El retorno del auténtico tomate

Desde Luis Beltrán, una familia trabaja con el cultivo de los tomates “reliquia”, que conservan el sabor de aquellos frutos que muchos añoran. La importancia de los cuidados, la diferencia en la textura y las particularidades de una semilla considerada “de herencia”.

Conocidas como las “semillas de la herencia”, la variedad reliquia del tomate se diferencia de las semillas de plantas híbridas. Esta variedad, que es considerada “no híbrida” y polinizada, mantiene las mismas características de la semilla original, aunque tienen una menor vida útil y son menos resistente a enfermedades.


Las variedades rescatadas, también llamadas “tomates reliquias”, se destacan por su aroma particular y el sabor al verdadero tomate que muchos añoramos. Pero no solo eso: destaca también por su color y textura, un verdadero deleite para el paladar, sobre todo de la generación que pudo conocer aquellos sabores originales.

En este contexto, es importante repasar la historia del tomate: es originario de los bajos Andes, y su cultivo se extendió por toda Centroamérica, especialmente gracias a los aztecas en México. Luego, en el siglo XVI, llegó a Europa. La palabra tomate (pronunciación que sería dada luego por los conquistadores españoles) deriva de la expresión azteca “tomatl” en lenguaje náhuatl, que significa “fruta hinchada”. Y he allí uno de los grandes tópicos que suelen rodear a este manjar: en el mundo de la botánica, el tomate es considerado una fruta. Existen deferentes variedades y también colores de tomates reliquia: rojos, verdes, amarillos y hasta negros.

En nuestro bello y rico Valle Medio, más precisamente desde Luis Beltrán, una familia que se dedica a las hortalizas apuesta por el cultivo de esta variedad de tomates reliquia. Además de esta variedad (conocida como Purple Calabash), tienen tomate amarillo (Yellow Stuffer), tomate negro (Black Cherry, Raf Fiorentino) y otras semillas obsequiadas por un amigo. Se los puede encontrar en su puesto a la vera de la Ruta Nacional 22, “Parador San Isidro de Víctor y Andrea”, muy cerca de Choele Choel. Allí, además de su gran variedad de hortalizas, cuentan con deliciosas frutas como sandías, melones y también frutillas.

Andrea González tiene 47 años y nació en Bolivia. Llegó desde muy pequeña a la Argentina, de la mano de su padre y su madre, buscando un destino prometedor. A lo largo de los años fueron pasando por diferentes puntos del país, hasta que se instalaron por un tiempo en Buenos Aires. Allí nacieron sus hermanos, y Andrea pasó a ser la mayor de la familia. Con apenas 9 años, su padre aún quería encontrar su lugar en el mundo y una vez más decidió agarrar las cosas y encarar rumbo al sur. Y el momento llegó: encontró “su lugar” en Belisle, un sitio donde la tierra parecía regalarle esperanza y prometerle futuro para trabajar y dedicarse a sus cultivos. A eso se sumaba la posibilidad de de darle un lugar de destino a su familia.

“El tomate Reliquia es uno de los primeros tomates platenses. Es un poco deforme en su contorno, pero muy sabroso”, explicó Andrea.


Desde hace más de seis años que Andrea, su marido y sus dos hijos se dedican a la producción de hortalizas, para luego exhibirlas y venderlas en su puesto y también en la Feria de Lamarque y Beltrán. Es amplia la lista de cultivos que poseen: tomates de todas las variedades, pepinos, albahaca, ajíes, morrones, frutillas, melón, sandías, chauchas, zapallitos, choclos…. Y a eso también hay que sumarle diferentes variedades de uvas, desde Matilde hasta Aurora pasando por Italia, Victoria y demás variedades de Bolivia.

Hay un gran porcentaje de la producción que se destina a la comercialización de mercados locales y de zonas aledañas, pero también se lleva al sur para abastecer parte del mercado de esa zona. “Nací en Bolivia, pero me crié en Belisle y parte de mi infancia la pasé en Lamarque”, comentó la mujer en diálogo con RÍO NEGRO.

Hace 10 años, Andrea y su marido Víctor Sánchez comenzaron un microemprendimiento de hortalizas en campo libre, pero no obtuvieron los resultados óptimos que esperaban. Fue en ese contexto que decidieron viajar a La Plata, para así poder estudiar y ampliar sus conocimientos. “Fuimos a fortalecer nuestros conocimientos y a aprender sobre invernaderos. Esa tarea nos llevó tres años, pero finalmente logramos especializarnos”, relató la mujer, quien agregó que al regreso al Valle Medio emprendieron nuevamente el cultivo de hortalizas, pero esta vez no solo a campo abierto, sino también con invernaderos. “Nada fue fácil, todo se trata de trabajo y sacrificios, pero los logros son muy gratificantes”, aseguró Andrea.

Actualmente, trabajan con todas las variedades de tomates -platense, peritas, cherry-; morrones -rojo, verde y amarillo-; pepinos, chauchas y en época invernal, todo lo que es de hoja como lechugas de distintas variedades, espinaca, rúcula o rabanitos. “Cultivamos en invernaderos que ocupan más de media hectárea”, explicó, al tiempo que deslizó que la producción no ha parado desde entonces. También relató que la idea de volver a las raíces de cultivar semillas de la herencia fue de un amigo que viajó a España y les brindaba el historial de las diferentes variedades en el cultivo.

La cosecha funciona a la perfección y cada vez lleva más trabajo… pero también más socios.


“Nuestro amigo nos trajo semillas de un tomate de colores llamado ‘Reliquia’, que se trata de los primeros tomates platenses. Es un poco deforme en su contorno, pero muy sabroso”, comentó Andrea. También cuenta que fueron de mucho sacrificio los primeros años y trabajaron muy duro con su marido. Hoy, además de incorporar a la tarea de la producción a sus dos hijos adolescentes, también cuentan con la ayuda de un matrimonio a quienes le enseñaron a lo largo de dos años cómo es el trabajo y cuidado de los invernaderos. De esta forma, el trabajo en equipo se hace más liviano y organizado, logrando distribuir las tareas para cada uno. “En las buenas y en las malas hemos estado siempre juntos y trabajando firme, sin bajar los brazos y luchando para estar cada día mejor” dijo Andrea.

Desde Beltrán, entonces, se celebra el regreso al tomate “natural”. El de siempre, de sabor auténtico, sin manipulaciones para garantizar la durabilidad, estética y seguridad en los cultivos.


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