El banco amigo

Entidades como el BPN han repartido sumas según criterios políticos y raramente se sintieron tentados a perseguir a los morosos

El resto del país se ha enterado, si bien un tanto tardíamente, de que a través de los años la “clase política” nacional se las ha arreglado para convertirse en un sector sumamente próspero que, a diferencia de los demás, no se ha visto constreñido a “ajustarse” a los nuevos tiempos. Lo ha hecho mediante una variedad impresionante de mecanismos, algunos burdos, otros más sofisticados, que le han permitido transferir dinero de los bolsillos de los ciudadanos rasos a las cuentas bancarias, muchas de las cuales están en el exterior, de sus propios integrantes. Además de aumentar los “gastos legislativos” a niveles que son superiores a los habituales en distritos del Primer Mundo cuyas bases económicas son cien veces y hasta doscientas veces mayores, despilfarro que no les impide suplicar al gobierno nacional más dinero so pretexto de que sin él se producirá un “estallido social”, muchos políticos están acostumbrados a aprovechar sus vínculos privilegiados con financistas y empresarios cortesanos que, desde luego, suelen estar más que dispuestos a retribuirles sus favores, de ahí el espeso clima de corrupción que se genera toda vez que se debaten leyes con connotaciones económicas evidentes.

En este contexto turbio, la situación del Banco Provincia del Neuquén, entidad que según parece se ha especializado en otorgar créditos supuestamente irrecuperables, es bastante típica. Es que todos los bancos provinciales, entre ellos el ex de Río Negro, han puesto en práctica aquel viejo principio radical conforme al cual “hay que subordinar lo económico a lo político” aunque, claro está, su forma de interpretarlo ha sido muy distinta de la reivindicada por pensadores ingenuos contrarios a la tiranía de los mercados. Con regularidad deprimente, estas instituciones han repartido sumas abultadas entre individuos o empresas según criterios netamente políticos, cuando no partidarios y, como era natural, raramente se han sentido tentados a perseguir como corresponde a los morosos para que un día devuelvan el dinero.

Así las cosas, puede entenderse la pasión sin límites con la cual políticos de virtualmente todas las tendencias defienden la existencia de las cajas que aún sobreviven contra los esfuerzos por cerrarlas del gobierno nacional de turno. Aunque peroran de manera conmovedora de la necesidad de apoyar a los productores locales y hablan pestes del “neoliberalismo” o del “capitalismo salvaje”, lo único que realmente quizá les haya molestado es el temor a verse privados de una fuente de ingresos tradicional. Desde luego, todos afirman estar intentando desesperadamente proteger a los pobres de los rigores inhumanos del “mercado”, pero sólo de trata de hipocresía interesada, porque la verdad es que los pobres no les importan en absoluto.

En la raíz de la desigualdad pavorosa que es tan característica de todos los países latinoamericanos está el amiguismo, o sea, el hábito de los poderosos de anteponer los lazos personales o políticos a cualquier otro factor. Al ayudarse mutuamente, propenden a separarse cada vez más de los que no disfrutan de las amistades apropiadas por gozar de acceso fácil al crédito y a otras oportunidades para aumentar su patrimonio. El orden esencialmente oligárquico que se ha conformado en base al amiguismo sistemático ha sobrevivido a todos los cambios políticos de las décadas últimas, pero puede que ya tenga los días contados. Para desazón de sus propios integrantes, la mayoría de ellos amiguistas convencidos, los gobiernos del presidente Carlos Menem primero y del presidente Fernando de la Rúa después, se han visto obligados a anteponer “lo económico” a “lo político” en sus relaciones con las provincias y no cabe duda alguna de que sus sucesores tendrán que emularlos. Es de prever, pues, que surjan muchos escándalos más a causa de la voluntad acaso instintiva no sólo de los burócratas que manejan los bancos estatales sino también de sus equivalentes del sector privado de privilegiar los lazos personales y políticos, proclividad que, obvio es decirlo, es incompatible con las reglas “neoliberales” que son, por razones que tienen más que ver con la eficiencia que con la ética, son impersonales y en consecuencia, mal que les pese a ciertos políticos, decididamente más igualitarias y por lo tanto más “solidarias”.


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