Emergentes desorientados

Si bien desde el default de fines del 2001 la Argentina se ha mantenido relativamente aislada de las corrientes financieras internacionales, no es ajena a los cambios que están afectando a virtualmente todos los países “emergentes” que disfrutaron de una “década ganada” merced al boom de los commodities y la voluntad de inversores de probar suerte en mercados a su entender más atractivos que los de Estados Unidos, la Unión Europea y el Japón en que las tasas de interés se acercaban a cero. Hacia fines del año pasado, el gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner esperaba que, gracias a un eventual aumento de los precios de las exportaciones agrícolas y la reanudación del crecimiento brasileño, pudiera ahorrarse los rigores de un ajuste, pero parecería que “el mundo” ya no está tan dispuesto como antes a colaborar con el modelo oficial. Con todo, aunque la crisis que estamos experimentando se debe más a factores internos que a lo que está ocurriendo en el exterior, el que haya coincidido con otras parecidas en países como Turquía, Sudáfrica y Rusia dista de ser una casualidad. Asimismo, no se equivocan por completo aquellos analistas que ven en las vicisitudes del peso un síntoma de un mal que podría resultar contagioso. Lo mismo que los gobiernos de muchos países “emergentes”, el nuestro quiso creer que la economía mundial había entrado en una fase radicalmente nueva en que todo sería mucho más fácil, de suerte que no necesitaría prestar atención a las advertencias de los “ortodoxos”. Con la ayuda de teóricos deseosos de subrayar las deficiencias de los países desarrollados, cuando no del capitalismo liberal como tal, se convencieron de que Europa tendría que conformarse con lo ya alcanzado, que Estados Unidos se había endeudado tanto que no lograría recuperarse y que China, acompañada por la India y Brasil, pronto sería la locomotora de la economía mundial. Para los hartos del predominio de Estados Unidos y Europa, las perspectivas así abiertas eran muy alentadoras, pero en demasiados casos los gobernantes pasaron por alto el hecho de que el desarrollo sostenible sería imposible sin una serie nada sencilla de reformas estructurales. De los países emergentes, el único que ha tomado realmente en serio el desafío así supuesto ha sido China, pero una cosa es reconocer que los problemas existen y otra muy diferente hacer el esfuerzo necesario para solucionarlos. La mayoría de los demás gobiernos, cuyos países en muchos casos dependían aún más que China de la evolución de los mercados internacionales, se limitaron a aprovechar una buena oportunidad para acumular capital político atribuyendo a su propia habilidad una etapa de crecimiento insólitamente rápido que fue posibilitado por el hambre de materias primas de la nueva superpotencia económica. Pues bien: en los meses últimos se ha disipado el clima de optimismo que se había difundido en la segunda mitad del año pasado. La devaluación del peso argentino y de la lira turca, además de las monedas de otros países, ha contribuido a desvirtuar los pronósticos positivos que tantos habían formulado, pero aún más preocupantes han sido el estancamiento de la economía brasileña y el temor a que en China se haya creado una burbuja financiera colosal que en cualquier momento podría estallar. Puede que las estadísticas oficiales chinas sean más verosímiles que las confeccionadas por el Indec, pero hasta los líderes del Partido Comunista han dado a entender que a veces son engañosas, ya que los burócratas responsables tienen motivos de sobra para mejorarlas. Irónicamente, las señales de que, por fin, Estados Unidos y algunos países europeos están saliendo de la crisis que siguió al colapso financiero del 2008 han perjudicado a muchos emergentes. La probabilidad de que en las semanas próximas la Reserva Federal norteamericana y otros bancos centrales aumenten levemente las tasas de interés ha sido más que suficiente como para impulsar el éxodo de capitales de emergentes que, con escasas excepciones, no lograron aprovecharlos plenamente por suponer que las inversiones especulativas se habían debido a los méritos de sus “modelos” respectivos, no a las medidas adoptadas por los gobiernos de los países ricos con el propósito de amortiguar, en cuanto fuera posible, las consecuencias del desplome financiero para la economía real.

Fundado el 1º de mayo de 1912 por Fernando Emilio Rajneri Registro de la Propiedad Intelectual Nº 5.124.965 Director: Julio Rajneri Codirectora: Nélida Rajneri de Gamba Vicedirector: Aleardo F. Laría Rajneri Editor responsable: Ítalo Pisani Es una publicación propiedad de Editorial Río Negro SA – Domingo 2 de febrero de 2014


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