El peor alumno
Convendría que los gobernantes y legisladores pensaran menos en el FMI y los mercados y mucho más en el país mismo.
Hasta hace muy poco, muchos insistían en que la Argentina era la mejor alumna del Fondo Monetario Internacional, pero que a pesar de hacer bien todos los deberes sólo recibía bofetadas. Huelga decir que se trataba de una ilusión. Lejos de ser la alumna aplicada de la mitología populista, la Argentina siempre se ha destacado por la voluntad de sus dirigentes de firmar compromisos que después serían archivados bajo una variedad de pretextos políticos o sociales. Puede que sea posible justificar cada uno de los planteos -ciertas medidas resultaban «inviables» porque el gobierno no contaba con el poder legislativo necesario, la situación social sí era a la vez trágica y peligrosa, y así por el estilo-, pero tales excusas no han sido óbice para que a la hora de rendir examen el país haya merecido una serie de notas lamentables.
Así las cosas, puede entenderse el fastidio que sienten tanto los jerarcas del FMI como los funcionarios de países como los Estados Unidos, que saben muy bien que de organizarse un nuevo rescate serían sus contribuyentes los llamados a aportar el dinero. Aunque a esta altura muchos comprenderán que la mejor solución podría consistir en «expulsar» al alumno engañoso para que aprenda a depender de sus propios recursos, no quieren hacerlo por temor a las consecuencias no sólo para el país mismo sino también para el resto de América Latina y los mercados mundiales. Luego de haber invertido mucho dinero y una parte sustancial de su prestigio en la Argentina, no les causaría ninguna gracia tener que confesar haberse equivocado. Por supuesto, los representantes de nuestro país, empezando con el presidente Fernando de la Rúa y el ministro de Economía, Domingo Cavallo, son perfectamente conscientes de esta realidad y no vacilan en aprovecharla en todo momento, aunque a la larga el resultado es previsiblemente negativo.
Entre las causas de la prolongada decadencia tanto de la economía como del país en su conjunto está la idea, ya profundamente arraigada, de que los gerentes económicos de turno deberían privilegiar la relación con el FMI y, a través de él, con los mercados nacionales. Ultimamente, casi todas las medidas que se han tomado han sido decididas sobre la base de esta obsesión. A primera vista, podría considerarse saludable que los responsables de manejar las finanzas nacionales se hayan acostumbrado a prestar más atención a personas que están familiarizadas con el funcionamiento de las economías modernas y que, para colmo, se han esforzado por entender los problemas particulares de países subdesarrollados, que a las propuestas por lo común irracionales de los demagogos locales más estridentes, pero la verdad es que la actitud así supuesta ha resultado ser contraproducente. Habituados al engaño, a prometer cumplir con rigor los acuerdos para después dedicarse a encontrar motivos para hacer lo menos posible, son muchos los dirigentes que se las han ingeniado para convencerse de que obrar mal es un deber patriótico, tesitura que podría compararse a aquella de ciertos alumnos presuntamente talentosos que se enorgullecen de su capacidad para conservar el respeto de sus maestros pese a que sus notas hayan sido sumamente malas.
Pues bien: convendría que los gobernantes, trátese de representantes del Poder Ejecutivo nacional o de los gobiernos provinciales, además de aquellos legisladores que militan en la oposición circunstancial, pensaran menos en la relación con el FMI y los mercados y mucho más en el país mismo. Engañar a los «inspectores» fondomonetaristas puede parecer muy astuto, pero ocurre que para la economía nacional los pequeños logros que se registran toda vez que resulte necesario renegociar el acuerdo más reciente constituyen reveses a expensas de la ciudadanía del país. Mal que les pese a los «dirigentes», en última instancia los intereses de la comunidad internacional coinciden con aquellos del pueblo argentino, porque nada complacería más a «los poderosos del mundo» que la transformación de un país relativamente pobre, errátil y nada confiable en uno próspero, estable y cada vez más productivo. Lo mismo que en el colegio, los triunfos sobre «el maestro» raramente son gratuitos: suelen tener que pagar por ellos los alumnos que, a cambio de darse un gusto pasajero, pueden quedar rezagados de por vida.
Hasta hace muy poco, muchos insistían en que la Argentina era la mejor alumna del Fondo Monetario Internacional, pero que a pesar de hacer bien todos los deberes sólo recibía bofetadas. Huelga decir que se trataba de una ilusión. Lejos de ser la alumna aplicada de la mitología populista, la Argentina siempre se ha destacado por la voluntad de sus dirigentes de firmar compromisos que después serían archivados bajo una variedad de pretextos políticos o sociales. Puede que sea posible justificar cada uno de los planteos -ciertas medidas resultaban "inviables" porque el gobierno no contaba con el poder legislativo necesario, la situación social sí era a la vez trágica y peligrosa, y así por el estilo-, pero tales excusas no han sido óbice para que a la hora de rendir examen el país haya merecido una serie de notas lamentables.
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