El triste romance entre el ídolo y la chica bien

Una reflexión de la ruptura entre el ex crack y María Larraín, relación símbolo del Chile capitalista. Una cuestión de Estado

Iván tenía 20 años y una campera de cuero negro prestada. Era su primera entrevista en la Televisión Nacional de Chile, la primera con Pedro Carcuro el más conocido periodista deportivo chileno. También era prestada la camisa, su corbata negra y los zapatos. Salvo los calzoncillos y las medias, el resto le pertenecía a alguno de sus primos. Iván Zamorano se mostraba como un chico extremadamente humilde aunque digno. Tímido al hablar si bien concreto en sus expresiones. Suave pero profundo. Carcuro dio en la tecla esa noche al asegurar que Zamorano estaba llamado a convertirse en un jugador sobresaliente en el fútbol internacional, a trascender fronteras que nadie más había cruzado hasta ese instante. Ni siquiera Don Elías Figueroa, a quien todavía muchos periodistas del otro lado de la cordillera consideran el santo patrono del fútbol chileno.

Iván lo hizo todo. Fue el 9 del Real Madrid en una hermosa época anterior a la de los galácticos donde jugaban mentes brillantes como las de Michel Laudrup, el ya por entonces en retiro Emilio Butragueño y el español Michel. Fue goleador, campeón y más tarde compañero de Ronaldo en el Inter. Qué más podía pedir el «mocoso» flaco y algo desnutrido que se hizo notar en Cobresal.

Redondeó su carrera en el América de México y en su amado Colo Colo.

Hace apenas unas semanas protagonizó una multitudinaria despedida al tiempo que anunciaba su enlace con una linda chica de la alta sociedad de su país. Una cosa se dio entre vinos y rosas, la otra se derrumbó escandalosamente.

Zamorano siempre ha estado ligado a mujeres hermosas, por lo general mo

delos, casi como una manera un tanto burda de apagar los rumores acerca de su homosexualidad. Iván llegó a los treinta y tantos soltero, sin compromisos importantes y con una muletilla persistente en sus labios: «quiero una familia, quiero hijos pronto».

El chico de escasos recursos volvía a romper los moldes impuestos a su clase en un país que se ufana de su crecimiento económico aunque muy pocos gocen de esa felicidad escrita en cifras; una nación que sobreestima la educación universitaria aunque miles y miles de estudiantes se queden fuera de un sistema educacional carísimo y poco ecuánime –no por nada «Los Prisioneros» se hicieron famosos con su lema-canción «Pateando Piedras» dedicado a los expulsados de la gloria-. Como en casi cualquier país latinoamericano, salir de pobre en Chile es una anécdota homérica. Iván lo consiguió con la punta de sus botines y su olfato de goleador infalible.

Zamorano jamás fue un exquisito en la cancha. Técnicamente está muy lejos de Marcelo Salas o Romario. Sin embargo, supo reclamar su parte en el paraíso de los ídolos a costa de insistir en su libreto una y otra vez. Ese temperamento se repitió fuera de la cancha. Ordenado, aguerrido, cuidadoso, inteligente, utilizando al máximo su talento y tratando de minimizar sus defectos. «Un meteorito que entra en explosión cuando llega al área chica», lo definió el periodista español Julio César Iglesias.

Que Zamorano terminara casándose con una Larraín –Quenita- con la santa unción del Presidente Ricardo Lagos y en el Palacio Cousiño, como un miembro de una realeza inexistente en Chile, no dejaba de ser una muestra más de su voluntad de hierro. Iván ha llevado su figura más allá de las clases sociales y las limitantes impuestas por una estructura económica y educacional que subyuga a los más intensos soñadores.

Veinte y tantos años después de aquel encuentro con Pedro Carcuro, Zamorano estrena su pulida locuacidad y hasta una inesperada elegancia. Su casamiento con Quenita Larraín era el símbolo perfecto que cerraba un círculo de fuego: su vida. La carrera de un hombre que se inventó a sí mismo, sin pinceles, sólo con el dese enorme de cambiar, de dejar atrás la necesidad y el hambre tan típicas en las comunidades que habitan los «bloques» de cemento.

Zamorano, el futbolista, devenido en exitoso empresario con inversiones en Europa, ofertas laborales ligadas al mundo del balonpié, y embarcado en la construcción de un impresionante centro deportivo en uno de los barrios más caros de Santiago, se unía en eterno matrimonio con una chica de la rancia sociedad trasandina. Voluntad y tradición, se daban la mano por excepcional vez en Chile. Iván ha visto ojos tristes y estómagos vacíos que Quenita ni siquiera concibió una tarde de domingo en un zapping por los documentales del Discovery Channel. No fue. Uno de los dos o ambos cancelaron la ceremonia del año.

No sólo se trataba de Iván, amigo de Lagos, no sólo de Quenita, con una familia vinculada a la política nacional: era un asunto de Estado. En el Chile del progreso entre comillas y con señaladores de neón, este enlace venía a coronar una política económica que lleva alrededor de 18 años y un sistema social que avanza sin escollos importantes.

Nadie sabe exactamente qué sucedió. Las voces dicen demasiado: que Quenita le pidió un contrato pre nupcial a Zamorano en el cual se establecía una cláusula de ruptura por 3 millones de dólares; la supuesta infidelidad de la modelo con el tenista Carlos Moya o con un publicista argentino, y finalmente, la homosexualidad de Iván, teóricamente confirmada por unos videos que Quenita habría ido a ver personalmente a España. Un bromista escribió en un chat que, en realidad, la Quenita estaba enamorada de Salas y estaba esperando un hijo del «Matador».

En el fondo de la tormenta aparecen otro tipo de razones. Motivos difíciles de pronunciar por complejos, extraños y patéticos. Definitivamente Iván Zamorano Zamora y María Eugenia Larraín son muy diferentes entre sí. Personalidades discordantes de un Chile que alienta la contrariedad y la estratificación entre ricos y pobres. Entre miembros V.I.P. y excluidos de futuro chato.

Lo suyo, su relación amorosa o decorativa, ha sido también una cuestión de culturas centenarias que nunca han podido encajar, juntas, en Latinoamérica.

 

       Claudio Andrade

        candrade@rionegro.com


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