«El flamenco es una forma de vida»

Se expresa con la música, el baile y el cante jondo, pero no se puede explicar, sólo hay que sentirlo.

«El flamenco es una cosa que los andaluces guardan con mucho celo» expresó en nuestra redacción la bailaora flamenca Soledad Medhi, quien estuvo tres años perfeccionándose en España. Después de esa experiencia, Soledad suena muy gitana en sus palabras: «si bien ahora salió y en todo el mundo se conoce, no es fácil bailarlo. Es un sentimiento, algo muy desgarrado, muy apasionado».

Entre una bailaora y una bailarina la diferencia es fundamental, es abismal. Desde cómo mover el dedo de la mano hasta la punta del pie. Porque además del impulso que nace muy de adentro, hay que tener en cuenta la cosa creativa instantánea que tiene el flamenco. Y para colmo, aquí no hay coreografías donde sostenerse porque la bailaora es individual, se baila de a uno, no es un ballet.

«Se exalta la parte individual -asegura Soledad- y ningún bailaor te puede enseñar la misma cosa que enseña el otro. Cada uno interpreta. Si hacés un conjunto de personas, tenés que tener la coreografía armada, pero si te viene un guitarrista vas a tener que bailar lo que sale en el momento, lo que te va marcando».

Medhi estuvo tres años entre gitanos y eso la marcó mucho. En realidad se había ido por un verano para hacer un curso de un mes, pero «me enganché y no me podía venir» dice.

Ella y sus padres son argentinos, pero algo genético le hacía señas desde sus abuelos maternos que son originarios de Almería y de los paternos procedentes de Murcia. Ella obedeció a ese impulso, a ese llamado de la sangre y «estuve estudiando con el maestro Félix Romero, que en sus tiempos fue el bailaor de Carmen Amaya. Tienen 83 años pero tiene un oído y unos pies que te superan. El viejito está sentado con su bastón y te da vuelta y media», dice con una voz profunda y seseante.

Le preguntamos cómo se ve en los tablaos a Joaquín Cortés, ese joven que en todo el mundo ha redescubierto el baile flamenco como en la música supo hacerlo en su momento Paco de Lucía. «Es un trasgresor del flamenco clásico. A los que son más ortodoxos, por ejemplo a Félix, le cae mal. Los pies los mueve de modo espectacular porque respeta ciertas cosas como los compases que es lo fundamental del flamenco, pero después, lo demás del cuerpo y los brazos son movimientos más contemporáneos» explica.

«Yo aprendí los compases del flamenco más ortodoxo, que es la formación que te dan y después cada uno puede hacer lo que quiera».

Hay una especie de resucitación del flamenco que no sólo es el baile sino la música que invade con grupos como Ketama, fusionando el jazz con el flamenco. De alguna manera, las etnias han salido a las calles, pero en el caso del flamenco, que es muy cerrado, esto es casi una invasión de eso que ellos llevan con gran orgullo.

Algo más que un baile

«Para el pueblo gitano, que es el dueño del flamenco, es la primera vez que un arte propio trasciende las fronteras» nos dice Soledad Medhi. «Eso lo llevan ellos con mucho orgullo y pelean mucho el hecho de que no se deforme, como una manera de demostrar lo que son, porque es un pueblo muy discriminado».

«El flamenco para ellos más que un baile, es una forma de vida, de ver las cosas. Ellos van caminando y van marcando el pulso cuando caminan», ilustra Soledad.

Acerca del origen del flamenco, es algo discutido. «Una teoría se inclina por el lado de los árabes. El asentamiento moro en España hizo que se fusionaran los ritmos andaluces con lo árabe», explica. Y argumenta que el lamento de la voz en el cante jondo también tiene reminiscencias árabes, y también esa nostalgia, ese lamento, es el desgarro característico de los pueblos nómades».

Soledad, que vivió en Cádiz, argumenta que «al principio sentía que no iba a poder bailar porque era «paya» (no gitana) pero después te vas dando cuenta que también se puede llegar a ese pulso interior que no tiene explicación. En cuanto tomás confianza con alguien que es gitano y es flamenco y te dice «oh pero mira qué bien», te sube la autoestima».

Su conocimiento de las danzas españolas que había llevado de acá tuvo que descartarlo. «Félix me dijo «lo que has aprendido te lo olvidas y empiezas de cero». Es toda una formación para la que tenés que educar al cuerpo otra vez».

Para ejemplificar de alguna manera eso que es la danza flamenca, Medhi argumenta que «el cuerpo se estructura diferente; son todos los movimientos más cortados, más fuertes. Para conectarse con ese impulso no es necesario esperar un momento del día, está todo el tiempo conectado. Escucho música en mi casa y me dan ganas de cantar y eso que para hacer cante tenés que tener una voz que ni llegás. El cante sale como un impulso del baile mismo, sale desde abajo, los movimientos del cuerpo son como un canto. Cuando bailo, si me conozco la canción, la tarareo todo el tiempo y me retan por eso».

Sólo para ellos

Para bailar flamenco, tanto el hombre como la mujer lo hacen en forma individual pero «los movimientos del hombre, de la cintura para arriba, son más abiertos, más cuadrados, como los que hace el torero. Por otra parte, el pararse en el flamenco es como la carta de presentación del bailarín, algo muy plástico».

En un tablao, donde está integrado el canto, la danza y la guitarra, «hay gente que trabaja para eso, fundamentalmente para los turistas, pero sin embargo se divierten igual, lo pasan «pipa» como dicen ellos, porque le meten improvisación y se hacen chistes. Si bien es un trabajo, lo disfrutan. Pero por ahí las juergas flamencas privadas son más salerosas, tiene más vida. A la fiesta de la gitanería la vi desde afuera porque ellos son muy cerrados y para entrar en una casa tenés que tener alguna persona allegada que te invite porque si no, no entrás. Yo no pude acceder a eso porque muchos gitanos me veían como «paya» que quiere aprender flamenco. Son muy discriminativos. Si no sos gitana, no tienes duende» dice Soledad y admite sin embargo que «hay otros que no, pero por lo general son muy celosos de lo suyo. Por ahí te enseñan pero te dicen «de estos zapateos son siete grupos pero hasta ahora te voy a enseñar tres. Si lo merecés, te van dando el cuarto o el quinto. El séptimo no lo enseñan a nadie. Yo llegué hasta el quinto. Sigo siendo forastera», concluye esta mujer que sin embargo siente que tiene duende.

«Tenía un compañero gitano que me decía que bailaba bien, eso me halagaba mucho porque que un gitano te diga diga eso, es bueno. Las gitanas sin embargo, cuando ven bailar a una extranjera la miran mal.También es muy raro ver a gitanos que aprendan en una escuela porque eso lo reciben en la casa. Son familias, vienen de abuelos, de padres, de tíos, aprenden de chiquitos. Yo veía en Cádiz en los barrios que por ahí estaban los hermanitos de 9, 7, 4 años y el juego que tenían era que el nene le marcaba el pulso en la silla y la chiquita de cuatro años hacía cualquier cosa, pero jamás perdía el compás».

Tristezas y alegrías gitanas

Los diferente compases de la danza flamenca son: alegría, bulería, seguidillas, seguirillas, tango, tanguillo, martinete, rumba, tiento, taranto, y muchos más. Cada uno tiene su reglamento, su coreografía, su tiempo. Tienen movimientos muy característicos. Por ejemplo la bulería tiene un movimiento envolvente y es muy rápida, muy alegre, de palmas. El tiento o la soleá son más tristes. Las alegrías siempre hablan de los puertos, del mar y los marineros y las seguidilla y el tiento son lamentosos; la hora final, la muerte son sus temas. Es como el compás del fuelle de la fragua y muestra la hora final, que además es muy lorqueano.

También están las saetas que se cantan para semana santa y que son muy lamentosas. Las sevillanas son muy alegres, como las rumbas, que hablan de amores desencontrados.

«A mi me gustan las soleaes y las alegrías -dice Medhi-. En estos ritmos se puede trabajar más con el torso. Las bulerías son de fuerza, de más zapateo. Hay que tener mucha fuerza y aguantar mucho rato con el ritmo. Los pies son como un instrumento más y por eso a mí Félix me hacía trabajar mucho la técnica de pie, hasta que lo escuchaba como él quería. Hay que tocar con la puntita de atrás del taco, y la planta del pie, cuando se planta, debe tener un sonido especial, solamente hay que sentirlo».

Pero lo bueno es que el flamenco no tiene límite de edad ni de cuerpo, se ven mujeres bien adultas que bailan como los dioses.

El cuerpo tiene dos partes y se articulan diferente.Y Soledad ilustra la definición de esta danza tan particular con una frase que utilizan los bailaores: «de la cintura para abajo, como un toro; de la cintura para arriba, como una paloma». (C.V.)

Mujer que baila

El cuerpo erguido, como entrando a matar. Su torso tensado, arqueado hacia atrás, la espalda formando una curva que se quiebra en la cintura. La cintura remarcada por el vestido ajustado y con un escote que permite ver la tensión de los músculos, cuando los brazos se mueven como buscando el aire.

Los brazos que mueven unas manos que vuelan, blandas, que buscan asir el aire, que se vuelven bruscamente un palmoteo a contra ritmo, con fuerza, con un golpe seco. Y que de pronto vuelven a la caricia calma, sensuales, plásticas, anhelantes.

Y el cuerpo, la rigidez del cuerpo que permanece impasible ante la agitación de las piernas, ante el firme rebote de la punta y el taco, la punta y el taco, la punta y el taco, siguiendo el ritmo que marca la caja mientras las manos recogen la falda que se agita en ondas de mar por las vueltas del volado.

Las piernas que se plantan con un golpe seco, dejando un sonido plano. Las piernas que llevan el ritmo que nace desde el diafragma, desde la entraña de esa mujer envuelta en su vestido, blandamente envuelta en ese mantón con flecos que es como una prolongación de ella misma.

Una mujer que es toda fuerza, unas manos que son toda dulzura. Una mujer que son dos: la de abajo, fuerza de toro; la de arriba, blando vuelo de paloma. Una cabeza que es toda cabello agitado, alborotado, sensualmente cayendo en una cascada negra, ondulante, agua que baja desde la cima de la montaña hasta el desierto de los pechos, insinuados y firmes.

Realmente hay dos personas en una mujer gitana cuando baila: hay una sensual, que llama. Otra de fuerza, que se planta. Y en medio de ello, un canto que sale como el grito de su raza, cuando ya ni los pies ni las manos alcanzan para decir esa cosa intensa que lleva adentro, esa quemante lava, esa sangre que bulle en el tablao cuando la acosan las penas o las alegrías de su gente. Y ya.

Clara Vouillat


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