Escribir en el agua: una lectura a “Cantos limayos”, de Silvia Mellado

La catedrática Laura Pollastri propone un recorrido de este volumen de 44 poemas que le permitió a su autora, la zapalina Silvia Mellado, ganar el Premio Nacional Storni de Poesía 2021.

¿para quién es el año de la catástrofe
sobre qué espaldas se sostiene?

La pregunta se formula desde el cuerpo leve de este volumen que se sostiene en el cuenco de una mano (unas decenas de páginas), en cuya tapa riela el agua verdimarrón que duplica la paleta del entorno, mientras un benteveo se desdobla en el reflejo y apunta la flecha blanca de su cabeza hacia el objetivo certero de la presa. En Cantos limayos, hay una respuesta de epifanía: Silvia Mellado (Zapala, 1977) la escribe sobre la página fluida del río Limay, el de sus recorridos solitarios durante el año de la peste.

Redactado entre el 2020 y el 2021, el trayecto entre su casa y el río constituyó la pócima sanatoria bebida por los ojos; Silvia contrae en diminutas estampas las ráfagas dilucidatorias del dolor: la pérdida del padre, Juan Pelayo Mellado (Neuquén 1940-2019); la pandemia que acecha con sus cifras y sus muertos se translucen en el talante dolorido del ojo que mira en estos textos. Una poeta, cuya puesta en voz ha sido sustancial para su poesía anterior –hay que escucharla interpretando, a viva voz los textos de Pantano seco (2014) , para entender lo que digo–, entrega aquí una palabra en sordina, como si no quisiera molestar a los enfermos ni espantar a los que se fueron. Íntima, la palabra poética revela la transmutación de diversos avatares del sujeto empírico, y moviliza hasta aspectos corporales propios en un sistema metafórico en clave profundamente personal; así surgen, por ejemplo, los rastros de una enfermedad que le es conocida marcando una pincelada sobre las imágenes: “Y una garza ondula el cuello, / levanta vuelo/ carga un bocio temporario/ hasta la otra costa, / del saucedal imaginario”; los usos del vocabulario científico, cuyas posibilidades poéticas fueron aprendidas en las páginas de César Vallejo, alimentan la abrupción de un síntoma médico en medio de la lectura del paisaje.
La necesidad del dato exacto del científico —Mellado es investigadora CONICET en el Centro Patagónico de Estudios Latinoamericanos, UNCo– se traspapela de diversos modos en estos textos, con la inclusión de una nota al pie, en aclaraciones al final del volumen, donde la autora explica la procedencia de las citas, incluidas en cursiva en los poemas, con profundo celo de autor y de autoridad; no intertextualidad soterrada, sino cita explícita de la voz del otro, para construir un coro de voces amigas (César Vallejo, Ricardo Jaimes Freyre, y se acumulan en la IV parte del libro: Marisa Malvesttiti y María Andrea Nicoletti; Delrío, Escobar, Juan Benigar, Roberto Lehman-Nitsche). Buena parte de ellos provienen de reflexiones en torno a nuestro sur o de testimonios.


Su poesía anterior contaba sucesos, casi microrrelatos vinculados con los hechos –donde el mundo exterior penetra la palabra poética y la inscribe en su adn; “Piba de Zapala”, uno de sus textos más conocidos, o los poemas de Moneda Nacional (2012-2013) delatan una estirpe fuertemente narrativa; en Cantos se despliega una poesía liderada por el ojo, mientras el oído traza rutas por medio de aliteraciones que recogen la sustancia auditiva de aquello que se ve: el poema de apertura (parte I, el volumen tiene IV partes con 44 poemas en total y un prólogo) se inicia con el susurro del agua sugerido en la textura sonora del verso, puntuado con sus eses: “La costa se ensancha y reverdece”; textura que se enlaza en un círculo abierto con el anteúltimo poema del libro: “Al ritmo de sus ciclos, / los árboles crecen/ beben a sorbos la fuerza para los brotes / La corriente vuelve apenas hacia el oeste / y enseguida abraza el curso de las aguas”. Las eses trazan su sinuosa serpiente sonora reconstruyendo el murmullo del río que envuelve completo el poemario. Este poema se anuda con el último, donde la transeúnte de la senda fluvial confiesa su poética / vida, que debe fluir como el río: “no es posible tampoco quedarse inmóvil / sujeta/ a las palabras”
En la tercera parte, comienza a transmutarse la voz poética en el cuerpo de lo observado: “Boca mallín /lame la parte pétrea de la palabra/ sus contornos/ y la traga entera en la cesura/ de sus huecos.”; por un lado, la lengua cabalga en el sonido de las sílabas: parte, pétrea, palabra, contorno, cesura; por el otro, el cuerpo y la mirada se urden en la trama de la memoria tejida en las ramas de los árboles: “Álamo sauce catalpa /sombra urdida en el sordo ruido de la savia/ escasos/ en las casas de la infancia.”
Las hojas de una catalpa, la que custodia el frente de su casa en Neuquén capital, constituye el paisaje cotidiano de la escritora. Los álamos del río, los membrillos, la catalpa trazan el paisaje doméstico de Mellado y del barrio que habita (levantado en una antigua chacra con membrillos de los que se dejó una hilera completa que cosecha en los otoños). Esta arboleda exótica para la Patagonia –son árboles traídos por los colonos a los valles, no forman parte de la flora autóctona—configuran una prosapia y una historia al margen de los manzanares oriundos del Alto Valle de Río Negro y Neuquén que lo identificaron; aún mucho antes del avance de la Conquista del desierto (1878 – 1885), ese ya era “El país de las manzanas” para sus habitantes. La arboleda extranjera, traída desde otras latitudes, se levanta hilvanando una ascendencia patagónica en la poesía, pero no la esperable ni la originaria: esa flora replica la actual composición de la población patagónica integrada por los nacidos y criados, y por los venidos y quedados (NyC y VyC); una vegetación que expulsa a la autóctona, o se integra esforzada o naturalmente con ella y constituye el paisaje actual (humano y natural) de la región. Otras poetas de magnitud siembran también en su escritura un monte de árboles custodios: surgen en las páginas de Irma Cuña (Neuquén 1932-2004), macky poeta (Macky Corbalán, Cutral Có 1963- Neuquén 2014), Clara Vouillat (General Roca 1946). Quizás los árboles que muestra y nombra Cantos limayos constituyan el oculto homenaje a La rama (2022), el volumen póstumo publicado, como éste, por Espacio Hudson y Fundación Oscar Sarhan para la Cultura, en cuyas páginas se recoge lo que macky poeta, arrinconada por la enfermedad que se la llevaría, escribe lo que la inspiró a través de la ventana: una rama de aguaribay, “La rama separada del tronco / duerme el sueño / de su ser rama” (Corbalan 2021). Y tanto la catalpa frente a la casa de Mellado, como el aguaribay que mira macky en su agonía, son plantas sembradas en los espacios urbanos del Valle. El sur está, la Patagonia se dice a sí misma en la voz, el ojo, el oído; en fin, en el cuerpo de los poetas que la habitan. Esta poesía no concede a los estereotipos; instala el “sentido de lugar” (como denomina el escritor del sur chileno Sergio Mansilla Torres (Achao, Chiloé, 1958) al paisaje interior que acompaña a los poetas de cualquier latitud) que se data en el hoy y en el sur de una manera fuertemente admonitoria y combativa: el sur está, se autopronuncia y la palabra entrevera la lengua del origen como un acto de emergencia, imprescindible.

Silvia Mellado es poeta, docente e investigadora de la Universidad Nacional del Comahue y doctora en Letras por la Universidad Nacional de Córdoba.


Una cita tomada de las preguntas de los confesionarios para la evangelización en territorio mapuche es el epígrafe de la cuarta y última parte. La nota vinculada con los pueblos originarios se entronca –tronco de árbol a la orilla de un río—con el poema más extenso del libro, incluido en la tercera parte. La voz poética se desdobla en un tú que derrama su diatriba sobre sí misma en tanto poeta: “Y a la mañana desconfiás más que nunca / del tropo la metáfora”. Allí no aparecen las cursivas para referir el vínculo con los versos de César Vallejo de “Un hombre pasa con un pan al hombro”: ”Un albañil cae de un techo, muere y ya no almuerza / ¿Innovar, luego, el tropo, la metáfora?”. La desconfianza del hablante en la retórica poética, por medio de la fuente oculta, apunta a los hechos, las injusticias sociales señaladas por el lugar de donde se toman los términos “el tropo, la metáfora”, Poemas humanos de César Vallejo (1939).
Surge la lengua de los orígenes, el mapuchezugun –que la autora estudia hace algunos años— por medio de la cual despliega el tormento que Occidente impuso sobre este y todos los pueblos originarios de América; aparecen, entonces, dos términos que unen el poemario nuevamente con su trabajo de investigadora: “los sitios de la memoria”, el nütram mapuche: “los relatos pausados por el llanto” y “las abuelas arreadas” cuando –durante la mal llamada “Conquista del desierto” emprendida por Roca para cerrar el mapa del estado nación argentino—los Mapuche fueron literalmente arreados como bestias para poner en sus tierras el ganado –Mellado viene desarrollando sendas matrices de lectura para la escritura del sur en torno al “arreo” y el nütram (en mapuchezugun: narración, relato de sucesos tenidos por verdaderos que se entrega en una conversación); la semilla de esta lectura del sur y de la Patagonia ya aparece en su volumen La morada incómoda: Elicura Chihuailaf y Liliana Ancalao (2014). Aisladas, en tres versos desperdigados al final del poema, se mencionan las “islas de sombra” donde fueron encerrados en corrales o cárceles los habitantes originarios: Dawson, Martín García, Valcheta.
No se piense, sin embargo, que este poemario es un grito desgarrado proferido desde la poesía con fuerza de imprecación. Todo lo contrario. Murmura, como las aguas del río Limay. La sustancia de los versos es casi el silencio: de una brevedad que el jurado del premio Storni vinculó a la poesía oriental (el hai ku) y a su filosofía; tal vez por desconocer el aquí y el ahora de la poeta, y de su militancia meridional. Ella habla desde la doctrina del “buen vivir” de los pueblos originarios. Se vincula con la naturaleza que la rodea, primero desde el silencio, y luego en el murmullo de las sílabas que recuperan la voz del río. Toda la mitad inferior del libro está en blanco. Ese espacio en blanco es como el desierto tipificado por el viajero del siglo XIX que se apropia del paisaje con una rápida mirada, y traza luego un estereotipo para nuestro sur; o por el turista que recorre hoy sus puntos destacados, y tapiza de fotos las redes sociales esquiando en Bariloche; observando ballenas en Península de Valdés o transitando el Glaciar en Calafate. Arrinconados en la parte superior de la página, los breves poemas se desgranan con la magnitud de un detalle nimio. En ellos, como en nuestro sur, donde otros ven desierto o destino turístico o yacimiento, nosotros avizoramos la emergencia de la vida. Desde allí se abren estos poemas de una investigadora- poeta –Mellado sostiene que ambas figuras de sí son habladas por la misma boca—y desgrana su proceso de no condenar los relatos con la artimaña del olvido y la mudez. En este proceso, la investigadora olvida el rigor científico y lo trueca en la autoridad poética de la ternura:

Caigo en la tentación
A veces
Y te transformo en signo
Para que estos versos zurzan
Rama y lenguaje.

No me dejes enterrar las narraciones
te imploro.
Cada cual su emoción al oírlas.
Y si hay autoridad
Que la de la ternura sea

Por la Dra. Laura Pollastri (UNLP).

Catedrática de Literatura hispanoamericana en la Universidad Nacional del Comahue; directora del Centro Patagónico de Estudios Latinoamericanos y miembro Correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española.


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