El ceibo, la flor más bella que puede embellecer nuestros jardines

En nuestra zona también se ha adaptado, aunque se lo debe cuidar del frío intenso y las heladas. Aquí, los consejos de Amelia Inostroza, del vivero “El rincón de Ami”, de Roca, para poder disfrutar de nuestra flor nacional en el jardín de casa.

El 22 de noviembre fue el día de nuestra Flor Nacional y en su honor dedicamos el espacio de este árbol nativo, con los consejos de Amelia Inostroza, del vivero “El rincón de Ami”, de Roca.
Es uno de los árboles nativos de Sudamérica, más bonitos y ornamentales que existe. El contraste del color de sus hojas verdes, con sus llamativas flores de rojo carmesí, deleita cualquier mirada observadora. Por esta razón es muy requerido por paisajistas y se lo emplea en paseos, parques, plazas y jardines.


Si bien se encuentra en los cursos de agua, pantanos, esteros y lugares húmedos, en nuestra zona también se ha adaptado, aunque se lo debe cuidar del frío intenso y las heladas.
El ceibo – denominada también seibo, seíbo o bucaré – fue declarada flor nacional argentina por Decreto del Poder Ejecutivo Nacional Nº13.847/42, del 22 de diciembre de 1942, pero en 2008 se instituyó el 22 de noviembre como el Día Nacional del Ceibo. También es la flor nacional en Uruguay.


Su nombre genérico Erythrina es de origen griego, de la voz “erythros”, que significa rojo, atribuida por el color de sus flores. El nombre específico crista-galli, también por la semejanza del color de las flores a la cresta del gallo. En sus variedades se encuentra: “Erythrina crista–galli var. leucochlora Lombardo”, de características semejantes a la especie tipo, pero con flores blancas, “Erythrina crista–galli var. hasskarlii Backer”, “Erythrina crista-galli var. crista-galli” y “Erythrina crista-galli var. longiflora”.

Una leyenda guaraní explica el origen de esta bella flor.


Según comenta Amelia, se trata de un árbol de porte mediano que puede alcanzar entre los 5 y hasta 8 metros de altura en nuestra zona y cuyas las flores, de color rojo, surgen en inflorescencias arracimadas, de 5 pétalos con una simetría bilateral. En hábitat de clima más cálido y húmedo logran una mayor altura y desarrollo.


El ceibo en nuestra zona puede plantarse a pleno sol o también a semi sombra – explicó la experta – con la precaución de que los suelos se encuentren con un pH medio, húmedos y buen drenaje.
“En invierno, esta especie pierde gran cantidad de hojas, entonces es el momento indicado de cortar las ramas secas y de realizar una poda, para ordenar la copa porque crece y se desarrolla de manera desordenada”, señaló. Y añadió que “esta especie, en nuestra región es muy sensible a las heladas, por lo tanto, protegerlo en invierno, para no correr riesgos”.

Aquí, en la región, es un árbol de porte mediano.


En cuanto al suelo, según la experta roquense, éste debe tener un buen drenaje y estar bien nutrido para poder disfrutar de la belleza de sus flores después.
Este árbol nativo se multiplica por semillas y también a través de esquejes, los cuales es conveniente realizarlos en la temporada invernal.
Para la reproducción por esquejes, según aconseja la experta, deben realizarse al finalizar el invierno.
“Después de la temporada invernal, se recogen los esquejes y se reproducen mediante enrraizador, bajo una temperatura que oscile entre los 20° y 24 ° en interior, o sea, dentro del invernáculo”, culminó la especialista.


En cuanto a su descripción botánica, el ceibo tiene una raíz pivotante y con nudosidades producidas por bacterias nitrificantes que viven en simbiosis, las cuales facilitan la absorción del nitrógeno que fijan y de la cual toman las sustancias orgánicas que elabora.


De tronco tortuoso e irregular y ramas espinosas que crecen de forma desordenada y mueren tras la floración, con follaje cuyas hojas son caducas y compuestas por 3 láminas oblongo-lanceoladas de textura coriácea.
El cáliz es gamosépalo de color rojo que junto con la corola forman un perianto donde los sépalos y pétalos son de color similar.
En el borde se distingue marcado un color marrón que remarca el colorido de la floración.
El fruto es pequeño, similar a una legumbre de color parda y seca, monocárpica y de pocos centímetros.
Las semillas son de color marrón, con forma cilíndricas y se disponen espaciadamente en el interior de la vaina.


Su hábitat natural



En cuanto a su distribución, esta especie además se encuentra por el noreste y centro-este de Argentina, el este de Bolivia, el sur de Brasil, gran parte de Paraguay y en casi todo Uruguay.
Habita lugares bajos inundables, y a lo largo de los cursos de agua del Chaco y de la Región Oriental.
No se desarrolla en bosques altos, ni tampoco en lugares secos sin inundaciones. Este árbol tolera bien los suelos saturados de agua; las semillas son transportadas por el agua germinando en sitios tales como bancos de arena, en donde ayudan a estabilizar la tierra y a formar islas nuevas. Es muy común en el pre-delta y delta del río Paraná.

Así como es de hermoso, las partes aéreas de las especies del género Erythrina pueden contener alcaloides, tales como la eritralina y la erisodina, cuya ingestión puede suponer un riesgo para la salud.


Usos


*-Se usa como planta medicinal y también ornamental.

* Es la preferida por las aves.
* Tiene madera débil y porosa y poco duradera. Su madera, blanca amarillenta y muy blanda, se utiliza para fabricar algunos artículos de peso reducido como tallas y molduras.
* Es apta para producción de Pulpa de celulosa.
* Es melífero.
* En nuestro país, el casco del bombo legüero se realiza de ceibo.
* Sus flores se utilizan para teñir telas.
* su corteza es antiséptica


¿Por qué es nuestra flor nacional?



Según cuenta la leyenda, la flor del ceibo nació cuando Anahí, una niña guaraní, fue condenada a morir en la hoguera, después de un cruento combate entre su tribu y el ejército invasor.
Cuenta la leyenda que, entre los árboles de la selva nativa, corría Anahí, una pequeña niña guaraní que conocía todos los rincones de la espesura, todos los pájaros que la poblaban y todas las flores.
Amaba con pasión aquel suelo feraz, silvestre, que bañaban las aguas oscuras del río barroso. Anahí cantaba feliz en sus bosques, con una voz tan dulce que callaban los pájaros para escucharla.
Pero un día resonó en la selva el rumor más violento que el del río y que estremecía el aire. Retumbó en la espesura, el ruido de las armas y hombres extraños de piel blanca remontaron las aguas y se internaron en la selva.


La tribu de Anahí se defendió contra los invasores. Ella, junto a los suyos, luchó como el más bravo. Nadie hubiera sospechado tanta fiereza en su cuerpecito moreno, tan pequeño. Vio caer a sus seres queridos y esto le dio fuerzas para seguir luchando, para tratar de impedir que aquellos extranjeros se adueñaran de su selva, de sus pájaros, de su río. Un día, en el momento en que Anahí se disponía a volver a su refugio, fue apresada por dos soldados enemigos. Inútiles fueron sus esfuerzos por librarse, aunque era ágil. La llevaron al campamento y la ataron a un poste, para impedir que huyera. Pero Anahí, con maña natural, rompió sus ligaduras, y valiéndose de la oscuridad de la noche, logró dar muerte al centinela. Después intentó buscar un escondite entre sus árboles, pero no pudo llegar muy lejos. Sus enemigos la persiguieron y la pequeña Anahí volvió a caer en sus manos.


La juzgaron con severidad: Anahí, culpable de haber matado a un soldado, debía morir en la hoguera. Y la sentencia se cumplió. La niña fue atada a un árbol de anchas hojas y apilando leña en sus pies, la prendieron fuego. Las llamas rápidamente envolvieron el tronco del árbol y el cuerpo de Anahí convirtiéndose en una inmensa llamarada roja. Ante el asombro de los que contemplaban la escena, Anahí comenzó de pronto a cantar. Era como una invocación a su selva, a su tierra a la que entregaba su corazón antes de morir. Su voz dulce estremeció a la noche, y la luz del nuevo día, pareció responder a su llamado. Con los primeros rayos del sol, se apagaron las llamas que la envolvían. Los soldados quedaron mudos y paralizados al ver que el cuerpo de la pequeña se había transformado en un manojo de flores rojas, como las llamas que la envolvieron, hermosas como su corazón apasionado y enamorada de su tierra. Allí estaban, esas flores hermosas adornando el árbol que la había sostenido. Así nació el Ceibo, la rara flor que ilumina los bosques de la Mesopotamia Argentina. La flor del ceibo que encarna el alma pura y altiva de una raza que ya no existe.


Fue declarada Flor Nacional Argentina, por Decreto N°138.974 del 2 de diciembre de 1942. Su color rojo escarlata es el símbolo de la fecundidad de nuestro país. (Dato extraído de la página Ministerio de la República Argentina.


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