El sueño de Europa

La severidad de España e Italia no afectará a todos los emigrantes argentinos

A menudo, los intereses de la Argentina en su conjunto no coinciden en absoluto con aquellos de las personas que conforman su población. Mientras que al país no le convendría en absoluto que una proporción creciente de la clase media emigrara al Primer Mundo, es innegable que para muchísimas personas la mejor forma de solucionar sus problemas laborales consistiría en trasladarse a la Unión Europea, América del Norte o Australia, donde, además de ganar mucho más dinero, tendrían más seguridad, más oportunidades para educar adecuadamente a sus hijos y disfrutarían de los beneficios directos e indirectos que son propios de un orden socioeconómico relativamente estable. Por estas razones, habrá motivado reacciones contradictorias la bien publicitada decisión de las autoridades españolas de hacer más rígidas la leyes de extranjería y de subrayar el cambio expulsando a los inmigrantes ilegales, entre ellos varios centenares de ciudadanos argentinos. Si bien puede considerarse bueno que la mayoría entienda que ya no es tan fácil irse a otra parte y que por lo tanto su propio futuro dependerá en gran medida del destino de su propio país, en el corto plazo por lo menos la voluntad española de participar en la defensa de la “fortaleza Europa” contra los “invasores” procedentes del Tercer Mundo podría intensificar la sensación de asfixia que últimamente se ha apoderado del país y que tanto malestar está sembrando entra los habituados a creer que el progreso personal y social es inevitable.

De todos modos, la mayor severidad de la cual están haciendo gala los gobiernos de España e Italia frente a la inmigración clandestina no afectará a todos. Son muchos los argentinos que tienen pleno derecho a un pasaporte europeo y que gracias a él pueden mudarse a cualquier lugar de la Unión Europea sin tener que preocuparse por las dificultades legales que enfrentarían tantos compatriotas. Se trata de un factor divisorio. En medio del clima de “desánimo” actual, es natural que los hijos de inmigrantes que los han registrado en el consulado correspondiente se hayan sentido estimulados a hacer valer su condición de europeos, acostumbrándose a la idea de que su propio porvenir y aquel de sus descendientes se desarrolle en otro país, actitud que no puede sino incidir de mil maneras en su conducta.

Aunque son muchos los argentinos y otros latinoamericanos que afrontan el riesgo de ser expulsados de España, el blanco principal de la campaña de endurecimiento que se ha puesto en marcha son los inmigrantes ilegales norafricanos: por motivos nada misteriosos, el gobierno español quisiera privilegiar a quienes hablan su propio idioma y comparten las mismas preferencias religiosas, pero si lo hiciera de forma demasiado visible violaría ciertas normas básicas. Para sorpresa de muchos, la llegada incesante de grandes contingentes de africanos de apariencia física diferente y cultura musulmana a Europa está provocando más resistencia en Italia y España que en otros países de la Unión a pesar de que en el sur del continente la cantidad de “extracomunitarios” que viven y trabajan es muy reducida en comparación con lo que se ve en Francia, Alemania, Austria y el Reino Unido.

Puesto que la tasa de natalidad de Italia y España es tan baja que en las próximas décadas ambos países tendrán que “importar” millones de inmigrantes, es más que probable que sigan “repatriando” a los hijos y nietos de europeos. También lo es que aflojen las regulaciones que perjudican a otros de cultura similar, sobre todo si han alcanzado cierto nivel de instrucción. ¿Estará la Argentina en condiciones de ofrecer a los tentados por la posibilidad de “volver” a Europa una alternativa mejor? Es de esperar que sí porque, de lo contrario, la emigración de la parte más “europea” de su población la privaría de los sectores más capacitados para encabezar el proceso de modernización global que tendrá que experimentar para tener una posibilidad de empezar a reducir la brecha que la separa de los países más avanzados.

Aunque los temores de los europeos frente a las crecientes presiones inmigratorias puedan servir para que en los años próximos sea menos fuerte la tentación de abandonar “este país” a su propia suerte, sólo es cuestión de un alivio temporal.


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