El horror de Cardoso
Cuando el presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso se afirmó «horrorizado» toda vez que se enteraba del traslado a su país de otra empresa hasta entonces asentada en la Argentina, los más dieron por descontado que lo que le molestaba habría sido el golpe presuntamente asestado a su socio mercosureño, pero por tratarse de un mandatario de ideas socialdemócratas es probable que lo que tuviera en mente fueran las razones por las cuales ciertos fabricantes han optado por mudarse. Como Cardoso entenderá muy bien, estamos ante un caso clásico de «dumping» social disfrazado de política industrial «activa». Lo que están buscando los tránsfugas -los cuales también están abandonando a los estados brasileños más desarrollados como San Pablo y Río Grande do Sul- no es mano de obra mejor preparada que la disponible en nuestro país o leyes más equitativas, sino trabajadores que se conformen con aún menos de lo que podrían percibir aquí, sindicatos más débiles o todavía más venales, además, obvio es decirlo, de subsidios, privilegios impositivos y servicios baratísimos.
En otras palabras, lo que esta migración tan comentada está reflejando no es la presunta superioridad de la política económica instrumentada por los gobiernos de los estados brasileños involucrados; es la evidente indiferencia de estos mandatarios hacia el bienestar de sus habitantes y su voluntad de sacrificar sus intereses de mediano y largo plazo a sus propios intereses inmediatos. Se trata, pues, de una competencia en la que no nos convendría participar. Para igualar la oferta de los estados brasileños, nuestros gobiernos, trátese del nacional o de los provinciales, tendrían que reducir aún más los salarios reales de los trabajadores, proeza que podrían llevar a cabo mediante una megadevaluación, olvidarse de las leyes laborales, dejar de preocuparse por nimiedades como la contaminación ambiental, bajar los impuestos para quienes más ganan y obligar a la ciudadanía a compartir los costos de los insumos de energía. Bien, ya sabemos que al gobierno le interesa «seducir» a los inversores, pero ¿estaría dispuesto a ir a tal extremo a fin de lograrlo?
Si lo que buscaran todos los inversores fueran salarios bajísimos, regímenes legales permisivos y gobernantes locales dispuestos a hacer virtualmente cualquier cosa a fin de complacerlos, ya se habría producido un éxodo masivo de empresarios desde los países avanzados como los Estados Unidos, los miembros de la Unión Europea y el Japón, donde los salarios son altos y las reglas severas, hacia la India, Bangladesh, el Africa Subsahariana y las zonas más pobres de América Latina, pero los temores de muchos sindicalistas en este sentido no obstante, por ahora no se ha dado señal alguna de que dicho fenómeno esté por concretarse. ¿Por qué? Porque si bien para una franja industrial labor-intensiva de tecnología relativamente rudimentaria los salarios y las posibilidades brindadas por la miseria ajena pueden ser muy importantes, para la mayoría de las empresas ni siquiera comenzarían a atenuar las desventajas planteadas por el subdesarrollo.
La Argentina no es un país plenamente desarrollado -por el contrario, en muchas provincias las condiciones son propias de partes de Africa-, pero a pesar de todo tiene más en común con el Primer Mundo que con el Tercero. Así las cosas, para competir tendrá que intentar mejorar las cualidades que la acercan a los países más ricos del hemisferio norte en lugar de medirse con el nordeste brasileño. Si sus gobernantes se dejan impresionar por los argumentos esgrimidos por la clase de empresario que preferiría trasladarse a Bahía por encontrarla más atractiva que Buenos Aires o Córdoba, para entonces hacer lo que puedan para que las condiciones locales sean equiparables con las vigentes en zonas que están entre las más miserables de la Tierra, el futuro del país no sería exactamente promisorio. Sin embargo, a juzgar por la retórica de ciertos lobbistas sectoriales y políticos, la estrategia de apostar al «horror» tiene partidarios en el país.
Cuando el presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso se afirmó "horrorizado" toda vez que se enteraba del traslado a su país de otra empresa hasta entonces asentada en la Argentina, los más dieron por descontado que lo que le molestaba habría sido el golpe presuntamente asestado a su socio mercosureño, pero por tratarse de un mandatario de ideas socialdemócratas es probable que lo que tuviera en mente fueran las razones por las cuales ciertos fabricantes han optado por mudarse. Como Cardoso entenderá muy bien, estamos ante un caso clásico de "dumping" social disfrazado de política industrial "activa". Lo que están buscando los tránsfugas -los cuales también están abandonando a los estados brasileños más desarrollados como San Pablo y Río Grande do Sul- no es mano de obra mejor preparada que la disponible en nuestro país o leyes más equitativas, sino trabajadores que se conformen con aún menos de lo que podrían percibir aquí, sindicatos más débiles o todavía más venales, además, obvio es decirlo, de subsidios, privilegios impositivos y servicios baratísimos.
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