El retorno necesario de Beatriz Guido: una ficción que se forjó en la literatura y se proyectó en el cine

"Beatriz Guido, espía privilegiada", biografía de la escritora y guionista escrita por José Manuel Onaindia y Diego Sabanés, a la que su sumará una nueva edición de su libro "Fin de fiesta", recuperan su impronta en la literatura argentina y la cultura popular

Escritora y guionista, Beatriz Guido (1922-1988) construyó una obra atravesada por la popularidad de novelas como «La casa del ángel» o «La caída» -llevadas al cine en dupla creativa con quien fuera también su pareja, Leopoldo Torre Nilsson-, en las que delineó personajes femeninos que desbordaron los estereotipos de la época y se apropiaron de temas que hasta entonces eran monopolizados por los autores varones: su impronta es recuperada por estos días en una biografía escrita por José Manuel Onaindia y Diego Sabanés, a la que su sumará una nueva edición de su libro «Fin de fiesta».

Nacida en una casa con una fuerte vida cultural como la que impulsaban su madre, la actriz uruguaya Berta Eyrin, y su padre, el arquitecto Ángel Guido -uno de los creadores del Monumento Nacional a la Bandera-, estudió Letras en Buenos Aires y Filosofía en Roma, para luego convertirse en una de las autoras más leídas en la década del 60.

Si bien su primera publicación fue el libro de cuentos «Regreso a los hilos», fue con la novela «La casa del ángel» que en 1954 irrumpió en la escena literaria y se multiplicó su repercusión acompañada de reconocimientos como el primer premio de Novela Emecé. Le siguieron obras como «La caída», «Fin de fiesta» o «El incendio y las vísperas» y el libro de relatos «La mano en la trampa».

Su obra y su figura fueron recuperadas recientemente por el gestor cultural José Manuel Onaindia y el guionista y director Diego Sabanés en el libro «Beatriz Guido. Espía privilegiada» (Eudeba) en el que también hay material inédito como cuentos o artículos y cartas, como una que le escribió a Silvina Ocampo y Adolfo Bioy Casares desde Madrid en 1988 en la que finaliza: «Los quiero, los admiro, y pienso que son los únicos a quienes podría escribir esta carta. Los ama, Beatriz. P.D.: ¡Viva la ambigüedad!».

La biografía escrita por José Manuel Onaindia y Diego Sabanés, a la que su sumará una nueva edición de su libro «Fin de fiesta».

También desde Madrid, donde está terminando un programa de residencias de la Academia de Cine, Sabanés cuenta a Télam que la idea del libro «había surgido un par de años antes», aunque esperar al centenario de su nacimiento, que se cumplió el año pasado, les permitió «enfocar mejor el homenaje».

«Nos sorprendía que el nombre de una autora como Beatriz Guido no circulara de manera más habitual, al menos como referencia, en los ámbitos vinculados a la cultura en lo que va del siglo. Sobre todo porque Guido, además de escritora de gran repercusión en los años 60, participó en los guiones de 25 películas (y otras que no llegaron a rodarse), algunas de ellas con fuerte reconocimiento internacional en años en que el cine argentino rara vez llegaba al exterior. La pareja Torre Nilsson-Guido abrió la puerta de los festivales internacionales a nuestro cine, y también facilitó la llegada de la llamada Generación del 60, que trajo una renovación temática y estilística», destaca.

El material del libro también tomó forma en una muestra que se llamó «Beatriz Guido, un mundo propio en la literatura y el cine» y se inauguró en el marco del festival de cine Bafici en el Centro Cultural San Martín.


Beatriz Guido y la idea de espía privilegiada

Sobre la idea de «espía privilegiada» que recupera el título del libro, Onaindia dice que «sale de una definición de Guido sobre sí misma» que les sirvió «para describir su punto de vista en la literatura y el cine». Y explica: «Su escritura en ambos ámbitos se destaca por ese ojo que mira a través de una cerradura y describe una realidad extrañada, distante del naturalismo. Sus personajes son extravagantes, las situaciones inusuales, las pinturas de ambiente exageradas por esa mirada que recorta, agranda, deforma aquello que describe. La imagen que mejor ilustra esa situación heredada en inicio, elegida después, es ella sentada en un set escribiendo en pequeños cuadernos a distancia del rodaje».

Consultada en el libro, la investigadora Alejandra Laera dice que en su literatura hay modos de percibir que no habían sido considerados hasta ese momento, como una primera persona femenina por ejemplo.

La pareja Torre Nilsson-Guido abrió la puerta de los festivales internacionales a nuestro cine, y también facilitó la llegada de la llamada Generación del 60, que trajo una renovación temática y estilística».

Diego Sabanés, director, guionista y coautor de «Beatriz Guido, espía privilegiada»

¿Cómo dialoga ese aspecto vanguardista de su obra con este presente? «Emerge en los años 50 un tipo de subjetividad femenina, que explotaría en la década siguiente, pero que todavía se manifiesta con cautela, timidez, contradicciones, y que asoma privilegiadamente en las iniciaciones adolescentes o juveniles, menos regidas por moldes o imposiciones del ‘cómo ser mujer’, ‘cómo deber ser mujer’. Quiero decir: son años de cambio, aun cuando sean, a la vez, tiempos de consolidación hogareña y regulación doméstica, en los que las posibilidades de expresión de las mujeres (privada, pública, política) contribuyen a la construcción de nuevos modos de subjetivación, que implican modos de percepción y sensibilidades también nuevas», explica Laera.

Para la también docente, «con ‘La casa del ángel’, ‘La caída’ y ‘La mano en la trampa’, entre otros textos, Guido configura narrativamente esa subjetividad emergente y crea esas protagonistas femeninas que parecen estar ubicadas en el umbral entre la mirada y la acción, posicionadas para vivir su vida pero no todavía, no del todo».

«(Beatriz Guido) creó los primeros personajes femeninos que no encuadraban en los estereotipos de ingenua o malvada que ocupaban las mujeres en la narrativa de la época».

José Manuel Onaindia, coautor de «Beatriz Guido, espía privilegiada».

En ese sentido, Onaindia destaca que Guido «creó los primeros personajes femeninos que no encuadraban en los estereotipos de ingenua o malvada que ocupaban las mujeres en la narrativa de la época. Las ‘primeras modernas’ del cine argentino aunque nacidas en la literatura. Esas muchachas audaces tan bien encarnadas por Graciela Borges y Elsa Daniel (‘las suequitas’, como cuenta Graciela que las llamaba) que desafiaban los moldes de la religión, la moral patriarcal, la sujeción al mundo masculino».

Y le reconoce a Guido haberse apropiado de «temas que eran monopolio de la literatura escrita por varones: la corrupción política, los conflictos sociales, la crueldad como forma habitual de las relaciones humanas en sus más diversas formas. Creó atmósferas que hoy encontramos en la literatura y el cine aunque su nombre se omita», advierte el expresidente del INCAA.

Laera retoma lo disruptivo de esa obra: «Esa emergencia en un mundo regulado y previsible, lo disruptivo lo es en el ámbito familiar y social y, con Beatriz Guido, también literario: la adolescente de la ciudad, la joven en la ciudad, que asume una voz propia, que tiene deseos y no solo fantasea con cumplirlos sino que incluso se entrega a ellos y lo cuenta».

Guido se apropió de temas que eran monopolio de la literatura escrita por varones: la corrupción política, los conflictos sociales, la crueldad como forma habitual de las relaciones humanas en sus más diversas formas».

José Manuel Onaindia, coautor de «Beatriz Guido, espía privilegiada».

Afirma que eso, justamente, «hizo tan atractiva su narrativa y garantizó una circulación continua de su obra incluso hasta hoy. La potente reactualización del feminismo no dejó de lado a Beatriz Guido sino que incorporó a otras escritoras que no habían sido tan leídas como ella. En cuanto a ella, su obra y su figura son objeto de ensayos críticos, de investigaciones académicas, de tesis doctorales, de programas de estudio… Después, desde ya, hay momentos en los que ciertas obras o figuras se destacan más que otras, pero eso no implica que no ocupe un lugar reconocido en la literatura argentina».

Esa reedición de la obra de Guido tendrá un nuevo capítulo en las próximas semanas porque Eudeba prepara una nueva publicación de su primera novela «Fin de fiesta» en la serie De los dos siglos, a cargo de José Luis de Diego y Sylvia Saítta, quien explica a Télam que la seleccionaron porque «con esta novela Beatriz Guido inicia un ciclo narrativo en el que, si bien reaparece el pasaje de la adolescencia a la adultez – como leemos en ‘La casa del ángel’ (1954) y ‘La caída’ (1956) – , se centra en la narración de la historia política argentina en el cruce con historias familiares y, particularmente, en el lugar de las mujeres en el ámbito de lo cotidiano».

 Emilia Racciatti/Agencia Télam


Recomendaciones para abordar la obra de Beatriz Guido

Las investigadoras y docentes Sylvia Saítta y Alejandra Laera, el gestor José Miguel Onaindia y el cineasta e investigador Diego Sabanés recomiendan lecturas para quienes no conozcan la obra de Beatriz Guido: con qué obra empezar y por qué.

«A mí me gusta mucho esa suerte de trilogía con las protagonistas de las novelas ‘La casa del ángel’ y ‘La caída’ y el relato de ‘La mano en la trampa’. Me gustan porque allí aparece, enrareciendo la emergencia de esa nueva subjetividad, lo ominoso… Y eso ocurre, creo, porque lo ominoso es el deseo mismo, la expresión de ese deseo, su manifestación no solo como sensación interior o curiosidad externa, sino bien corporal, bien material, bien en ese umbral que es la piel. Son historias que una empieza a leer y no puede abandonar: queremos saber qué pasa con esas adolescentes, esas jóvenes que quieren protagonizar su propia vida, cumplir sus fantasías, vivir sus deseos… ¿podrán, se animarán, las dejarán?», responde Laera.

En tanto Saítta sugiere la que fue su primera novela, «La casa del ángel», porque destaca que «prefigura un universo narrativo en el que prevalece la subjetividad femenina descentrada por los mandatos masculinos, los aspectos siniestros de la cotidianidad familiar que acercan la novela al gótico, y una visión crítica de las convenciones de clase más tradicionales».

Para Onaindia, su gran obra literaria es «Fin de fiesta» a la que define como «una novela que debería integrar el canon de nuestra literatura. Así lo pensó Ricardo Piglia cuando la eligió para la colección que dirigió junto a José Tchercharsky de ‘Clásicos argentinos’. Es una obra que tiene hallazgos literarios: alterna la narración en primera persona del protagonista masculino, el joven Adolfo Peña, con la narración en tercera persona con una sólida estructura narrativa y una fluidez que atrapa».

«Tiene hallazgos temáticos: se mete sin ambages en la descripción del caudillismo conservador, en las prácticas espúreas de la política de la época, en las relaciones de dominación familiar y social; hallazgos políticos: anticipa la tendencia a lo que hoy se denomina ‘grieta’, da una visión del peronismo que sirve para debatir el origen y la significación de este movimiento político. La literatura de Guido es una forma de indagar la verdad histórica, válida y vigente aún para discrepar», apunta.

Sabanés reconoce que aunque los libros más famosos de Guido sean «Fin de fiesta» y «El incendio y las vísperas», recomienda «volver a sus libros inmediatamente anteriores, ‘La casa del ángel’ y ‘La caída’. Sobre todo ‘La caída’ que explora un territorio donde el realismo se mezcla con elementos ligeramente fantásticos, que acercan su obra a otros autores nacionales como Silvina Ocampo o incluso Julio Cortázar».

«Por ejemplo, hay un capítulo donde Guido describe dos casas simétricas donde viven los dos pretendientes de la protagonista, y el modo en que uno de ellos entra siempre por la ventana y jamás por la puerta. Esa mirada conecta directamente con el fantástico rioplatense, del que habló Cortázar tantas veces. Uno de los primeros en reconocer ese carácter de extrañamiento en la novela fue Adolfo Bioy Casares, en una reseña que escribió para la revista Sur», dice.

«En ese momento de su obra, como ocurre también en algunos cuentos, lo real aparece teñido por lo siniestro; hay algo perverso raspando la superficie de lo cotidiano. Ese punto de su obra me parece el más interesante. Y creo que es justamente ese el núcleo poético que tan bien supo capturar Torre Nilsson con su cámara, en aquellas primeras películas que hicieron juntos. Y creo que algo de ese espíritu ominoso, lo ‘familiar inquietante’, conecta el cine de Lucrecia Martel con aquellas obras de Guido», resalta.


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