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Lecturas: El último confín de la tierra, de Bridges

Nacido en Ushuaia, y establecido con su familia en el lugar cuando no había prácticamente nada, Esteban Lucas Bridges cuenta en este libro cómo su familia llegó al lugar en 1887 y cómo se instaló en la más absoluta de las soledades.

Redacción

Por Redacción

Ricardo Kleine Samson

Los ingleses tenían, y mantienen, la buena costumbre de saber e investigar, ello les permitió, entre otras cosas, además de tener grandes innovadores y pensadores, encarar la revolución industrial. No es casualidad que la isla haya parido a Newton, Smith o Darwin, entre tantos otros.


En 1832, al comando del Capitán Fitz Roy parte rumbo a Ushuaia, junto a otras tres naves, el Beagle, un barco británico en el que, entre otros, viajaba el gran Charles Darwin, el primer tipo que nos terminó emparentando con los asquerosos monos. Desde entonces sabemos que no descendemos del mono. Lo somos.


El principal motivo de esta expedición era investigar y cartografiar el Mar del Sur y sus zonas adyacentes: hidrografía, geografía, fauna, flora, comunidades indias.


La gira duró 4 largos años. A su regreso, pasaron por el puerto de Santa María de los Buenos Ayres, actualmente CABA, y Darwin escribió en su libro de viajes los dos aspectos sociales, que no contribuirán en mucho a tu definición de la evolución, de esa ciudad: 1) La belleza de las mujeres y 2) la corrupción de los porteños. Ninguna de ambas es novedad.


A la belleza de las mujeres la puede explicar la genética. Y a la corrupción, la historia: El imperio español estaba debilitado y le resultaba cada vez más difícil controlar América. De hecho, el virreinato más importante que quedaba era el del Alto Perú y, desde allí controlaban, o al menos pretendían, el virreinato del Río de la Plata. Circunstancias que aprovecharon los británicos y franceses para enviar mercaderías a este puerto y, a sabiendas que no podían hacerlo y les estaba negado, se las “ingeniaron” con la ayuda de los porteños para introducirlas y distribuirlas por el resto del país.


Pero esta es una simple explicación de una particular y puntual circunstancia sucedida en nuestro viejo puerto. Gracias a la historia, sabemos que las estrategias de colonización de los imperios, de todos, dependían de las circunstancias de cada región. Así, por ejemplo, a las colonias extractivas de materiales preciosos, minerales, granos, o cualquier otro bien que les fuera útil y necesario, como lo fueron los negros congoleños, enviaban gente capaz de “negociar” con sus autoridades locales la forma más “ventajosas” de llevarse los bienes a “bajo costo”. Esto obligaba, claro está, a agradecer el generoso gesto con dinero o bienes.


Por el contrario, lugares como EE.UU. o Canadá fueron colonias enteras de honradas familias de trabajadores, guiados por lo que fue la parábola bíblica de “La tierra prometida” y la fortaleza y guía espiritual que les daba su religión anglicana. Estas mismas familias, como “la Ingalls” se dedicaban al trabajo de la tierra que derivó en otros oficios como el del herrero, carpintero, peluquero, comerciantes, pastores, sheriff, o empleados especializados, y terminaban conformando importantes comunidades, que no estaban dispuestas a que nadie les robara, de manera que se gobernaban a sí mismas con el mismo espíritu de abnegación y trabajo que les daba la guía espiritual de su religión.


Hoy les traigo una joya de libro. Trata del esfuerzo que hizo la familia Bridges para establecerse en Harberton y fundar la primera estancia en 1887. Entiendo que no habrá necesidad de describir lo que era ese lugar por aquel entonces. Se llama “El último confín de la tierra” y le advierto que antes de leerlo deberá comprar una campera abrigada, botas de goma, abrigo, linterna, quizás una carpa y todo lo que sea necesario para atravesar las páginas de esta aventura que emprendió esta familia en la más absoluta de las soledades, contenidos exclusivamente por su cariño y la guía espiritual de sus creencias religiosas que terminaron forjando el increíble coraje con que abordaron este proyecto.


Además del esfuerzo, tenacidad, constancia, sacrificio, paciencia, se evidencia, también, en cada página, la fortaleza que les daba a cada uno las profundas convicciones de su educación y religión, del que también se llenaban de alegría y entusiasmo tan notorio en todo el texto. Nada, ni el miedo a los indios yaganes u onas (las dos comunidades más importantes de nativos del lugar ya desaparecidas) ni las tormentas, no hubo nada que doblegara su espíritu y su necesidad de transmitir, cosa que hicieron, sus conocimientos, prácticos y religiosos, a las comunidades nativas de la zona. La inseparable amalgama que logra su formación, familiar y educativa, y su religión, es increíble y tan presente en cada renglón. Algo que, por otro lado, se va evidenciando, también, en cada página son esas diferencias que, sin hacer juicios de valor, distinguen a nuestros países y culturas.


No es una novela, es la realidad la que se impone. Es un libro único. No hay que hacer ningún esfuerzo para entenderlo, lo hace el autor y su familia y se lo transmiten sin desvelo en cada párrafo.
Si lo compra y se pone a leerlo no olvide tener un impermeable a mano por las dudas: los temporales de la isla eran brutales. Y si es una persona que detesta a los ingleses y/o norteamericanos (con justa razón) olvídese de sus principios por el tiempo que dure disfrutar de su lectura.


Desde su primera edición, en 1948, no dejó de seguir publicándose en varios idiomas. ¿Por qué Usted se lo iba a perder?


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