El esqueleto que baila

El chico es tan sexy que se da el lujo de estar pasado de peso unos kilos. Su abandono casual de ciertas partes del cuerpo, trabajado en un gimnasio, es sutil y efectivo. Como esas mujeres que no alcanzan a ser voluptuosas pero que poseen una prestancia física que las vuelve un infierno. Casi en la vereda de enfrente de las raquíticas top models.

Robbie Williams es un símbolo pop y erótico de nuestro tiempo. Perfecta síntesis de lo que pide la pantalla caliente. Es el mercado apostando sobre seguro.

Tiene talento. Son pocos los que llegan a ese lugar del escenario pero los elegidos se parecen mucho entre sí. Además siempre bordean la esquiva juventud. Salvo las leyendas consagradas en décadas anteriores -Bono o Madonna- la marca de los años es muy corta.

En algún punto del espacio estelar coinciden los caminos de Christina Aguilera, Britney Spears y Williams. Todos acaban de salir de la adolescencia hace un rato, tienen las carnes salientes pero duras de tanto abdominal sufrido, y son muy capaces de brincar y cantar al mismo tiempo, proeza que hasta hace poco estaba reservada exclusivamente a Madonna.

El caso de Spears es impresionante. La piba luce compacta como una muñeca de goma. Incansable, con tricep, biceps y cuadriceps tatuados en la piel. Natalia Oreiro también va por la buena senda y aunque no luce deportiva si abrumadora y vital a pesar de que en la realidad (de cerca) resulte pequeña y algo frágil.

¿Es necesario aclarar que muchos de los videos que nos meten por la boca son construcciones virtuales?. Estos Superman, Batman y Robin de la música pop actual proyectan -y aprovechan- el imaginario colectivo de erigirse en algún momento en miembros de la Liga de la Justicia y salir así despedidos del anonimato. Obsesión de este nuevo siglo. Nadie quiere recordar que los superhéroes terminan mostrando su cartón pintado. Pensemos cuánto cadáver bien parecido tienen en sus páginas el rock y el pop.

Algo de eso hay en el último video de Williams, «Rock DJ» en donde luce el «lomo» primero y luego, ante la insaciable mirada de sus fans, sus genitales. Como el hambre de su público sigue en pie, el cantante se quita también la piel y queda en carne viva. ¿Quieren más? Pues si quieren, entonces Robin agarra los músculos de sus nalgas y se los tira -literalmente hablando- por la cabeza a las chicas que lo vitorean y no conformes, ni él ni ellas, les lanza el resto de su humanidad. Se detiene justo en el esqueleto. Un asco.

Su osamenta baila – se tambalea – al ritmo del hit de turno cuando ya no hay nada que regalar a este mundo que suplica por un modelo. Robin se les ríe en la cara a sus seguidores, convertido en una patética representación de sí mismo y el estrellato. El modelo se derrumba justo en el horario central de MTV. Bajo la piel y los tendones, hay un ser humano. El sueño de un Dios o el accidente de una energía, no importa.

Robi es igual a todos, lleno de contradicciones, sin secretos para revelarnos. Polvo de estrellas como Antonio, un gaucho de Santa Cruz que prefiere la ginebra a la cerveza.

Claudio Andrade


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