El entrenador como gestor emocional

Marcelo Antonio Angriman

Hasta hace pocas décadas atrás el dualismo cartesiano inoculó una toxina muy difícil de conjurar. Aquella que partía al hombre en dos mitades. Una la parte pensante y trascedente (res cogitans) y la otra subalterna, la parte física (res extensa).


A pesar de que hoy se comprende al ser humano como un todo, las campanadas de aquellas viejas ideas aún replican.
Y fue la propia Educación Física, quizás por ignorancia o tal vez por disponer de un campo propio, quien abrevó a menudo en esas aguas.
Fue así como por generaciones, el entrenador fue pensado como un alquimista que debía conocer de rendimiento físico, técnica, táctica, estrategia y saber combinar tales elementos, para cargarlos en su justa medida, a una máquina ejecutora: el deportista.


Con ello debían obtenerse resultados y en un segundo plano, casi intuitivo quedaba relegado el tratamiento de las emociones. Tan es así, que tales contenidos no existían en la currícula de los formadores deportivos, quienes a lo sumo recibían unas pocas grageas de psicología evolutiva y de pedagogía.


Hoy se coincide en señalar que el cerebro y el cuerpo se encuentran integrados en una misma realidad indisoluble, concluyéndose que un adecuado equilibrio entre la razón y la emoción es la única alternativa para alcanzar el bienestar personal.


En la actualidad un buen entrenador debe saber argumentar sobre las bondades de la actividad física, pero también sobre los enormes aliados con los que cuenta en las funciones emocionales del cerebro de sus alumnos o dirigidos.


Todos absolutamente todos y desde nuestros primeros antepasados, buscamos la autosuficiencia, la comparación, la pertenencia, la búsqueda de aprobación y la replicación.


El hecho que un educador físico comprenda las funciones escondidas de nuestro cerebro, permite sacar a las emociones del piloto automático y actuar en consecuencia. Pero con ello solo no alcanza, el entrenador debe aprender a escuchar como la oxitocina, la serotonina, las endorfinas y la dopamina tocan como una orquesta cuando las neuronas del cerebro se movilizan, al realizar una actividad física disfrutable.


Por consiguiente la función del entrenador trasciende la mera indicación de una rutina con especificación de tiempos y repeticiones.
Un buen gestor emocional en etapas formativas resulta una pieza imprescindible a la hora de definir prioridades, inculcar buenos comportamientos y cuidado de la salud, respetar normas, apoyar a líderes positivos , dar confianza y brindar una adecuada motivación.
Si bien puede depender de otros factores como la contención familiar y contexto extradeportivo, difícilmente un grupo que ha catalizado sus emociones a través de entrenadores preparados desde edades tempranas, pueda derivar en comportamientos tan aberrantes como los que cegaron la vida de Fernando Báez Sosa.


Es por ello que en muchas ocasiones, más importante que la repetición de un gesto, será el poder llegar con aquella palabra apropiada que horade en el corazón.


Un buen gestor emocional, sabe que no hay momento que perder. Que no se puede suspender un entrenamiento por lluvia o por viento, ya que es el mejor momento para hablar con el grupo sobre las cuestiones invisibles, que luego los unirán dentro y fuera de un terreno de juego.
Que en los viajes o concentraciones se debe estimular el diálogo y permitir que aflore todo aquello que pueda fortalecer al grupo.

Gestos humanos
Recuerdo como seleccionador, como una joven que salía de un tratamiento por anorexia –solo advertido por una ficha médica- sobresalió en un torneo muy por encima de sus rendimientos habituales, producto de la forma en que fue tratada.


En muchas ocasiones, más importante que la repetición de un gesto, será el poder llegar con aquella palabra apropiada que horade en el corazón de sus dirigidos.



También la voracidad deportiva con la que un adolescente, al que no había tratado personalmente, disputó un partido crucial de un torneo argentino, en agradecimiento por haberle pedido al chofer del micro que desvíe su trayecto por 15 km, para que pudiera darle un abrazo a su abuela, a quien no veía hacia muchos años.


Cada entrenador tendrá entonces su propia estrategia para llegar a sus dirigidos, más la existencia de reglas claras y la demostración genuina de afecto, serán siempre excelentes aliadas para que el deporte no se reduzca a una mera competición, sino que se transforme en una instancia de aprendizaje para toda la vida.


*Abogado. Prof. Nac. Educación Fìsica. Docente Universitario. angrimanmarcelo@gmail.com


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