El médico alemán que trajo al mundo a políticos neuquinos

En San Martín de los Andes, Rodolfo Koessler hizo historia por vocación y por servicio. Atendía a la gente del pueblo y a las comunidades mapuches. Vio nacer a Quiroga, Carro y Parrilli.

La preocupación que se respiraba en la habitación matrimonial esa mañana de domingo atravesaba las paredes de la casa de la calle Brown al 600. El diagnóstico no era para nada alentador. El nerviosismo se reflejaba en el rostro y la mirada de su padre. Sergio Schoroh tenía apenas 8 años.

Sin embargo, esas imágenes permanecen intactas en su memoria. Su madre, Ana María Chidiak había dado a luz con mucho dolor y dificultad a su hijo. El parto se había complicado demasiado porque el pequeño se había “enroscado” con el cordón umbilical y peligraba su vida.

“Me acuerdo que mi hermano apenas respiraba y estaba azul”, recordó. “Entonces, el doctor Rodolfo Koessler, que había asistido a mi madre en el parto, dijo que había que colocarle una inyección para reavivar el corazón de mi hermano”, narró. No había otra alternativa.

Su hermano sobrevivió y sus padres lo bautizaron como Gerardo Rodoldo Schoroh. El segundo nombre fue un reconocimiento al médico que le había salvado la vida ese 25 de noviembre de 1962.

Federico Koeesler, nieto del médico, frente a la casona donde atendió su abuelo. Hoy es una confitería. Foto: Patricio Rodríguez

Por eso años, San Martín de los Andes no tenía hospital como para atender esos casos graves. Sergio nunca olvidó esos minutos.

Ese hombre de baja estatura, que caminaba con ritmo cansino y las manos en la espalda por las calles de San Martín de los Andes, había asistido a su madre en los partos de sus cinco hijos. Años después, Sergio se convirtió en intendente durante el período 1999-2003.

“Era una persona muy querida el doctor”. “La gente le pagaba con una gallina, con perejil”

Brunilda Rebolledo (exintendenta).

Partos


Koessler estuvo en los partos de otros exintendentes, como Jorge Carro y Horacio Quiroga y del senador Oscar Parrilli. También atendió a Aurelia Tizón, la primera esposa de Juan Domingo Perón, que en esos años era un ignoto capitán del Ejército que trabajaba en Junín de los Andes.

El médico alemán, que se sentía orgulloso de cumplir años el 25 de mayo y enarbolaba una bandera argentina en su vivienda, asistió a cientos de mujeres en sus partos. Por sus manos pasaron hijos de peones, de mapuches, estancieros o comerciantes. Antiguos pobladores que forjaron San Martín de los Andes.

Había logrado acceder a los mapuches que vivían en la zona a partir de su trabajo. No fue fácil. Pero tuvo el apoyo incondicional de su esposa, Bertha Ilg, que lo ayudó a crear un vínculo con miembros de esas comunidades.

Rodolfo y Bertha habían arribado a la Argentina en 1912. Por esos años, miles de inmigrantes llegaron al país con sus valijas cargadas de ilusiones.
Ambos eran oriundos de Baviera, Alemania. Rodolfo había nacido el 25 de mayo de 1886 en Munich.

La casona donde atendía el doctor de los políticos neuquinos. Gentileza


Se recibió de médico cirujano con diploma de honor de la Universidad de Heidelberg. Bertha egresó de la Escuela de Enfermería de Frankfurt. Se conocieron en 1911, en el hospital de Frankfurt.

Como la familia de Bertha no aceptaba la relación, resolvieron casarse en secreto en Génova, Italia. Después, viajaron hacia la Argentina.

En esta casona el médico Rodolfo Koessler asistía a las parturientas. Hoy es una confitería. Foto: Patricio Rodríguez

Diferencias

“Había tres diferencias muy fuertes para la sociedad alemana de esa época. Bertha era 5 años mayor, ella era católico y él era luterano, ella era noble y mi abuelo no”, rememoró Federico Koeesler, nieto de la pareja.

Comentó que eligieron Argentina porque su abuela estaba muy interesada en investigar aquellos pueblos que no tenían lengua escrita. Le apasionaba todo lo relacionado con la tradición oral.

Trabajaron en el Hospital Alemán de Buenos Aires. En 1913 nació la primera hija del matrimonio, Elizabeth. Pero ocurrió un hecho desgraciado que afectó a Bertha.

“La asaltaron en el barrio de Belgrano, la durmieron con cloroformo; algo inusual en ese momento y quedó traumada. Era un país extraño para ella, la barrera del idioma”, recordó Federico. Su abuelo le pidió a su esposa que regresara a Alemania a mostrarle la hija a sus padres.

“Lo íbamos siempre a saludar con mis padres para su cumpleaños y me acuerdo que valoraba mucho un buen coñac de regalo”.

Jorge Carro, exintendente
Federico Koeesler, nieto del recordado médico de San Martín de los Andes. Foto: Patricio Rodríguez

Bertha retornó en 1913 a Alemania con su hija. Un año después, estalló la Primera Guerra Mundial.

Bertha dejó a su hija al cuidado de su hermana, porque se fue a trabajar como enfermera cuatro años en el frente de batalla.
Koessler fue a buscarla en 1920 a Alemania. Regresaron a la Argentina, pero la hija quedó al cuidado de su hermana para que la criara “al estilo europeo”.

La pareja retomó su trabajo en el Hospital Alemán de Buenos Aires. Enrique Schroeder, nacido en Munich, les despertó la curiosidad por la Patagonia.

El hombre se había ido a atender a Buenos Aires y les contó historias y anécdotas de la vida en las estancias. Era administrador de la estancia Collunco. Así, los persuadió de que se vinieran hasta San Martín de los Andes. La idea era que Koessler atendiera a los peones de las estaciones de la zona.

La llegada

Federico contó que sus abuelos llegaron en tren a Zapala, en 1920. El hombre que los ayudó con sus valijas cuando se enteró de que su destino eran San Martín de los Andes no les dio muchas chances. “En un mes y medio están de vuelta: indios, frío, viento, nieve”, les advirtió.
Por esos tiempos, el viaje desde Zapala hasta San Martín de los Andes se hacía en carreta y demandaba un mes y medio porque no había caminos ni puentes.


Koessler y su esposa se instalaron en 1920, cuando el pueblo tenía unos 400 habitantes.

Federico contó que sus abuelos habían alquilado una habitación en el Hotel Lácar. Allí, Koessler comenzó a atender a sus primeros pacientes.

El nieto del médico Rodolfo Koessler con uno de los chops que el alemán utilizaba en su etapa estudiantil. Foto: Patricio Rodríguez

Después compraron una casita, que era como un almacén de campo. Allí, el médico armó su consultorio y otro espacio para la enfermería. La casa fue declarada hace varias décadas patrimonio histórico, pero el reconocimiento solo quedó en una placa.

“Mi abuelo atendía toda gente de la zona porque no había salita ni hospital”, explicó Federico.


Pero Koessler no se quedó quieto. Empezó a recorrer senderos y huellas por la zona cordillerana para asistir mujeres en sus partos, para curar peones, estancieros y mapuches, sin distinción.


Dijo que su abuelo era “un poco de todo”. Era cirujano, ginecólogo y hasta dentista. “Hacía de todo y lo que no sabía, lo tenía que aprender”, agregó Federico.

Las drogas llegaban a cuentagotas por esas décadas del siglo XX. Por eso, Koessler debía elaborar hasta algunos medicamentos. Así, incursionó en la homeopatía. También aprendió de antiguos mapuches el arte de las hierbas medicinales. En esa tarea fue clave Bertha, que tuvo un acercamiento directo a los saberes de la medicina ancestral de las familias mapuches.

En la actualidad, el interior de la casona donde atendió el histórico médico de San Martín de los Andes. Foto: Patricio Rodríguez

Las recorridas

Eran años donde el médico tenía que salir a caballo, porque no había otro medio. Por eso, en la casa de su abuelo había dos palenques: uno para Koessler y el otro para el enfermo.

El dinero por esa zona era casi desconocido. El trueque era la forma de intercambio. Federico recordó que era común que su abuela recibiera gallinas o un cordero por la atención prestada. Aunque muchas veces era gratis.

Federico rememoró que su abuelo tenía que salir a caballo con lluvia, nieve. Vadear ríos. A veces, Koessler regresaba varios días después a su casa, cuando se iba recorrer Huachulafquen o a Collon Cura.

Eran de esos médicos hechos de otra madera. Si había que atender de madrugada una emergencia, no ponía excusas. Años después, cuando tuvo un vehículo pudo ir a lugares mas alejados.

“La gente le tenía mucha confianza. Podía estar tres o cuatro días sentado en una silla esperando que su paciente mejore”, relató Federico, que estimó que su abuelo asistió miles de partos.


Federico es el más chico de los 11 nietos de Koessler. Recordó que su abuelo le enseñó a jugar al ajedrez, cuando venía a pasar los veranos con él a San Martín de los Andes. En una ocasión disputaron 27 partidas en varios días. “El desempate, calculo que me lo dejó ganar”, refirió.

“El consultorio de mi abuelo era un lugar donde los nietos no entrábamos por la asepsia”, señaló.


El nombre de su abuelo quedó grabado en una avenida de San Martín de los Andes. El intendente de ese momento le pidió a los hijos de Koessler que lo llevaran a una hora determinada a la entrada del pueblo. Era el 4 de febrero de 1964. Asistió toda la familia. Los seis hijos de su abuelo y los nietos.
En ese sencillo acto le pusieron el nombre de su abuelo a esa calle. “Era una calle en la entrada del pueblo y yo le decía a mi papá: pero eso es en el campo. Yo estaba ofendido porque no era en el centro. Mi padre me dijo: esperá que crezca el pueblo”.

“Ejerció el arte de curar en las más adversas condiciones”.

Lidia Mora (jubilada de Parques Nacionales).

El legado

Hoy esa calle se convirtió en una avenida de entrada a San Martín de los Andes. Las nuevas generaciones saben poco de la historia de esa avenida. Mucho menos los miles de turistas que circulan por ese lugar.
La muerte de Bertha en 1965 golpeó fuerte a su abuelo. La mujer dejó decenas de libros publicados, como la obra “Cuentan los Araucanos”. Era una lingüista que hablaba 7 idiomas.

La pareja, en la casa de San Martín de los Andes, en la década del 60.


Pocos años después, Koessler sacó la chapa de su casa que lo identificaba como médico. Decidió regresar a Alemania, donde se reencontró con sus afectos después de 48 años.
La emoción fue tan intensa que a su regreso a Buenos Aires sufrió un coágulo en la cabeza y estuvo en coma en el Hospital Alemán. Los médicos no le dieron esperanzas a la familia. Koessler despertó, pero no pudo caminar. Se retiró en una silla de ruedas “que yo empujaba”, narró Federico.


Regresó a San Martín de los Andes, cumplió los 90 años y al mes y medio falleció. Era el invierno de 1976.
Afirmó que para su abuelo “el juramento hipocrático no tenía fronteras”. “Yo le cobré siempre a lo que tenían plata o podían pagar”, recuerda que le decía su abuelo. En el libro de asistencia dejó todo anotado. Y en una columna tenía la información de quién pagó. “La mayor parte estaba en blanco”, destacó su nieto.


El perfil de un hombre sencillo

Era una persona muy pacífica. Tenía una andar cancino, siempre con las manos atrás. Inspiraba respeto”, rememoró la exintendenta Brunilda Rebolledo.


Dijo que su familia -pionera de San Martín de los Andes- vivía al lado de la casa de Koessler. “Él era un médico rural porque atendía a la gente del pueblo y de las comunidades mapuches”, aseguró. Dijo que Koessler tenía en su casa el consultorio y la enfermería. “Mi madre fue niñera de uno de los hijos de Koessler, por el año 30”, sostuvo.


“A mí me recibió el y a mis dos hermanos también”, relató Jorge Carro. Recordó que el médico atendió a su primo Esteban Carro. Fue en 1965 y estimó que fue tal vez su último parto.
“Lo íbamos siempre a saludar con mis padres para su cumpleaños y me acuerdo que valoraba mucho un buen coñac de regalo”, dijo Carro. Estuvo con sus padres en el cumpleaños 80 de Koessler.


Señaló que el médico tenía en su casa como un pequeño y elemental hospital. Recordó que Koessler era un apasionado de los caballos. Y le gustaban las carreras.


“Un 25 de mayo se organizó una carrera. La largada fue en la entrada del pueblo y la casa de Koessler estaba en el centro”, describió Carro. Dijo que la gente se había reunido en la plaza para la llegada.
Carro detalló que corrió el mejor caballo de Koessler contra uno que había venido especialmente desde Junín de los Andes a desafiarlo. “Largaron y el caballo de Koessler venía adelante, del lado izquierdo y cuando se acercó a la casa del doctor, se le metió en el granero”
, contó, sonriendo, el exintendente, entre 2003 y 2007.


“Lo recuerdo como un hombre un poco parco, que le gustaba jugar a las cartas en el club Lácar”, añadió. La imagen que recuerda es la de Koessler camino al club, con las manos atrás siempre, de sombrero y sobretodo.
“Entre 1949 y 1962 nacimos cinco hermanos en Brown al 600. En todos los partos, el doctor Koessler asistió a mi madre, Ana María Chidiak. Mi padre, José Schoroh, colaboraba con la palangana con agua caliente”, enfatizó el exintendente Sergio Schoroh.


Su madre tiene 93 años. Y su hermano, Gerardo Rodolfo, 58.
Cinco años después de aquel parto complicado, Gerardo Rodolfo contó que sufrió un reuma cardíaco, pero lo superó. “Le decían El Doctor. Era una persona muy tímida, pero con una sabiduría de vida impresionante”, destacó Gerardo Rodolfo. “Me pusieron Gerardo por un amigo que le salvó la vida a mi papá y Rodolfo por el doctor”, explicó.


“Fue médico clínico, cirujano, dentista, naturista, farmacéutico”, puntualizó. “Era parco y austero. Con mucha paciencia para atender”, refirió. Dijo que lo recuerda caminando por la avenida San Martín saludando a todo el mundo yendo al Club Lácar.

“Acá a muchos nos hizo nacer. Era una persona muy bondadosa. Recorría lugares inhóspitos a caballo para asistir a la gente”, contó Lidia Mora. “Para nosotros es un símbolo”, enfatizó.


“Atendía sin diferencias a la gente de las comunidades como a la del pueblo, sin cobrar”, afirmó. “En ese momento no se comercializaba con la salud”, valoró. “Hizo una tarea humanitaria ejemplar”, destacó. “Por eso, una avenida tiene su nombre”, apuntó.


Maclovia Torres recordó que Koessler “tuvo que vérselas, primero, con todas comunidades mapuches para entrar en confianza”. Hasta que logró que tomaran mate con él.
Rememoró que Koessler “hacía de todo”. “Tenía una máquina a pedal para sacar dientes”, recordó. “Mi madre una vez tuvo una infección muy grande en la dentadura y él la atendió”, advirtió.


“Una vez lo llaman de una estancia y lo viene a buscar un jinete con otro caballo a la par. Lo necesitaban para atender a una señora. El doctor estaba en una cena de gala en el Club Lácar, de levita, Salió a caballo y en el viaje el animal corcoveó; Koessler cayó al barro y así y todo llegó a atender”, relató Maclovia.
Dijo que a ella y sus hermanos los atendió varias veces cuando eran chicos. “Tenía simpatía. Era accesible. Hablaba un castellano duro. Es que el alemán es un idioma muy difícil”, enfatizó.


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