El hombre que dejó huellas indelebles en Cuba

Gabriel García Márquez dijo de él que ningún escritor extranjero, mucho menos un estadounidense, había dejado tantas huellas “a su paso por los sitios menos pensados” de Cuba. Y él mismo dejó constancia de su amor por la isla: “Amo este país y me siento como en casa”. Ernest Hemingway pasó la tercera parte de su vida en Cuba, donde escribió una parte significativa de su obra. “Yo siempre tuve buena suerte escribiendo en Cuba”, afirmó en una carta. Medio siglo después de la muerte del autor de “Por quién doblan las campanas”, Ada Rosa Alfonso Rosales, directora y “guardiana” de la casa donde vivió el escritor, la Finca Vigía, defiende la “cubanía” del Premio Nobel: “Hemingway vivió, amo y escribió en Cuba”. Hemingway llegó a Cuba por primera vez en 1928, acompañado de su primera mujer, Paulina Feiffer. Pero fue su tercera esposa, Martha Gelhorn, quien buscó y encontró la Finca Vigía, que Hemingway compró en 18.500 dólares, con dinero proveniente de los derechos de autor de “Por quién doblan las campanas”. En la Finca Vigía, situada en una pequeña colina de San Francisco de Paula, en las afueras de La Habana, terminó “Por quién doblan las campanas” y escribió “A través del río y entre los árboles”, “París era una fiesta”, “Islas del Golfo” y, por supuesto, “El viejo y el mar”, la “novela cubana” por excelencia. La Finca Vigía “es un buen lugar para trabajar, porque está fuera de la ciudad y enclavada en una colina”, declaró Hemingway en una entrevista de la época. Un periodista que estuvo “tras los pasos de Hemingway en La Habana”, Ciro Bianchi Ross, resume su vida en Cuba con muy pocas palabras: amó, hizo amigos perdurables, bebió y compartió su trago con los pescadores de Cojímar e, incluso, inventó un daiquiri especial que lleva su nombre. Pero, además, en Cuba escribió “El viejo y el mar”, la novela en la que, según él mismo dijo, encontró el tono literario que había buscado toda su vida y que le valió el Pulitzer y le dio la fama que lo impulsó al Nobel. Hemingway, como dijo García Márquez, dejó sus “huellas digitales” en los lugares “menos pensados” de La Habana. No sólo la Finca Vigía. La habitación 511 del hotel Ambos Mundos, donde se recluía para trabajar, su butaca favorita en el legendario bar Floridita y su silla con vista al mar en La Terraza de la playa de Cojímar, recuerdan su vida en Cuba, esa “isla larga, hermosa y desdichada”, como la describió en “Las verdes colinas de África”. Para nada recuerda más la presencia del escritor en Cuba que el célebre daiquirí que inventó en La Habana: ron “helado sin azúcar, pesado y con la copa bordeada de escarcha”, como lo describe el protagonista de “Islas del Golfo”. Cincuenta años después, el daiquirí de “Papa Hemingway” es la especialidad del Floridita: Dos líneas de ron, un golpe de limón y dos raciones de hielo frappé. (DPA)


Gabriel García Márquez dijo de él que ningún escritor extranjero, mucho menos un estadounidense, había dejado tantas huellas “a su paso por los sitios menos pensados” de Cuba. Y él mismo dejó constancia de su amor por la isla: “Amo este país y me siento como en casa”. Ernest Hemingway pasó la tercera parte de su vida en Cuba, donde escribió una parte significativa de su obra. “Yo siempre tuve buena suerte escribiendo en Cuba”, afirmó en una carta. Medio siglo después de la muerte del autor de “Por quién doblan las campanas”, Ada Rosa Alfonso Rosales, directora y “guardiana” de la casa donde vivió el escritor, la Finca Vigía, defiende la “cubanía” del Premio Nobel: “Hemingway vivió, amo y escribió en Cuba”. Hemingway llegó a Cuba por primera vez en 1928, acompañado de su primera mujer, Paulina Feiffer. Pero fue su tercera esposa, Martha Gelhorn, quien buscó y encontró la Finca Vigía, que Hemingway compró en 18.500 dólares, con dinero proveniente de los derechos de autor de “Por quién doblan las campanas”. En la Finca Vigía, situada en una pequeña colina de San Francisco de Paula, en las afueras de La Habana, terminó “Por quién doblan las campanas” y escribió “A través del río y entre los árboles”, “París era una fiesta”, “Islas del Golfo” y, por supuesto, “El viejo y el mar”, la “novela cubana” por excelencia. La Finca Vigía “es un buen lugar para trabajar, porque está fuera de la ciudad y enclavada en una colina”, declaró Hemingway en una entrevista de la época. Un periodista que estuvo “tras los pasos de Hemingway en La Habana”, Ciro Bianchi Ross, resume su vida en Cuba con muy pocas palabras: amó, hizo amigos perdurables, bebió y compartió su trago con los pescadores de Cojímar e, incluso, inventó un daiquiri especial que lleva su nombre. Pero, además, en Cuba escribió “El viejo y el mar”, la novela en la que, según él mismo dijo, encontró el tono literario que había buscado toda su vida y que le valió el Pulitzer y le dio la fama que lo impulsó al Nobel. Hemingway, como dijo García Márquez, dejó sus “huellas digitales” en los lugares “menos pensados” de La Habana. No sólo la Finca Vigía. La habitación 511 del hotel Ambos Mundos, donde se recluía para trabajar, su butaca favorita en el legendario bar Floridita y su silla con vista al mar en La Terraza de la playa de Cojímar, recuerdan su vida en Cuba, esa “isla larga, hermosa y desdichada”, como la describió en “Las verdes colinas de África”. Para nada recuerda más la presencia del escritor en Cuba que el célebre daiquirí que inventó en La Habana: ron “helado sin azúcar, pesado y con la copa bordeada de escarcha”, como lo describe el protagonista de “Islas del Golfo”. Cincuenta años después, el daiquirí de “Papa Hemingway” es la especialidad del Floridita: Dos líneas de ron, un golpe de limón y dos raciones de hielo frappé. (DPA)

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