El rito expiatorio de la nacionalización

Fernando Molina (*) Infolatam

A menudo las ideas políticas, en especial las más populares, son bastante simples. Hasta pueden expresarse por medio de una superproducción hollywoodense como “Avatar” (no por casualidad la película favorita de Evo Morales). Este filme recrea la visión de la mayoría –en todo caso: de muchos– de los latinoamericanos sobre el “sistema mundial”. Trabaja con un muy sencillo esquema de tres elementos: a) abundante riqueza natural, b) que por derecho pertenece a la población autóctona, los Nav’i, pero que c) atrae la codicia de una transnacional (en este caso de una “transplanetaria”). Entonces el juego consiste, para unos, en posibilitar el “saqueo” y, para los otros, en impedirlo. Se trata de una representación simplificada del mundo, pero dotada de una gran efectividad política, porque es capaz de movilizar emociones que, todo lo contrario, no son simples en absoluto. De todas ellas, la emoción ubicua, la que sirve de fondo y base a las otras, es el sentimiento del fracaso histórico, de haber estado (los pueblos latinoamericanos) equivocados todo el tiempo, puesto que, sin importar lo que intentaran, nunca consiguieron alcanzar el desarrollo. Esta sensación es la que nos quedó al cabo de nuestra secular imitación de –y nuestra constante comparación con– Europa y Estados Unidos, los permanentes “objetos del deseo” y, al mismo tiempo, de la envidia continental. (Dicho sea de paso, este antiguo rencor es una de las explicaciones del antinorteamericanismo que uniformó a los gobiernos latinoamericanos de izquierda y derecha en la última cumbre continental). Todo fracaso necesita una explicación, y la explicación más a mano, la más conveniente, es la que recurre a chivos expiatorios. Quien lo dijo de manera perdurable fue Eduardo Galeano: “¿Por qué los países latinoamericanos no logramos lo que los europeos y estadounidenses? Porque éstos nos lo impiden, saqueando nuestras riquezas naturales; dejando abiertas, de un violento tajo, las nutricias venas de América Latina”. ¿Qué puede corregir esta situación, entonces? No el trabajo duro, ni el mejoramiento educativo, ni la innovación, sino algo, ya lo dijimos, mucho más sencillo: la política. Lo que hay que hacer es inmolar chivos expiatorios en las aras de la Historia, diosa vengativa que así resulta apaciguada y que concede, a cambio, una nueva oportunidad a la emancipación social. Éste es el sentido profundo de las nacionalizaciones latinoamericanas, como la que acaba de realizar Argentina en contra de la petrolera española Repsol. Las nacionalizaciones son una ceremonia ritual. Ayudan a identificar y sujetar las fuerzas maléficas, aquellas cuya existencia explica los dramas del pasado. Y mediante un sacrificio (el sufrimiento temporal de la economía), permiten preparar y limpiar a la nación a fin de hacerla merecedora de un destino mejor. Existen, sin embargo, claro está, diferencias entre ellas, particularidades locales. En Bolivia, donde el fracaso histórico ha sido completo, el rito se cumple con todos sus ornatos, cíclicamente. En Argentina, en cambio, su móvil no es tanto el fracaso real, como la frustración por lo que se pudo haber sido y no se llegó a ser. Aun así, este sentimiento basta para asegurar el éxito de los sumos sacerdotes de la nacionalización: los políticos que recetan la propiedad estatal como una medicina capaz de curar todos los males. (Tómese en cuenta que, al mismo tiempo, los expertos piensan que la nacionalización de Repsol no resolverá sino todo lo contrario: agravará la crisis energética argentina). Es cierto que la ingenuidad de los milagreros del Estado no les da la razón a los profetas de la “privatización inmaculada”. Pero los problemas que las empresas privadas causan, o los que son estructurales y éstas no logran resolver, deberían enfrentarse con realismo, esfuerzo y espíritu cooperativo, no por medio de exorcismos histéricos y dolorosas cacerías de brujas… Porque los latinoamericanos sólo dejaremos de fracasar cuando dejemos de actuar como perdedores. (*) Periodista y escritor de Bolivia. Publicado en Infolatam


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