En la ruta romántica

De Wurzburg a Füssen, o adonde el encanto nos lleve. Así tituló su nota la lectora que escribió estas líneas en la tercera crónica de viaje seleccionada por VOY. Mandá la tuya a yovoy@rionegro.com.ar

Hace muchos años, estábamos en Munich cuando tomamos el automóvil de alquiler que nos venía trasladando desde Madrid, y con él, una ruta al azar, de las tantas que Alemania posee entre bellezas casi difíciles de superar.

Esa ruta pequeña entre curvas y verdes nos llevó a Garmisch, ciudad con fisonomía de aldea conocida por su gran centro de deportes invernales. Después de compartir en uno de sus bares una charla con mi esposo, café de por medio, mapa desplegado y tortas alemanas, nos detuvimos en una regalería y una postal del Castillo de Neuschwanstein cautivó nuestras miradas. ¿Estábamos cerca? Preguntamos la distancia, compramos la tarjeta que desde entonces atesoro, y al día siguiente nos dirigimos allí. Pero el tiempo fue escaso, demasiado breve para quienes se enamoran no sólo del Castillo, sino de la región de Füssen. La expresión surgió a dúo: algún día vamos a volver…

Y volvimos. Porque Alemania es amor a primera vista, es historia reciente, espíritu renovado y naturaleza plena. Habiendo ya incorporado a nuestro “benjamín”, pudimos conocer otros puntos admirables. Y a esta altura, colmados por el encanto del país germánico y la amabilidad de su gente, Baviera fue uno de los destinos elegidos para ese verano del 2009.

La Ruta Romántica, tal como se la conoce, sorprende a los viajeros con 380 kilómetros de ensueño entre Wurzburg -a 112 kilómetros de Frankfurt- hasta Füssen -a 132 de Munich-. Resalto las distancias porque son casi mínimas para los argentinos habituados a las extensas dimensiones de nuestro hermoso país. No es mínimo, en cambio, todo lo que existe para ver, conocer, saborear…

Un turista tradicional es probable que tome una autopista, en este caso la A7 del Meno a los Alpes, y en tres horas recorra este destino, sin lograr empaparse de las bellezas que cada ciudad o pueblo tienen para ofrecer. Un viajero obediente, seguramente seguirá la sugerencia de guías sobre la Ruta Romántica y es posible que en un máximo de tres días la haya recorrido. Sin embargo nosotros, viajeros libres, y algo indisciplinados, decidimos dejar el Hotel Schweiz de Munich, después de un desayuno de despedida ofrecido con la calidez del jovencito que lo servía, quien esa mañana nos recibió con la voz de Madonna en “No llores por mí Argentina” (los alemanes son así de simpáticos y hospitalarios), y partimos primero hacia Innsbruck, capital de Tirol, situada al oeste de Austria y a 110 kilómetros de Füssen, para iniciar la Ruta en este sentido, es decir, distinto al de las propuestas.

Si el viajero ha tomado la decisión de conocer un campo de concentración en Alemania, como en nuestro caso el de Dachau, jamás podrá desprenderse afectivamente de este pueblo y su cruenta historia de castigos devastadores, repudiados por el mundo. Tal vez por eso, y para volver a respirar, es que Innsbruk nos permitió dejar atrás, pero no olvidada, la ciudad de Munich, cuya alegría festiva y contagiosa, contrasta tanto con aquellos sitios en los que los alemanes han decidido mostrar su pasado, con llamas eternas de memoria.

La Ruta Romántica permite, como un microuniverso dentro del mismo país, conocer otras dimensiones de la historia, la cultura y el arte. Tres fueron las ciudades escalas de nuestro circuito: Füssen, cuatro noches en un sencillo hotel en un barrio de la montaña, ya que esta pequeña ciudad evadida de algún libro de cuentos, se encuentra al pie de los Alpes.

Füssen es conocida por dos imponentes castillos: Neuschwanstein y Hohenschwangau, tan magníficos como la montaña próxima a ellos, la Tegelberg, con 1870 metros. Si bien toda la ruta es idílica, este poblado, con sus catorce mil habitantes, su palacio de estilo gótico, las casas con sus frentes de pinturas medievales, y enmarcada por un entorno natural majestuoso, se convierte en uno de esos sitios que uno llama “mi lugar en el mundo”.

Ausburg, tuvo también sus merecidos cuatro días para conocer la ciudad que alberga la Fuggerei, la colonia urbana de carácter social más antigua del mundo, construida en el siglo XVI por Jakob Fugger. En la casa número 14 de la Callejuela del Medio, vivió a partir de 1681 la familia de Franz Mozart. El bisabuelo de Wolfgang Amadeus Mozart trabajó como maestro constructor para la Fundación y murió allí en 1694. Ausburg es también la ciudad natal de Bertolt Brecht, dramaturgo y poeta; la casa museo es conocida como Brechthaus.

Muchos son los pueblitos soñados que el viajero dispuesto a dejarse llevar, puede encontrar alrededor de ésta y de las otras ciudades. Solamente las rotondas llenas de flores y carteles de madera que lo anuncian, nos indican que hemos pasado de un pueblo a otro. Es que todo el sendero, romántico por excelencia, está rodeado por pueblos de fisonomía semejante, pero emplazados en paisajes que cambian con sólo atravesar unos pocos kilómetros: valles, bosques, praderas, montañas y fértiles campos, que hacen que las delicias culinarias sean muy variadas, incluyendo platos con carnes, para no extrañar los argentinos.

Los tres días en Wursburg, la ciudad de los viñedos atravesada por el Meno, fueron también inolvidables. Con sus 130.000 habitantes, es un importante centro universitario y antigua sede episcopal. A gran altura sobre el río, en medio de dichos viñedos, se alza la fortaleza de Marienberg. La vista que se obtiene de la ciudad desde esa altura, justifica toda caminata.

Si bien la idea es recorrer libremente hasta embriagarse de verdes y paisajes de todos los colores, hay pueblos para detenerse: Friedberg, Nördlingen, Dinkelsbühl y sobre todo Rothenburg, que los domingos recrea el pasado medieval con espectáculos y una feria de comidas típicas antiquísimas, a la que los habitantes, desde niños a mayores, asisten con sus antiguas ropas tradicionales. El idioma no fue un obstáculo para disfrutar del teatro callejero; los actores brindaron dinamismo y comicidad desde la maestría gestual, y la música nos invitó a culminar celebrando con ellos. Porque Alemania festeja, celebra, se abre. Conquista…

Pero volvamos a Füssen que, en definitiva, es adonde quisimos regresar. Ubicada como dije al pie de Los Alpes, es la ciudad más alta de Baviera. Con tejados góticos, restos de murallas, calles angostas empedradas, y rodeada por río y árboles, Füssen es dueña de la tranquilidad del paisaje y de la armonía de la edificación. Cientos de personas la transitan por día, pero nada altera esa paz. Y la razón de tantas visitas es la esplendorosa construcción que el rey Ludwig II (o Luis II) hizo levantar en 1869 por un diseñador teatral y de edificios, en lugar de un arquitecto, porque pensó que sería quien mejor podría interpretar sus sueños. El Castillo de Neuschwanstein fue luego la musa inspiradora de Walt Disney a la hora de ambientar La bella durmiente y, a pesar de su majestuosidad, es imposible no sentirse en un mundo de maravillas.

Amante de la música, la poesía, admirador de las narraciones de hadas y de la naturaleza, Luis II asumió a los 18 años y no terminó su reinado por diagnóstico psiquiátrico. El Rey se negaba, los últimos años, a vivir en Munich por estar entregado al control de la construcción y hacía que sus ministros se trasladaran a Neuschwantein. Su cuerpo sin vida fue rescatado un día, a los 42 años, del lago Starnberg, al pie de su palacio de Berg, dejando una estela de dudas y misterio en torno a su muerte. El amor del joven por la música era tal, que el compositor Wagner, de quien fue mecenas, inspiró el decorado de algunas de las 360 habitaciones que posee el castillo, aunque sólo catorce están totalmente acabadas. La decoración y diseño de otras, estuvieron inspiradas en leyendas tradicionales alemanas, que el rey guardaba como recuerdos de infancia. Una historia que amerita, certeramente, otro tipo de relato.

“Neuschwantein” significa “nuevo cisne de piedra”, en honor al caballero de la ópera de Wagner, y la piedra, es la protagonista de la construcción. Para llegar a la entrada se camina en ascenso. Bastante. Mucho. Pero el lugar lo merece. Volvería a hacerlo una y mil veces. Puede arribarse a manera de aventura por el bosque o por un camino pavimentado, usado también por quienes optan por la comodidad de un elegante mateo. Preferimos los senderos. Caminar es sumar huellas. Y las crónicas viajeras se escriben caminando.

Magia, misterio, árboles, cascadas, lagos, llanos y montañas realzan este lugar de la Realeza y el de otros castillos que el Rey Loco hiciera construir en la incomparable región de Baviera.

Podemos pasar el día allí, en Neuschwantein, soñando… Pero por la noche el camino nos devuelve a Füssen, donde podemos también continuar soñando. Soñamos lo vivido y lo imaginado, lo que vendrá sin dudas, al día siguiente. Como escuché decirle a Mario Markic hace unos años en su visita a Neuquén, “lo mejor del camino puede hallarse en los desvíos”. Guardemos entonces el GPS bajo el asiento del auto -nos dijimos- y dejémonos llevar, una vez más, por el aire romántico de la ruta.

ALEMANIA

ADRIANA TRECCO


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