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Psicopedagogía: Mamá, la mejor maestra

Aún después del Día de la Madre, Laura Collavini reflexiona sobre el rol y toda la carga simbólica que conlleva.

Redacción

Por Redacción

Ya sé que pasó el Día de la Madre, pero le tomé el gustito a dejarme fluir y sentir. Me empezó a gustar ese ejercicio. Soy madre e hija. Un honor, lo sé. Un placer. Claro, me siento honrada porque tengo una madre que es madraza, una abuela excelente y por sobre todo algo que aprendí con los años. Mi mejor maestra.


A medida que pasa el tiempo me va contando más cosas de su vida. Me sorprendo y parece que tengo que volver a descubrirla. ¿Cómo hace una persona para recordar tantas historias y haber vivido tantas vidas en una? No sé si algún día podré parecerme a ella. Siempre creo que es imposible.

Ya atravesé de niña esa admiración sin pensar, la rebeldía adolescente en la cual consideré que todo lo hacía mal. Cuando fui madre empecé sin darme cuenta a necesitar su apoyo y palabras. En mi desesperación por trabajar y ser buena madre la miraba y no entendía cómo había criado a tres mujeres y trabajar. Encima contarlo sonriendo.

Tal vez ahí fue que volvía a admirarla, la miré con deseos de volverme a parecer a ella y diferenciarme al mismo tiempo. Su fuerza de espíritu es bellísima. Una diva.

Me enseñó miles de cosas que descubro ahora, grandecita y experimentada. Todo en silencio, sin grandes demostraciones. Siempre sonriendo, ayudando, acompañando. Es increíble. En estos días después de la celebración del Día de la Madre (que suele parecerme muy comercial y nostálgico) trato de resumir mis ideas acerca de la maternidad.


La maternidad carece de efectos publicitarios o pocos a lo largo de la vida. En general vivimos un rebote de nuestra propia vida que deseamos no repetir. Tratamos de esconder en forma torpe y exacerbamos aquellos que suponemos superadores. Nos transformamos en este paso en un extraño ser de caricatura. Sin enfrentarnos a nuestros fantasmas del pasado no es posible avanzar.

Nos llenamos de trabajo, actividades y palabras importantes. Ofrecemos a nuestros hijos eso que nosotros anhelamos y no pudimos tener: comprensión, cariño, juegos, paseos y diversos etcéteras dependiendo la vida de cada uno.

“Yo tenía que hacer sola la tarea, por eso me gusta ayudar a mi hijo a hacerla”. Ahí vamos metiendo la pata hasta lugares insospechados. Reparamos con nuestros hijos heridas que son nuestras. De esta sencilla y práctica fórmula tratamos de abrazar a nuestra niña herida y no miramos a nuestro hijo/a diferente nosotros. Nos miramos en ellos.

Claro que ahora somos más abiertos, comprensivos y amables. No se escucha tanto el revoleo de cinturones ni de ojotas. En contraposición se escuchan los gritos de dolor de hijos perdidos con padres que nunca dejaron de ser niños. Solos detrás de sus dispositivos que sus padres consiguieron con tanto sacrificio.


Madres que corren con exigencias del deber ser, olvidándose de mirarse con sus aciertos y fracasos. Con palabras sin decir, dolores callados y emociones que no conocen cómo expresarse. Mujeres que escuchan, cantan, cuentan cuentos, llevan al colegio, se preocupan por las amistades, la tarea, los programas que ven, lo que no ven. Visten, atan los cordones, preparan las comidas favoritas casi todos los días.

Madres niñas que suplican que sus hijos tengan siempre los mejores recuerdos de ellas. Lindas, divertidas, cancheras. Madres de niños que suelen pasarse de cama por la noche, cuando ya no hay control. Niños que ven fantasmas. Madres que todo lo pueden de día, super poderosas.

Invito a perder el super poder. A no poder resolver todo. A mirarse en el espejo y observar a esa niña herida que sigue estando. Encontrarse con todo ese malestar y perdonar, aceptar y mirar con otros ojos a ese niño o niña que es diferente a nosotros, aunque tenga ojos parecidos y esa forma de caminar tan familiar.

Si dejamos nuestras exigencias tan intensas podríamos encontrarnos con otra realidad. La vida, llena de defectos, de frustraciones que nos hacen crecer. Queremos aliviar heridas a nuestros hijos. Muchas veces me pregunto si está bueno eso. ¿Cuáles debemos evitar? ¿Qué hay que esconder? ¿Entendemos el efecto dañino del secreto?


¿Qué debemos exigir? ¿Está mal pedir que ordenen sus cosas, que tiendan su cama y que pongan la mesa o sequen los platos? ¿Dejan de ser niños por eso? La maternidad no es la misma en el paso de los años, de la misma forma que nosotras somos otras.

Yo, desde acá, sigo admirando esas tostadas que jamás me saldrán como ella. La paciencia para hacer una colcha tejida para cada uno y las llamadas justo en el momento que necesitabas. Eso es magia. Solo lo tienen las madres. Niñas o no.

Como mamá puedo decir que es la experiencia con la que más desafíos atravieso, más desvelos. Estudíé mucho acerca de la los vínculos antes de ver que mi vientre crecía. Ante las primeras pataditas se me desarmaron los libros y mi mente se fue al país del “no me acuerdo”. Me guía un no sé qué, o tal vez sea un sí sé que es. Eso que llaman amor infinito.

Tal vez, si tengo suerte podré hacer alguna comida que sea insuperable y digan “nadie las hace como mamá”.

Por Laura Collavini (laucollavini@gmail.com).-


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