El equipo de Obama

Los persuadidos de que el gobierno del pronto a ser presidente norteamericano Barack Obama serían muy distinto no sólo del de George W. Bush sino también del encabezado por su correligionario demócrata Bill Clinton ya no intentan ocultar su frustración. Los hasta ahora nombrados, personas como Rahm Emmanuel, Hillary Clinton, Timothy Geithner y Larry Summers, pertenecen al ala conservadora o, si se prefiere, pragmática del Partido Demócrata y no difieren mucho de sus equivalentes del equipo actual de Bush. Parecería que Obama, cuya propia experiencia administrativa es limitada, quiere estar acompañado por hombres y mujeres estrechamente vinculados con la «vieja política» que condenaba con vehemencia en el transcurso de su campaña electoral al prometer un cambio presuntamente radical. Dadas las circunstancias, se trata de una opción comprensible, pero de una que podría ocasionarle muchas dificultades en el futuro si los militantes que lo apoyaron con tanto entusiasmo se sienten traicionados.

Cuando comenzaban a difundirse los nombres de quienes estarían a cargo de la atribulada economía norteamericana, los mercados bursátiles reaccionaron con euforia por entender que, lo mismo que el gobierno de Bush, priorizarían los rescates financieros. Sucede que casi todos se formaron en el mundo de las finanzas y por lo tanto se supone que propenderán a simpatizar con los banqueros que, en opinión de la mayoría de los norteamericanos, en especial de los autoproclamados progresistas, son los malos de la película de horror que la tiene aterrorizada. En cambio, el secretario del Tesoro de la primera administración de Bush, Paul O´Neill, era un hombre de la industria, o sea, de la «economía real», que lo mismo que su jefe despreciaba a los financistas por creerlos parásitos codiciosos, razón por la que les importaba mucho la idea del «riesgo moral» implícito en no permitir que instituciones mal manejadas -o países como la Argentina- cayeran en bancarrota. Los costos de la actitud así supuesta que, por cierto, no es una manifestación de la excentricidad de un puñado de conservadores norteamericanos porque la comparten los progresistas y populistas que califican de «timbas» a los mercados financieros, han resultado ser tan grandes que tanto Bush como buena parte del resto de la clase política norteamericana tuvieron que abandonarla luego del colapso catastrófico de Lehman Brothers.

La política económica de Obama, pues, se asemejará bastante a la del gobierno norteamericano actual que, frente a la crisis, no tardó en asumir una postura intervencionista «keynesiana». También habrá continuidad en la política externa. Cuando Obama inició su campaña, subrayó que siempre se había opuesto a la guerra en Irak y se comprometió a terminar cuanto antes las operaciones militares que aún siguen, pero desde entonces su posición se ha acercado a la de Bush que quiere que el gobierno iraquí asuma con rapidez la plena responsabilidad por la seguridad interna de lo que, pese a sus deficiencias evidentes, ya es el país más democrático del mundo árabe. Pero esto no quiere decir que Obama se haya propuesto poner fin a las actividades militares estadounidenses en el «Gran Medio Oriente». Según el presidente electo, la invasión de Irak para eliminar al régimen de Saddam Hussein fue un error estratégico porque la superpotencia debió haberse concentrado en el conflicto en Afganistán y las zonas fronterizas de Pakistán que sirven de refugio para los militantes islamistas más peligrosos. Asimismo, le preocupa sobremanera el programa nuclear iraní. Al nombrar como secretaria de Estado a Hillary Clinton, Obama envió un mensaje muy claro a los iraníes, puesto que durante la durísima interna demócrata la senadora no vaciló en afirmar que «obliteraría» a Irán si a su régimen se le ocurriera atacar Israel. Por lo demás, al seleccionar a Emmanuel, que es hijo de israelíes, como jefe de Gabinete, Obama dejó saber que su gobierno seguirá siendo tan solidario con el Estado Judío como han sido los de Bush y Clinton, confirmando así que «el cambio» que impulsará una vez en la Casa Blanca tendrá más que ver con el estilo que con lo que efectivamente hará como presidente del país más poderoso del mundo.


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