El precio del caos
Frente a riesgos como el supuesto por el sida, el país necesita contar con defensas administrativas mejores.
La razón por la cual los estragos ocasionados por el sida han sido menores a los esperados en el Primer Mundo, pero decididamente peores en los países más atrasados del Tercero, puede resumirse en una sola palabra: eficiencia. Donde hay servicios médicos que funcionan bien y las autoridades han podido impulsar el uso de profilácticos, el virus ha resultado controlable. En cambio, en aquellas regiones en las que los servicios médicos apenas existen, los desórdenes de todo tipo son constantes y los prejuicios populares o religiosos pueden más que el sentido común, el sida está provocando tantas muertes que pueblos enteros corren el riesgo de ser reducidos a un puñado de sobrevivientes miserables.
La enfermedad que se declaró por primera vez en la comunidad homosexual de California sigue preocupando a los habitantes de los países avanzados, pero creen poder convivir con ella. En Africa, en cambio, el panorama es muy distinto. En un país, Botswana, se estima que el 39% de los adultos ha sido infectado, lo cual significa que dentro de aproximadamente diez años desaparecerá la mayor parte de la población activa. En Sudáfrica, los infectados superan los cuatro millones, el diez por ciento del total. Según las Naciones Unidas, estas cifras significan que hasta la mitad de los adolescentes actuales de varios países africanos morirá de sida antes de cumplir los treinta años. Es inevitable una catástrofe de dimensiones medievales, pero a menos que se frene muy rápidamente la difusión del virus, las consecuencias podrían ser aún peores que las ya previstas.
Frente a este fenómeno como a tantos otros, la Argentina está en una situación intermedia. Los servicios médicos son muy superiores a los existentes en Africa y el país está decididamente mejor organizado, aunque según las pautas primermundistas las deficiencias son muchas. Pero esto no quiere decir que el sida no plantee una amenaza muy grave. Como la experiencia africana ha mostrado, si por ignorancia, desidia o principios religiosos las autoridades tardan en tomar todas las medidas necesarias para hacer frente al mal, éste puede expandirse a una velocidad desconcertante. Hace apenas quince años, la tasa de infección en el sur del Africa estaba por debajo del uno por ciento, y algunos gobiernos insistieron en que por algún motivo el sida no se propagaría más en su país, pero en muchas zonas ya ha superado el treinta por ciento. Este cambio devastador ha sido posible porque pueden transcurrir años entre la fecha de infección y la declaración de la enfermedad. En países mal organizados, los portadores son «invisibles», por decirlo así, lo cual hace insoslayable un interrogante nada agradable: ¿cuántos argentinos tienen el virus en su cuerpo sin sospecharlo? Puesto que son muchos los bolsones de pobreza en los cuales los servicios sociales son mínimos, la respuesta podría resultar sorprendente: sólo a un iluso se le ocurriría creer que todos los portadores del virus han sido debidamente registrados.
La ofensiva del sida en Africa puede atribuirse en buena medida a la extrema precariedad de los Estados de la región: con pocas excepciones, son clientelistas y corruptos, manejados por políticos inescrupulosos que están más interesados en su propio poder que en el bienestar de la gente. En otras palabras, se asemejan en cierto modo a algunas administraciones provinciales en nuestro país, lo cual plantea un desafío urgente no sólo a los dirigentes locales sino también al gobierno nacional. En el mundo «globalizado» actual, en el que tanto las modas como las enfermedades pueden universalizarse en un lapso muy breve, la ineficiencia estatal puede abrir las puertas a peligros de toda clase, algunos de los cuales ya habrán sido detectados, mientras que otros estarán por manifestarse, de manera que la tantas veces demorada «reforma del Estado» destinada no sólo a reducir costos sino también a mejorar su eficacia tiene que ser una prioridad. Frente a riesgos como el supuesto por el sida, el país necesita contar con defensas administrativas mejores: de lo contrario, seguirá siendo vulnerable al sida o a una de las otras plagas que con toda seguridad le sucederán en los próximos decenios.
La razón por la cual los estragos ocasionados por el sida han sido menores a los esperados en el Primer Mundo, pero decididamente peores en los países más atrasados del Tercero, puede resumirse en una sola palabra: eficiencia. Donde hay servicios médicos que funcionan bien y las autoridades han podido impulsar el uso de profilácticos, el virus ha resultado controlable. En cambio, en aquellas regiones en las que los servicios médicos apenas existen, los desórdenes de todo tipo son constantes y los prejuicios populares o religiosos pueden más que el sentido común, el sida está provocando tantas muertes que pueblos enteros corren el riesgo de ser reducidos a un puñado de sobrevivientes miserables.
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