Berrinches y enojos desmedidos: ¿por qué a veces los niños son déspotas y cómo evitarlo?

La rebeldía y desobediencia de los más chicos pueden ocultar una gran angustia y falta de límites. ¿A qué se debe que, en ocasiones, los niños sean “déspotas”? ¿Se puede evitar de alguna manera?

Escucho en el consultorio un lamento frecuente de boca de los padres: dicen que sus hijos se rebelan frente a sus demandas, que quieren imponer su voluntad, su opinión o su gusto, y no escatiman en realizar cualquier clase de actos en privado o en público para conseguirlo.


Cuando les menciono a los adultos que estos comportamientos se evitan poniendo límites, ellos confiesan con pesar: “¡Pero no sé cómo!” Los maestros, por su parte, dicen que ellos tampoco pueden responder a las nuevas reacciones.

El tiempo en que vivimos tiene algo que ver con esto. Nuestra época ha transformado al niño, socialmente hablando, en una suerte de “astro” alrededor del que todos giramos. La gran oferta de ropa, juguetes y películas para niños nos lo confirma. Es infinita. De alguna manera, a través de las familias, el mercado les anticipa sus deseos y gustos, convirtiéndolos en un objeto más consumido que consumidor.

Y este mecanismo no hace más que apartarlos de uno de sus potenciales más importantes como seres humanos: ser sujetos que puedan desear.

Tampoco debemos olvidar que los niños son personas atravesadas por el lenguaje familiar, por la historia de ambas familias de la pareja parental y por el hecho de haber sido o no deseados por esa pareja de padres.


En los pequeños, la angustia se presenta de diferentes modos, a veces enmascarada en agresiones, desatenciones, desinterés, abulia, enfermedades, tristezas, trastornos del sueño o alimentarios, impulsiones o adicciones.

¿Qué les produce este malestar? En muchos casos, se trata de un problema de autoridad de los adultos frente a esta nueva generación de niños y adolescentes. Y digo “nueva generación” porque nacieron y viven en esta época tecnificada, digital y globalizada. Una época donde parece que está prohibido prohibir, frustrar; donde hay que satisfacer inmediatamente toda demanda o requerimiento del tipo que sea.

En este contexto, a los adultos a veces nos cuesta asumir nuestra responsabilidad como padres. Se nos pide que eduquemos, pongamos límites y regulemos sus comportamientos, y también que los orientemos, que juguemos y hasta que aprendamos de ellos, si es necesario. En ese camino, muchos adultos también se llenan de angustia, como los niños, y en más de una oportunidad se sienten más hijos que padres.

Por eso, es bueno recordar que ser padre o madre es una función a la que cada persona se “autoriza” en tiempo real, mientras se vive. Lejos de cualquier manual, es un camino que se construye a partir de las vivencias de hijos, de la elección de pareja y del propio deseo de los adultos de llevar adelante esta experiencia asumiendo una responsabilidad inédita hasta entonces.

Por Adriana Laión, Psicoanalista en Córdoba.-


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