Beatriz Sarlo y un imperdible revival de sus clases en Letras en la Feria de Editores

Beatriz Sarlo fue la protagonista de una conversación en la Feria de Editores que cada vez atrae a más gente, donde estuvo acompañada por Hinde Pomeraniec y Sylvia Saítta, dos de sus alumnas, y repasó su tarea como docente, con anécdotas imperdibles.

Acompañada por estudiantes de distintas generaciones, desde los que la tuvieron como docente a jóvenes que hoy cursan la carrera de Letras, Beatriz Sarlo fue la protagonista de una conversación en la Feria de Editores donde estuvo acompañada por Hinde Pomeraniec y Sylvia Saítta, dos de sus alumnas, y repasó su tarea como docente, una labor que desarrolló a la par que fue delineando su propia formación: «Por supuesto que hay un montón de escritores argentinos que no he leído porque si no la literatura no sería un hecho estético, no es toda la literatura para alguien», dijo.

La tarea docente de Beatriz Sarlo como titular de la cátedra de Literatura Argentina II en la Facultad de Filosofía y Letras comenzó con el regreso de la democracia y superó el tiempo fragmentario que la propia Sarlo acostumbraba a experimentar en su vida. Cuando se dio cuenta que llevaba «mucho tiempo» decidió retirarse. «Sarlo, vos 20 años no estuviste ni con un hombre ni en una casa ni en la política, Sarlo tómatelas. Fraccionada por los períodos militares, mi vida siempre tuvo periodos muy cortos y cuando me di cuenta que cumplía 20 años decidí irme. Lo hice por mí, porque no soporto la continuidad», dijo la propia Sarlo cuando Hinde Pomeraniec le preguntó por qué dejó de dar clases. También un poco, bromeó, para que no la degollaran los otros profesores de esa cátedra con peso propio.

De esa experiencia docente en la Universidad de Buenos Aires, cuya precuela fueron grupos particulares durante la dictadura y la docencia como profesora de latín, no sólo se erigió la figura de Sarlo como teórica y crítica literaria al punto de ser considerada un canon en sí misma, sino que también quedó la huella que dejó en sus estudiantes, jóvenes que encontraron ahí el fragor de una estética, una frescura y una contemporaneidad que formó a generaciones y que hoy es conversación y debate tanto en lo que enseñó en literatura argentina como en teoría literaria.

A sala llena, con gente de pie -entre ellos estaba otro alumno suyo, Pablo Alabarces-, tuvo lugar este domingo la charla en la Feria de Editores, una conversación que tuvo algo de íntimo pero también de risas cuando Sarlo relució su tono lacerante e irónico con el que suele divertir fuera de cualquier formalidad. Pero, sobre todo, puso en escena lo que implicó su propuesta en la cátedra de Literatura Argentina II cuando Enrique Pezzoni la convocó a ella y a David Viñas para rediseñar los programas de literatura argentina. Viñas eligió literatura argentina del siglo XIX y ella quedó a cargo de siglo XX. «Me miraban como se mira a la bestia que ingresa al jardín a destrozarlo», recordó sobre ese desembarco en la Facultad de Filosofía y Letras, plena democracia y con muchas ganas de poner en movimiento todo, de innovar, de «revolear el poncho» como llamó alguna vez a ese ingreso triunfal posdictadura.


Las clases de Beatriz Sarlo


Sylvia Saítta tuvo la idea de reunir sus clases durante la Facultad de Filosofía y Letras, convenció a Sarlo y de la mano de la editorial Siglo XXI se publicó «Clases de literatura argentina. Filosofía y Letras, UBA 1984-1988». Con la pandemia como trasfondo de ese trabajo de compilación y edición, recuperó desgrabaciones y apuntes y se ocupó de dar con la voz de Sarlo docente, que no es la misma de Sarlo que escribe libros o artículos. «Si hay algo maravilloso es ver cómo las clases funcionaban para poner a prueba los temas, las hipótesis, las teorías de lecturas», apuntó Saítta sobre ese trabajo de edición y estudio sobre las clases de su profesora.

¿Cómo fue armar ese primer programa cuando te hacés cargo de literatura argentina contemporánea?, le preguntó Pomeraniec. «No tengo la menor idea», respondió ella, otra vez acompañada por las risas del público y siguió: «Cómo yo armé esa parte histórica no lo sé, me faltaban recursos materiales y un recorrido en la literatura argentina. Yo me formé dando esos primeros años de clases», dijo mientras evocó la escena con la pava del mate sobre la mesa, la biblioteca, las lecturas que nunca podrían ser todas porque «el único que había leído ya todo era Borges, era el inevitable de la literatura argentina…».

«Sin dudas hay omisiones de autores de ese momento, que me fueron echados en cara por los propios autores», dijo Sarlo y recordó cuando una vez en la calle Tucumán se encontró con Jorge Asís (autor que no estaba incluido como lectura en su programa) y le reclamó su ausencia. «Qué hacés conmigo ¿me cortás la cabeza?», le reprochó el escritor, a lo que la autora de «Escenas de la vida posmoderna» como pensando o respondiendo en voz alta dijo: «Sí, en efecto sí». De fondo las carcajadas para el antídoto de la sinceridad.

Sarlo no habla de un canon único sino de elecciones individuales. «Hay algo del gusto personal» y así lo explicaba: «Uno pasa horas y horas preparando una clase, tomando mate y ginebra con el autor de esa clase que ya alguna vez leyó y eligió. Y si no hay algo del gusto personal es muy difícil, sería una tortura. El tiempo que uno pasa con esos autores es mucho más grande que una lectura de placer, porque uno después tiene que explicarlo y tiene terror de no poder contestar aquello que no puede contestar».

¿Miedo de no poder responder?, preguntó Pomeraniec. «El miedo a no defraudar», dijo ella. ¿A quiénes? «Había habido movimiento del cual participaron estudiantes míos de grupos privados, había habido movida para que entremos a la universidad, yo, Ludmer, Piglia, entonces uno no quería defraudar ese movimiento», explicó.

Pero volviendo al gusto personal, al programa y a la cruzada de Sarlo por ubicar a Juan José Saer como el más grande escritor de la Argentina después de Borges, argumentó: «El gusto es mucho más inclusivo, no solamente las formas en las que un relato o poema llega a ser escrito. Lleva marcas vinculadas a las historias personales de los críticos. El gusto tiene esa cronología, esa serie de planos que se van superponiendo. Es muy difícil decir dónde está localizado».

Sus dos alumnas coincidieron en señalar que la Sarlo docente se alejaba mucho del cinismo o la ironía con la que suele acostumbrar. Todos podían levantar la mano y parecer que decían algo importante porque Sarlo retomaba la preguntaba y la complejizaba. «Yo que era una persona irónica imbancable, en las clases pensaba todas las noches anteriores para portarme bien. Tenía un modelo porque vengo de familia de maestras, todas mías tías habían sido maestras, directoras y alguna llego a inspectora, y tenía una especie de religión que mezclaba la extrema dureza con el extremo respeto por los estudiantes. Creo que ese modelo funcionó en la universidad», apuntó y agregó: pero también «se lo deben al clima de la facultad, el clima era democrático en términos sociales no políticos. Era imposible que a alguien se le cruzara maltratar a un estudiante».


Cortázar, Soriano y la literatura como hecho estético


Saítta recordó un episodio: Sarlo llegó al aula y sobre el pizarrón de tiza habían dibujos alegóricos a los relatos de Julio Cortázar y en el escritorio le dejaron un retrato del escritor como forma de protesta frente a la omisión en su cátedra. «Yo erradamente colocaba muy bajo a Cortázar, fue un error mío, lo colocaba en una escala muy baja de valores literarios», reconoció sobre esa decisión que le costó varias críticas.

A su turno, Saítta, salió al cruce: nada de canon Sarlo, «ella todo el tiempo decía ‘ esto es una idea´, Sarlo no decía esto es literatura argentina, decía estas son mis hipótesis de la literatura argentina».

Osvaldo Soriano también fue uno de los autores que no formaba parte de los programas de literatura argentina aunque era un escritor muy leído y que publicaba mucho. Pregunta bomba, anunció Pomeraniec: «¿Vos leíste a Osvaldo Soriano? «Debo haber leído dos o tres libros ¿hay que leer todos los escritores para ser profesor? Creo que no, creo que hay cierta libertad de elección estética. Por supuesto que hay un montón de escritores argentinos que no he leído porque sino la literatura no sería un hecho estético. No es toda la literatura para alguien» y destacó que «cuando estamos hablando de estética y literatura, hablamos de ciertas elecciones que en un lugar de desmejorar la calidad de la clase y del curso la mejoran porque hablan del compromiso estético y vital que esa profesora está teniendo».


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