El factor Trump en las amenazas a la prensa libre

Dan Newland*


El periodismo siempre ha conllevado riesgos, sobre todo cuando informa sobre gobiernos no democráticos. La diferencia es que hoy existen brutales represiones que son aceptadas, y hasta tácitamente alentadas, por el líder de los Estados Unidos.


En el escenario mundial, la libertad de expresión y, en particular, la libertad de prensa, enfrentan amenazas existenciales cada vez mayores. Bajo regímenes autoritarios, la libertad de expresión se ha medido desde siempre por el coraje de periodistas, escritores y editores para investigar y difundir la verdad, incluso arriesgando sus propias vidas. Pero el apoyo internacional que alguna vez tuvieran se ha evaporado de manera notable desde que Donald Trump asumiera el poder en Estados Unidos.

Desde los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001, que dejaron a 3.000 estadounidenses muertos y, después, como consecuencia, le atribuyeron al Ejecutivo de los Estados Unidos nuevos poderes para detener y espiar a los ciudadanos y residentes del país, la imagen de esa nación como defensor global de la libertad de prensa se ha ido empañando. Pero dicha imagen no se convertiría en la mera sombra de su antiguo rigor hasta finales de 2016, cuando Trump llegara al poder.

La idiosincrasia de Trump de establecer una improvisada política nacional a través de Twitter en lugar de los canales tradicionales de Washington, lo ha convertido a él, y a los medios de extrema derecha que lo apoyan ciegamente, en las principales fuentes de información para su base política y, a sus ojos, en dueños de la verdad. De hecho, ha advertido repetidamente a sus seguidores que los medios de comunicación les están mintiendo y que la única persona en la que deberían creer es en el mismísimo presidente.

El año pasado fue el año más peligroso jamás registrado para ser periodista, con docenas de asesinados, cientos de encarcelados e incontables miles acosados y amenazados.

Arthur Sulzberger, editor de The New York Times, hizo referencia a este fenómeno alarmante en una charla que dio en la Universidad de Brown en Estados Unidos durante septiembre, y que el Times publicó más tarde como un artículo de opinión. Hablando de los peligros inherentes a la profesión del periodista, Sulzberger dijo que, pese a la preocupación de su periódico por tener que enviar corresponsales a lugares “donde se libran guerras, se propagan enfermedades, y las condiciones se están deteriorando… Durante mucho tiempo nos hemos reconfortado con saber que, además de todos nuestros propios preparativos y todas nuestras salvaguardas, siempre ha habido otra red de seguridad crucial: el gobierno de los Estados Unidos…”

No obstante, el editor no tardó en calificar esa declaración al decir que, pese a esta larga tradición estadounidense de apoyar a una robusta prensa libre, “en los últimos años… algo ha cambiado drásticamente”. Según destaca, “en todo el mundo, se está librando una campaña implacable dirigida en contra de los periodistas, debido al papel fundamental que desempeñan para garantizar una sociedad libre e informada. Para evitar que los periodistas expongan verdades incómodas y obliguen a los poderosos a rendir cuentas, un número creciente de gobiernos se ha comprometido a realizar, en forma abierta, esfuerzos a veces violentos, para desacreditarlos y silenciarlos mediante la intimidación”.

Aunque admite que “los medios no son perfectos, cometemos errores, tenemos puntos ciegos, a veces volvemos locas a las personas”, Sulzberger señala que “la prensa libre es fundamental para una democracia saludable y se podría decir que es la herramienta más importante que tenemos como ciudadanos. Da poder al público al proporcionar la información que necesitamos para elegir líderes, además de brindar la supervisión continua para mantenerlos honestos.”

El editor del New York Times señala que las redes sociales han presentado, sin querer, una amenaza existencial para los medios tradicionales. Advierte que Google y Facebook se han convertido en “los distribuidores más poderosos de noticias e información en la historia humana, desatando simultáneamente y de manera imprevista, una avalancha histórica de información errónea”.

En clara referencia a la tarea de cubrir las noticias en la era de Trump, Sulzberger dice: “En todo el mundo, la amenaza que enfrentan los periodistas es (ahora) mucho más visceral. El año pasado fue el año más peligroso jamás registrado para ser periodista, con docenas de asesinados, cientos de encarcelados e incontables miles acosados y amenazados.

Entre ellos están Jamal Khashoggi, asesinado y desmembrado por asesinos sauditas, y Maksim Borodin, un periodista ruso que murió al caer desde el balcón de su departamento después de revelar las operaciones encubiertas del Kremlin en Siria”. ¿Qué ha cambiado? Según el editor, “el trabajo duro del periodismo ha conllevado riesgos durante mucho tiempo, especialmente en países sin garantías democráticas. Pero lo que es diferente hoy en día es que estas brutales represiones están siendo aceptadas pasivamente, y tal vez hasta tácitamente alentadas, por el presidente de los Estados Unidos”.

La referencia de Sulzberger a Jamal Khashoggi es oportuna. La semana pasada, se cumplió el primer aniversario del asesinato de Khashoggi a manos de un grupo de tareas saudita, cuando el autor y periodista visitó el consulado de su país en Estambul, donde fue a buscar documentación para la legalización de su próxima boda. La inteligencia turca ha reunido pruebas que demuestran que, mientras estaba en el consulado, Khashoggi fue atacado, asesinado y su cuerpo desmembrado en un intento de ocultar el crimen.

La admiración de Trump por líderes autoritarios, desde Vladimir Putin a Kim Jong-un, ha socavado no sólo la reputación de EE. UU. como defensor de la democracia y de la libertad de expresión, sino que también ha envalentonado a los autócratas en todo el mundo

En un artículo publicado el mes pasado en The Washington Post, donde Khashoggi era colaborador, Ishaan Tharoor escribe: “Un puñado de funcionarios sauditas fueron acusados y castigados por las autoridades de Riad por organizar una operación supuestamente extra oficial. Pero funcionarios de inteligencia estadounidenses creen que el príncipe heredero saudita Mohammed bin Salman tenía conocimiento directo de la misión contra Khashoggi.” Tharoor añade que la realeza saudita niega la acusación y, con el apoyo del presidente Trump y sus aliados, (el príncipe) ha sido rehabilitado casi por completo en el escenario mundial”.

En su exposición en la Brown University, Sulzberger relata otros casos en los que el gobierno de Trump ha respaldado a las autoridades de regímenes autoritarios en detrimento de la prensa independiente de Estados Unidos. Tal es el caso de Declan Walsh, corresponsal del New York Times en Egipto.

Según el editor, hace dos años una fuente diplomática en Egipto contactó al periódico para advertir que el gobierno egipcio estaba a punto de detener a Walsh. Sulzberger explica que no era raro que los diplomáticos estadounidenses, como parte de la política del gobierno, adelantaran este tipo de inteligencia a los medios estadounidenses, cuando sus reporteros se encontraban en peligro. En este caso, sin embargo, dice el editor: “Supimos que el funcionario estaba transmitiendo esta advertencia sin el conocimiento o permiso del gobierno de Trump… Incluso, el funcionario temía ser castigado por alertarnos sobre el peligro”.

La admiración bien documentada de Trump por los líderes autoritarios, desde Vladimir Putin en Rusia hasta Kim Jong-un en Corea del Norte, ha socavado no sólo la reputación de EE.UU. como defensor de la democracia y de la libertad de expresión, sino que también ha envalentonado a los autócratas en todo el mundo, en cuanto a sus ataques abiertos a la prensa independiente.

Según concluye Sulzberger: “Esto no sólo es un problema para los periodistas. Es también un problema para todos, porque así es cómo los líderes autoritarios entierran información crítica, ocultan la corrupción e incluso justifican el genocidio”.

*Es periodista independiente, blogger, traductor, editor, escritor estadounidense. Es exeditor jefe del Buenos Aires Herald y colaborador de varias publicaciones en EE.UU. y Gran Bretaña y para la revista de negocios Apertura .


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