El viaje de Mona: de Cipo a Venecia en la ruta de los cócteles

Una recorrida por el verano italiano con la bartender cipoleña Mona Gallosi. Después de visitar Venecia, Padua, Milán y Roma, cuenta lo que más la sorprendió en bares y restaurantes y aporta sus consejos para disfrutar de esas ciudades desde el costado menos conocido.

¿Qué tal una gira por Milán, Venecia, Roma y Padua probando cócteles y platos, dejándote perder en las callecitas que albergan bares y restaurantes con siglos de historia o ultramodernos, buscando encontrar el lado menos conocido de ciudades que eligen miles de turistas cada día? La bartender cipoleña Mona Gallosi lo acaba de hacer y aquí te cuenta lo que más la sorprendió en el verano italiano.

Atardecer en Venecia.

¿Conocés su historia? A los 18 dejó el Alto Valle y se instaló en La Plata para estudiar periodismo (quería escribir sobre moda), pero terminó recibiéndose en Diseño en Indumentaria en Buenos Aires. Y aquellos trabajos gastronómicos para pagarse la carrera se convirtieron en el primer contacto con su destino. Se fue, como suele contar, con una mano detrás y otra adelante: limpió mesas, fue camarera y cajera, hasta que un día le ofrecieron pasar a la barra.

Y así, autodidacta, a pura observación y formación mirando a los mejores, cazadora de tendencias, novedades y libros, empezó un largo camino que hoy, a los 40, la tiene como una de las referentes del país en tragos y cócteles, al frente de Puente G (el multiespacio que creó en una antigua fábrica en Chacarita) y embajadora en la Argentina de Aperol, la marca que como parte de los festejos de sus 100 años la llevó a Italia a sumergirse en la ruta del Spritz.

Compartió la estadía con la cocinera Julieta López May, el cronista viajero Agustín Neglia y Floxie, la azafata que un día se decidió a contar travesías, entre otros invitados. Y con su marido, Juan Pedro, el compañero ideal para bucear en las calles del Viejo Mundo.

Primera parte
La recorrida empezó con dos días en Milán, acaso la meca italiana del arte y el diseño, nada mal para alguien que concibe la mixtura de sabores como un acto de creación. Entre las tendencias, le asombró el avance de los bares conceptuales. Y entre las costumbres, cómo se renueva la pasión de los italianos por los aperitivos. “Los ves y te das cuenta de que está en su ADN”. Probó varios con la idea de no saber qué tenían y le llamó la atención el gusto de los extractos vegetales.


La segunda escala fue Venecia, su primera vez en la ciudad que parece salida de un sueño con sus vaporettos (lanchas de pasajeros), los canales, las iglesias y esa arquitectura que emerge con estilos tan atractivos como opuestos. Palpó, también, esa ambigüedad de los venecianos que viven del turismo y a la vez dicen detestar a los visitantes.

Con Juan Pedro, decidieron disfrutar de esa maravilla desde el lado menos conocido. Alquilaron un lindo departamento (hay desde 60 euros el día) y desde ahí se dejaron llevar por las callecitas empedradas y entraron a bares con mayoría de residentes. También emprendió largas caminatas con Julia López May.

Consejo básico: “Chicas, olvídense de los tacos”. Y segunda observación: “Sin conocer Venecia me preguntaba cómo harían para abastecerse los bares y los restaurantes, si la ciudad más cercana, Padua, está como a unos 40 km… La respuesta: logística bien armada”, cuenta.


Si bien no se tentaron de dar un paseo en góndola como muchas parejas (“¡un embole!”) encontraron su manera de vivir ese destino tan romántico. Otro punto alto: la exposición Personal Structures organizada por el European Cultural Centre en el Palacio Bembo, Palacio Mora y Giardini della Marinaressa, con obras de artistas plásticos que buscan su lugar en el mundo y otros que ya lo encontraron en una muestra colectiva: “Me voló la cabeza”.

Una de las obras de la exposición Personal Structures,

Una tarde, mientras tomaba un Spritz como lo sirven allá, con una rodaja de naranja (también lo preparan con aceitunas verdes rellenas con morrón, sin soda y siempre con Prosecco) se sentó a contemplar el deslumbrante Canal Principal veneciano. “¿Si me acordé del Canal del Alto Valle? No, la verdad es que no”, responde con una sonrisa y luego su tono se vuelve más grave. “Pero sí me acordé de mi papá. Nunca se animó a viajar a Italia, la tierra de sus orígenes, por temor a volar. Me dio pena pensar en eso. Su abuelo era siciliano. Y el bisabuelo de mi mamá, de Verona”, relata y vuelve a sonreír al recordar la paradoja familiar: sus padres no tomaban alcohol y en su casa de Cipolletti los brindis se hacían con gaseosa.

La fiesta de los 100 años de Aperol en la icónica PIazza San Marcos.


¿Qué más registró de la rutina en Venecia? “Que todo funciona entre las siete de la mañana y las 10 de la noche. Que se puede cenar unas buenas pastas por 11 euros. Que en el lado menos conocido de la ciudad está la mejor heladería del mundo, que descubrir cafecitos y galerías de arte puede ser el mejor programa”. Y que es mucho más barato alquilar un departamento por Airbnb que un hotel. El que rentaron ellos, dos ambientes con mucha onda y terracita a un canal, segundo piso por escalera, costó 340 euros por tres días.

Roma y una vista del río Tíber.


La última escala del viaje fue Roma. “Paramos en Trastevere, un barrio muy canchero y recomendable a 15 minutos del centro, a unos 12 del Vaticano y cerca de los bares y restaurantes a orillas del río Tiber”. La capital italiana fue un gran final para un gran viaje, con los atardeceres increíbles desde lo alto de las escaleras en Piazza Spagna, el sabor de la gastronomía italiana en menús con dos entradas, plato principal y cartas de bebidas para enmarcar.

Recorrida por las calllecitas de Roma

Para caminarla una y otra vez (promediaron 11 km por día) y paladear el encanto de la ciudad eterna lentamente, como a esos buenos vinos que descubrió en esta travesía difícil de olvidar.

Aromas y frutos del Valle en sus cócteles
«¿Qué aromas y sabores me llevé de Cipolletti? Lo primero que me viene a la mente es el de la tierra mojada. Ahora llueve más, pero cuando éramos chicos era muy seco y aquel aroma después de la lluvia era muy característico, lo amo. Como a las manzanas y las peras en sus diferentes formas o transformaciones: cordiales, almíbares, deshidratadas, en polvo. Las fruta patagónica siempre está en mis cócteles. Incluyendo a los frutos rojos también, claro, laas frambueas y las moras. Nos íbamos con mis hermanos a comer moras en Cipolletti y no le decíamos nada a mi mamá. Volvíamos con la boca morada y se daba cuenta, obvio!»


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