos.


Llega a tal punto nuestra negación que en el transcurso de la vida se llega a desconocer qué sensación es agradable y desagradable. Qué me gusta de alguien y qué no. Qué quiero y dejo de querer. Nos encerramos en dispositivos y pantallas y las palabras con sentido propio quedan relegadas a los síntomas de un cuerpo con deseo de manifestarse.

Podemos vivir relaciones sexuales plenas con conocimiento que va mucho más allá del uso de un preservativo. Es tener conciencia de qué vivo y qué deseo y qué voy a hacer para lograrlo. Es usar palabras y eso se logra con ejercicio, con práctica, con conexión alma-mente-cuerpo.

Si nos da vergüenza hablar de los órganos genitales a nuestros hijos en forma amorosa, ¿de verdad pretendemos que sepan manejarse con libertad? Nos cuesta y dejamos que “la calle” se encargue.”

Tal vez después de todo esto podamos aprender a enterrar en la historia nuestros prejuicios y mandatos que nos resultan útiles para la vida que deseamos y la crianza y educación que debemos realizar.


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