El lento adiós a la trashumancia: ¿una cultura en extinción?

La vieja tradición que le dio no sólo impulso sino sentido y características únicas a buena parte del centro y norte neuquino, pierde impulso. Un poco por el esfuerzo que exige, otro poco por algunas comodidades de la vida moderna.

Ricardo Kleine Samson

La 1° de las fotos es una pintoresca estampa, muy común de ver por estas épocas del año. Lo nevado que está ahí atrás, es el Domuyo, la montaña más alta de la Patagonia. Hay quienes dicen que es un volcán y hay quienes dicen que no. Y los troperos son chiveros trashumantes. Ya llevan 9 horas de arreo arriba del caballo. En la estepa por la que están atravesando su piño (rebaño), el termómetro marca, a la sombra, 39° y aún no es verano. No se soporta. De hecho, lo primero que nos pidieron fue agua fresquita, no tibia como la que llevan en su vieja camioneta Ford que los acompaña con comida, mantas, camastros y el agua que se les entibió en el andar.

Piden agua fresquita, no como la que llevan en la vieja camioneta Ford que los acompaña con comida, mantas, camastros y el agua que se les entibió en el andar. (Fotos: Ricardo Kleine Samson)


Otra de las fotos es una estampa cada vez menos común de ver por estas tierras, dos mujeres arreando su piño a la veranada y todo lo que tienen de guapas también lo llevan de coquetas.

Las mujeres también forman parte del arreo.

Y el que sigue, contento como va, es don Cáceres que, desmemoriado, no recuerda su edad: “Nunca lo celebro. No me acuerdo cuantos tengo”. “¡Se hace el boludo! -me dice su hijo -y el viejo, pícaro, se ríe. Le guiña el ojo al burro, y salen. Aún le quedan 4 noches con todas sus estrellas para llegar a su veranada “que está arriba de aquel cerro ¿la ve?”, dice y señala al cielo, como si el universo fuera suyo.
A juzgar por el aspecto tiene más de 20 y menos de 100, más cerca de los 80 que, si presta atención a los detalles, hoy luce, compadrito, un jersey sin mangas, al tono con el pelo de su burro y entre los dos son una sola estampa, una sola imagen.

Don Cáceres, con su jersey sin mangas y, pícaro, sin recordar su edad.


Pero antes de continuar y para no confundir, distingamos dos conceptos que, para mí, son casi opuestos: uno es el esfuerzo tan evidente como el que hacen estos tipos para cumplir sus rutinas ya establecidas en su cultura; y el otro es el sacrificio, que es otra cosa, y que hacen quienes deben levantarse a la madrugada para tomar un colectivo que no llega, y lo lleve a trabajar a un lugar que no le gusta, para bancarse a un jefe que no quiere y volver, sometidos, 10, 11 o 12 horas después al lugar del que salieron como si las cosas no hubiesen cambiado. Como consecuencia de ambos trabajos, llega el cansancio, pero son distintas las formas de transitarlo.


Volvamos al arreo. Todos están cansados, rendidos. A los chivitos, con menos de un mes de nacidos, les cuesta mucho caminar por el suelo caliente de tanto sol, les desprende sus pezuñas y hay que llevarlo en alza. Balan, y no dejan de balar reclamando el auxilio o la teta de su madre. Pero el tropero está atento a todo, no es un improvisado. Un chivo es un chivo, y no es el amor a los animales lo que lo motiva a cuidarlo: su interés es meramente económico. No son románticos. De eso viven.

A los chivitos, con menos de un mes de nacidos, les cuesta mucho caminar por el suelo caliente de tanto sol, les desprende sus pezuñas y hay que llevarlo en alza


A todo esto, aún les quedan unos escabrosos 3 ó 4 km más para llegar al paraje Aguas Calientes, que se caracteriza por sus aguas sulfurosas e hirvientes que provienen de las entrañas de la tierra y de aquel volcán, si es que lo es, que está ahí atrás.

Allí se detendrán a descansar, comer y dormir a la intemperie, “al sereno” sin carpa, claro, no son mochileros.

Allí se detendrán a descansar, comer y dormir a la intemperie, “al sereno” sin carpa, claro, no son mochileros. Allí hay agua dulce, buenos pastos y sombra. Mañana saldrán muy temprano, al alba o a la oración, dijera el paisano. Esta es su vida, duermen donde les toca y donde les toca hacen, también, lo que les toca hacer. Convengamos que no son culturas que a esta altura del partido podamos imitar, por pintorescas que aparenten. No son un ejemplo a seguir o lo son sólo de sí mismos.


Y ahí está el sentimiento encontrado que, al verlos, nos retrotrae a nuestra joven historia pastoril de la que, sin embargo y casi sin motivos nos hemos alejado. Nos gustaría volver a lo que no queremos proyectarnos ¡Qué contradicción la mía! De hecho, están, como los masái africanos, en vías de extinción. Apenas quedan unos 1.600 trashumantes de los casi 4 mil que había décadas atrás. Don Lazcano nos recordaba que, de niños, su padre cruzaba a Chile desde el Buraleo, en burro a comprar azúcar en terrones y porotos, mientras que su madre los hacia pescar truchas para hacer charque y, con el azúcar, los porotos y el pescado se alimentaban de regreso a la invernada durante los 30 días que duraba su trashumancia. Además de con sus padres, también la compartían con sus abuelos: llegaban a ser 9, entre hijos y entenados. En total, llevaban 4.500 animales, contando chivos, ovejas, caballos, burros y vacas.
“Nací y viví arriba de un caballo. Estábamos 1 mes de ida y otro de vuelta durmiendo donde toque y comiendo lo mismo. No me arrepiento -dice- , pero no quiero que mis hijos hagan lo mismo que hicimos con mi hermano, mis padres, mis abuelos y bisabuelos, quiero que estudien y se vayan o hagan otra cosa.”
Lo que dice Lazcano, lo dicen muchos. La mayoría.


La historia de la trashumancia en el centro y norte de la provincia de Neuquén y sur de Mendoza nace con la 1° fundación de Mendoza, a finales del 1500, por parte del ejército realista que entrega tierras a colonos inmigrantes que provienen del Valle del Echo, en la actual frontera española con los pirineos franceses. Al llegar comparten sus costumbres y las aggiornan al nuevo espacio. Introducen chivos, ovejas, vacas, burros y caballos y desplazan al guanaco que domesticaban los pehuenches. De esta manera, una actividad comercial deriva en una cultura profundamente consolidada en la región y que, con estas características, solo se da en tres lugares del mundo: Pakistán, el Valle del Echo español, el centro y norte de Neuquén y sur de Mendoza. En el norte neuquino y sur mendocino, sus protagonistas son más criollos, muchos de ellos europeos cruzados con pehuenches o criollos, mientras que la del centro neuquino (Zapala, Aluminé, Pehuenia, Moquehue) más tardía que la criolla, es mayoritariamente Mapuche.

La trashumancia solo se da en tres lugares del mundo: Pakistán, el Valle del Echo español, el centro y norte de Neuquén y sur de Mendoza.


La veranada, en las altas montañas, es el lugar en donde alimentan sus animales después que se derrite la nieve del invierno, que cada vez cae menos y menos. Allí están desde noviembre/diciembre hasta abril/mayo, cuando regresan a su invernada a la estepa patagónica a pasar el invierno y esperar que paran sus animales (septiembre/octubre) para regresar a la veranada. Algunos tardan hasta 1 mes otros 2 o 3 días dependiendo de la distancia que haya y la cantidad de animales que arreen. Algunos llevan más de 1.500 animales y otros apenas cientos.

Algunos llevan más de 1.500 animales y otros apenas cientos.

La gran mayoría de ellos, en ninguno de ambos lugares, tiene energía eléctrica, ni gas, ni agua corriente, por lo que no tiene heladera, ni lavarropa, ni bañadera, ni agua caliente. Se bañan o asean lo que toque asear, en los arroyos, con la misma frecuencia y de la misma manera con que lo hacían San Martín, Belgrano, Lavalle, Rosas o Colón, sin ir más lejos…


Durante muchísimos años, toda esta zona estuvo dinamizada por una intensa actividad económica, la cría de ganado, por un lado, sobre todo caprino, y la agricultura, el trueque que se establecía con Chile en el intercambio de animales, carnes, cueros, hilados, semillas, cereales, madera, artesanías, tejidos. También con el que fue el incipiente valle de Río Negro y Neuquén al que se tardaba más de 25 días en llegar.

No se puede evitar recordar a don Galavanesky, venido de Rusia, como uno de los pioneros en el trueque, cuyo almacén de ramos generales aún está funcionando en Tricao Malal; la minería artesanal o pirquiñeros que le dicen, ya casi desaparecida, como la de don Corradino en Huinganco; los molinos de cereales en el cerro Colomichi-Co, muy cerca del rancho de adobe de la querida Doña Marcelina. Todo esto logró fusionar una comunidad multirregional, con parentescos comunes, también rituales y creencias religiosas compartidas, que le dio a toda esta región una original cultura común y una libertad e independencia que el resto del país aún no tenía. De hecho, el último bastión realista estaba instalado en Las Lagunas de Epulauquen a cargo de los hermanos Pincheira, y fueron reducidas recién el año 1832. ¡16 años después de nuestra independencia! Y todo en torno a la trashumancia que, desde hace unas décadas, ha iniciado su evidente desaparición.

Cada vez son menos los chiveros que transitan estos callejones para ir o volver de sus veranadas


Las familias han dejado de hacerlo como antes y cada vez son menos los chiveros que transitan estos callejones para ir o volver de sus veranadas. Es cada vez mayor el esfuerzo que exige:los he visto atravesar inesperadas tormentas, aguaceros, inoportunos temporales de nieve, lo que se va sumando a la poca gente dispuesta, al deterioro ambiental, a la falta de lluvias y nevadas que repercute en la calidad y cantidad de pastos, a la burocracia. De a poco, se van yendo, y con ellos también disminuye la creatividad, el dinamismo y la independencia que antaño caracterizó a todo este norte neuquino con su original impronta cultural y económica.
Al ritmo de las promesas y compromisos electorales y el nuevo escenario laboral que se abre en los municipios locales y pequeños comercios, los hijos, nietos y entenados de los rudos paisanos y paisanas, se han bajado del caballo para sentarse en los escritorios de las distintas dependencias, a domar su aburrimiento y su pereza.
La creatividad y libertad que fluía como los arroyos se limitó a las 8 horas diarias, de lunes a viernes y de cumplimiento efectivo más horas extras, si correspondiera. Una vida tranquila, tienta a cualquiera. La falta de competencias que podrían diversificar las oportunidades económicas y la creación de empleos genuinos atenta contra el dinamismo social, económico y cultural de la región imponiendo su monotonía. El turismo y los deportes pedestres abrieron una nueva ventana económica, al tiempo que se cierran la de la vieja tradición y la región empieza, de a poco, a ser otra, como el pueblo blanco de Serrat: “donde no crece una flor, ni trashuma un pastor…”


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