El cámper

Reflexiones, pensamientos, anécdotas y sueños sobre viajar.

Redacción

Por Redacción

En el camino

Lo escuchaba desde lejos y me emocionaba. El ruido del motor era inconfundible. Era nuestro cámper. “¿Tu qué?” “Cámper”. “En español esa palabra no existe”, me dice Nacho, mi chico. ¿Cómo no va a existir?, pienso. Si era nuestra casa favorita, nuestra alfombra mágica.

“¿A lo mejor querés decir casa rodante o motorhome?” “¡No! Un cámper es un cámper. Un cirujano no va a pedir una pinza cuando quiere un bisturí, ¿no?”

El cámper es un vehículo recreacional, como una casa rodante o un motorhome. Es una furgoneta adaptada, tipo las combis de Volkswagen que fueron todo un hit en los años 60 y 70.

En el 1978, con sus ahorros más los regalos de casamiento, mis padres -que no tenían un departamento- se compraron una Ford Transit. La equiparon con colchoneta y cocina a gas y se fueron de luna de miel tres meses, desde Nápoles hasta Argelia, ida y vuelta.

Nací tres años después. Ya tenían casa, pero seguían sin auto. Así que me la pasaba en el camperito (así le decíamos). Cuando llegó mi hermano, empezó la búsqueda de algo más grande, seguro, pero ágil.

La casa rodante no funcionaba. Es un remolque que va cargado del auto y no se puede maniobrar con la misma precisión que el cámper. Olvídate meterlo por calles angostas en una isla griega.

El motorhome, con su protuberancia arriba de los asientos del frente, tampoco iba. Mis padres tenían en mente unos viajes épicos, hasta donde nos llevaran las carreteras, sin importar que tan malas fueran. Los motorhomes tienen la carcasa en fibra de vidrio. En un accidente, se destrozan. (Además, recurriendo a argumentos evolucionistas, mi padre decía que la protuberancia se parece a la cabeza poco desarrollada de un mono).

Así llegaron al cámper, caro pero con razón. Adentro tapizado en rayas rojas y grises. Tenía baño, cocina, heladera, una cama cucheta y una matrimonial basculante que se bajaba del techo. ¡Hasta había calefacción! Lo compramos en el 1985 y arriba vivimos muchos momentos importantes. Con mi hermano descubrimos que Papá Noel no existía. Mis padres casi se separaron una media docena de veces. A mi me llegó la primera menstruación.

Ya viejito, con varios cambios de motor, el cámper empezaba a dar problemas, a pararse cuando no le daba ganas. Pensamos en venderlo, pero no pudimos desprendernos y se lo pasamos a un amigo de mi hermano. Para entonces, hacía años que yo vivía afuera de Nápoles. Ese día llamé a casa. Mamá contestó llorando. “¿Qué pasa?”, pregunté. “Se llevaron mi casa real, la casa de mis sueños, el lugar donde más viví”.

Periodista italiana

irenecaselli@gmail.com

@irenecaselli

Irene Caselli


En el camino

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