El viedmense Luciano Nacci: cine, música y una historia que nació en los subtes porteños

El realizador audiovisual encontró en el el arte callejero un modo de vida que le permitió pagarse su carrera de cine. Hoy cuenta con dos discos, el último y más reciente, “Cruzando el río”. En esta entrevista con Río Negro cuenta sus comienzos como artista en los subtes de Buenos Aires.

«¿Te animás a hacer los subtes?”.

Luciano Nacci, recién llegado a la ciudad de Buenos Aires desde su Viedma natal, no lo pensó demasiado y le dijo a su amigo que sí, que por qué no. Y así, con repertorio de tres canciones, hicieron la Línea D. Con lo recaudado, Luciano se pagó la carrera de cine, pero también descubrió nuevas posibilidades con su otra pasión: la música.
Como egresado de la Carrera de Dirección de Cine y TV en el Centro de Investigación y Experimentación en Video y Cine (CIEVYC) y de la Licenciatura de Enseñanza de las Artes Audiovisuales (UNSAM), ambas financiadas con lo que ganaba tocando y cantando en el subte junto a Diego Stanley, Luciano Nacci desarrolla una interesante carrera audiovisual de la que sobresale su muy recomendable largometraje documental “Los caminos de Cuba” y “Tormenta de fuego”, sobre los incendios en El Hoyo, en marzo de 2021, y que está en etapa de posproducción.


Luciano Nacci quería hacer cine y lo hizo. ¿Quería ser músico? Probablemente sí, pero no estaba en los planes. Sin embargo, aquella aventura subterránea que le permitió pagarse un alquiler, los estudios y otras cosas más le mostró un camino paralelo para expresarse creativamente. El resultado fueron dos discos: “Puertas y ventanas”, de 2017; y el recientemente editado “Cruzando el río”. Este último fue la excusa para dialogar con el realizador rionegrino que pasa sus días entre Viedma y la Capital Federal, cuando no está viajando cámara en mano.


El disco surgió de una relación amorosa de poco más de tres años con Ana, una chica uruguaya que conoció volviendo de un viaje desde Brasil, escala montevideana mediante. Tras el fin de la relación y con la pandemia como telón de fondo, Luciano decidió ponerse a escribir canciones. Retomó algunas melodías y versos surgidos de cuando eran pareja y comenzó a trabajar en una secuencia cronológica tomando como punto de partida el día mismo en que se conocieron. Luciano eligió la música para afrontar este duelo amoroso. “Fue difícil hacerlo, pero fue para mejor. Me di cuenta que estaba en las profundidades”, confiesa.

Luciano Nacci en las alturas de Buenos Aires, una historia que nació en subterránea.


Compuesto por el propio Luciano Nacci, las ocho canciones de “Cruzando el río” fueron grabadas en el estudio Ambar, de la ciudad de Buenos Aires, con producción y arreglos de Diego Mendiboure. Los músicos invitados fueron Jordan Migues, cuerda de candombe; Roger Zarate, cello; Belén Reggiani, violines; Gabriel Sainz, trompeta; y Nathaly Moran, flauta traversa y coros.
El disco suena rioplatense, sus melodías remiten a Lisandro Aristimuño y Jorge Drexler y no hay nada casual allí: “Yo buscaba un sonido rioplatense, si uno escucha el disco se encuentra con mucho piano, tambores, algo de candombe”. También su registro vocal remite a ambos cantautores quienes, no por casualidad, representan a ambas orillas de Río de la Plata.


Luciano Nacci y la música: me verás en el subte


La historia, esta historia, de Luciano Nacci con la música comenzó en un teatro ciego porque, es momento de decirlo, Diego Stanley, su gran amigo, es ciego.
“Siempre me gustó la música, algo sabía, poco, pero sabía. Y un día Diego me dice ‘’¿sabés tocar, te animas a hacer los subtes?’ Dale, le dije. El necesitaba la plata porque solo cobraba la pensión por discapacidad y yo no tenía un mango”. Empezaron con dos o tres canciones: “Una era ‘Me haces bien’, de Drexler; la otra era ‘Se me olvidó otra vez’, que hizo conocida por Maná; y la tercera no recuerdo. Después fuimos armando un repertorio que llegó a tener unas veinte canciones”.

Fue de las mejores experiencias que tuve en mi vida”, dice Luciano Nacci sobre aquellos años tocando en el subte.

“Aprendí música tocando en la Línea D. Nunca aprendí a tocar bien, me gusta como suena una nota y la empiezo a tocar y voy mezclando con otras notas y así, sacando melodías y haciendo canciones”, cuenta. “Fueron tres años y medio. Lo hice porque era mi forma de vivir, con eso me pagaba el alquiler del departamento. Lo hacía mientras estudiaba cine y hacía plata, en un momento mucha plata. Hacíamos plata porque le poníamos mucha onda y porque Diego es un gran cantor. Él sigue trabajando en el subte, cuando voy nos encontramos y cantamos. Fue de las mejores experiencias que tuve en mi vida”.

El dúo de guitarra, percusión y armónica y voces que conformaban Diego y Luciano se llamaba Sin lunes: “La gente que viaja en subte siempre es la misma y los lunes te odia, te odia, no te quieren ni ver, ni te aplauden (risas). Después, el martes, la misma gente ya tiene otra actitud, el miércoles más y el viernes el vagón es una fiesta, la gente canta, se levanta. Tomarte el subte un lunes es lo peor y el viernes, en cambio, es la fiesta total. Y bueno, Sin Lunes porque es el día que la gente no quiere”.

Tocar en los subtes era un trabajo con horarios determinados, buenas recaudaciones y, acaso por esto mismo, con una particular forma de (auto)regularse. “Tocábamos de lunes a viernes de 10 a 2 de la tarde. Podíamos hacer tres vagones por recorrido porque es lo que llegábamos a hacer. A veces, cuando necesitábamos algo más de guita, hacíamos un cuarto vagón”, recuerda Luciano.
“Tocar en los subtes era muy complicado porque está regulado, no puede ir cualquiera. Los vendedores, los músicos… no puede ir cualquiera, subir y tocar. Se puede poner picante. ¿Quién regula todo eso? La profundidad del subte lo regula (risas) Está regulado por gente que está hace más de 20 años tocando ahí. Y si vos querés ir a tocar solo un día, ok tocá tranquilo, pero después andate. A nosotros nos dejaron entrar porque Diego era ciego. Pero hay una comisión que se reúnen una vez por mes. En la Línea D, ‘gobiernan’ los vendedores y son los que manejan la lista de gente en espera y entra alguien solo si se va otro. Me acuerdo una vez que estábamos ahí reunidos y llega uno de los que veíamos siempre trabajar en el subte, pero esta vez cayó vestido de traje. ‘¿Qué onda?’, le preguntamos. ‘¡Conseguí trabajo!’, nos dijo con una sonrisa gigante. Todos lo empezamos a aplaudir”.


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