Facebook, Twitter, Instagram: ¿cómo te llevás con las redes sociales?

Hoy se celebra el día de las redes sociales. Sin dudas cambiaron la manera en la que nos comunicamos. El uso medido y responsable es clave a la hora de crear un usuario y comenzar a intercambiar información.

La revolución de la época se lleva a cabo desde el sillón de la casa con solo deslizar los dedos pulgares sobre una pantalla. Hoy, se celebra el día de las redes sociales en el mundo y se vuelve a plantear uno de los primeros desafíos para la humanidad: dilucidar cómo hacer para que los poderosos inventos y avances tecnológicos no se vuelva en su contra, sino a su favor.


El día de las redes sociales surgió en 2010, cuando el portal de noticias de entretenimiento y tecnología Mashable, nacido en Reino Unido, impulsó su celebración. Aunque no es un festejo oficial, busca darle entidad a la forma drástica en la que, con la aparición de internet, las plataformas virtuales cambiaron la manera en la que las personas se comunican, consumen información y percibe el mundo.

El nuevo informe Digital 2021 elaborado por Hootsuite y We Are Social muestra que casi el 50% de los usuarios de internet a nivel mundial dice que utiliza las redes sociales para conectar con sus amigos y familiares, y más del 36% lo hace para leer las noticias.

El reporte determinó que la población argentina es de 45.40 millones de personas y el número de dispositivos móviles es de 55,19 millones a nivel nacional, es decir que la cantidad de conexiones a través de celulares, tablets y portátiles superan a la población total (121.6%).

En el caso de las redes sociales, su uso creció en un 5,9% en el país, lo que representa 2 millones de nuevos usuarios.


Las cifras revelan lo importante que son en la sociedad. El mundo cambió y seguirá cambiando. El concepto de “aldea global” acuñado por el sociólogo Marshall Mcluhan cobra más fuerza que nunca. Las personas se conectan e interactúan en un nuevo espacio que se convirtió en una extensión de sus cuerpos, entre lo presencial y lo digital.

Las redes sociales que más se usan en Argentina son YouTube, WhatsApp, Facebook e Instagram. Actualmente hay 36,32 millones de internautas, lo que representa el 80% de la población y de ese valor total, el 79.3% usa redes sociales.

Esto demuestra que la convivencia y la ciudadanía no se viven sólo cara a cara, sino a la distancia, mediada por múltiples pantallas, que son los nuevos escenarios de la vida. Allí, y hoy más que nunca, las personas se enamoran, trabajan, estudian, viajan, compran.


Las redes sociales pueden ser de gran utilidad para la humanidad, y así lo demostraron en la pandemia. Con el aislamiento por coronavirus, las redes cobraron una importancia vital en las interacciones y atravesaron más que nunca a las instituciones.

La cibercultura no tiene chance de volver atrás, como no lo tuvieron la imprenta, o la televisión. Muchos advierten las consecuencias negativas de un uso irresponsable. De lo que no cabe dudas, es que marcan una nueva forma de comunicarse y son el signo de la revolución más grande de los últimos años.


Redes… ¿Se puede vivir sin ellas?



Por Verónica Bonacchi

Nunca aprendí a jugar al truco. Me olvido si vale más el ancho de espada o el de bastos; no sé si el tres de copas sirve para algo. Cada vez que proponen jugar, quedo afuera. Pero no siento nada: ni envidia por escuchar cómo se ríen, ni reproches a mi misma por mi falta de interés, ni cuestionamientos a mi inteligencia por no entender el juego.

Con las redes no es igual. Hago esfuerzos, me enojo, dudo y no termino de decidir si las odio o las necesito. O las dos cosas a la vez.

Ensayo cara de admiración cuando alguien me cuenta que un TikTok suyo tuvo dos millones de visualizaciones; le pongo un corazoncito a una amiga, cuando saluda a sus hijos por el cumpleaños; reacciono con aplausos a la historia de otra sobre el hospital. Lo último me parece que merece el aplauso. Pero me pregunto si tengo que explicarles a mis hijos por qué nunca les deseo nada por las redes; por qué no posteo fotos de ellos cuando tienen algún logro.


A veces hago pruebas: saco una foto, le pongo un título, la subo a Instagram. No soy graciosa. Sumo 38 me gusta. Ni siquiera sé por qué alguien puede seguirme; no tengo nada para decir. ¿tengo que tener cosas para decir? ¿Siempre?

Me enredo. Una mañana, cuando termino mi columna en la radio del diario Río Negro, la conductora me pide que diga cómo pueden contactarme a través de las redes. Trastabillo como si me hubiera pedido que diga los números de documento de mis hijos. No me los sé de memoria. Tampoco sé cómo me llamo en las redes, aunque tenga cuenta en Instagram y otra en Twitter, de la que ni siquiera recuerdo la contraseña. La conductora se da cuenta de mi silencio y ella es la que dice cómo pueden contactarme.

Otras veces, me enojo. “Todo el mundo está hablando de lo que pasó con Ibai”, me dice un periodista, que me explica por qué las figuras deportivas prefieren hablar por Twich antes que en un estudio de televisión. Parece que es una especie de enfrentamiento entre las nuevas y las viejas formas de hacer periodismo. Me debato entre ser amarga o moderna y mientras escucho, tengo diálogos imaginarios: ¿Twitter es todo el mundo? ¿yo soy el periodismo viejo? ¿se existe si y solo si tenemos redes sociales? ¿Se puede vivir al margen o se pierde mucho de lo que se dice, se piensa y se cree en este planeta? ¿Se mide nuestro amor a nuestros seres queridos por la cantidad de posteos en los que aparecen? El tiempo que pasamos ahí, ¿es tiempo ganado o perdido?

Recupero mi contraseña de Twitter; entro. Descubro que desde la radio me etiquetaron cada vez que hablé. Pero eso no cambió nada. Soy como una espía de incógnito. No opino, no publico, no retuiteo, no existo. Veo que mi nombre ahí es tan largo que aparece así: veronicabonacc1. Imposible que lo diga de corrido. Me quedo un rato mirando qué pasa en Twitter. Me río un par de veces. Algunas opiniones me parecen inteligentes. La mayoría me parecen exabruptos furiosos. Llevo media hora leyendo cosas de gente que honestamente, sólo me llenan de más enojo y que francamente no me importan. Cierro mi cuenta. Algo menos que recordar.

Con las otras dudo. No sé si es inteligente o insensato, arriesgado o un esfuerzo inútil darme de baja de todas las redes sociales. Voy a quedarme con dos. Quizás tenga algo que decir, y no me animo a apagarme por completo.


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