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¿Reflexión o pura impulsividad?

Cuando estamos ante un problema, se “encienden” en el cerebro las áreas vinculadas con nuestros aspectos racionales y emocionales.

Redacción

Por Redacción

Cuando hablamos de una mente racional, hacemos referencia a ese aspecto de la mente que se caracteriza por el pensamiento. No importa a qué hipótesis o conjeturas arribemos, no importa si simplemente cavilamos en torno de cuestiones cotidianas, no importa si la lógica utilizada nos lleva a tomar decisiones correctas o incorrectas.


Cada vez que pensamos, bien o mal, mucho o poco, sobre temas importantes o superfluos, estamos haciendo uso de nuestro aspecto racional. En cambio, cuando hablamos de nuestra mente emocional, nos referimos a ese aspecto mental vinculado al sentir.

No importa si nuestros sentimientos son de felicidad o de tristeza, de amor o de odio, de una gran emoción o de una insignificante. Cada vez que sentimos, se pone en juego nuestro aspecto emocional.

Los estudiosos de la neurociencia sostienen que somos, principalmente, seres emocionales que aplicamos la razón.

A nivel neurofisiológico, asocian la actividad racional con el córtex, así como nuestra emocionalidad con el sistema límbico. Y consideran que nuestras decisiones dependen de una interacción entre estos centros racionales y emocionales.


Como vemos, no es posible tener una emoción sin que esta nos genere algún pensamiento, ni se puede pensar en cosa alguna sin que esto nos depare una sensación.

En algunas personas, sin embargo, hay un excesivo predominio del área racional. En otras, de la emocional. En ambos casos, se paga un alto precio por romper el equilibrio. Todos los extremos son malos.

Las consecuencias podrán ser distintas, dependiendo de las características de cada caso particular; pero serán igualmente desafortunadas y siempre el precio a pagar será la angustia. No importa cuánto pretendamos luego racionalizarla.

En tal sentido, la angustia es, a veces, como la aguja de una balanza que determina si razón y emoción mantienen o no el balance apropiado.


Quien solo racionaliza, sin tomar en consideración sus propios sentimientos, puede llegar a tomar decisiones que, finalmente, lo llevarán a un desenlace emocional de frustración o desamparo.

Quien sólo se conecta con el sentir, actuando únicamente en función de sus emociones y sin dar nunca paso a la razón, puede ser víctima de sus propios impulsos descontrolados.

Tanto uno como el otro, el excesivamente racional (rígido) y el excesivamente emocional (flexible), serán presas de la angustia. Por eso, es preciso encontrar el punto medio, donde razón y emocionalidad interactúen y se den la mano.

Por Daniel E. Fernández; Psicólogo y autor del libro ¿Serás lo que debas ser? (Ediciones Urano). http://www.espaciodereflexion.com.ar/”www.espaciodereflexion.com.ar


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