Finales alternativos

No recuerdo en qué momento exacto de mi infancia comencé a desear que los malos triunfaran al final de la película. Que se quedaran con el botín, la rubia y el barco. Desde entonces, he imaginado cientos de finales alternativos, en la mayoría de los casos es el villano quien camina hacia el horizonte con una sonrisa en los labios mientras la cámara se aleja.

El cine no ha sido una acertada metáfora de la realidad. No debería pretender serlo ya que esto no siempre es necesario, pero sí una línea disparada hacia ninguna parte en especial que nos provoque la sensación de que los hechos no se repiten. Es decir, que vivir es más que una rutina.

Como no busco que el cine se ría de mí sino yo poder manufacturar nuevos pensamientos a partir de sus imágenes, me incomoda que Neo no posea una conexión Wireless, en lugar del enchufe que debe soportar antes de cada aventura. O que, el brillante Owen Davian, el contrincante de Ethan Hunt interpretado por Philip Seymour Hoffman en «Misión Imposible III», muera de una forma tan estúpida luego de sobrevivir a los impulsos homicidas de Hunt. Hay algo en esa lectura cinematográfica de la moral occidental que definitivamente no funciona. Que está mal. Como está mal que en «Fuego contra fuego» («Heat»), Vincent Hanna (Al Pacino) mate de un escopetazo a Neil McCaule (Robert De Niro) en los alrededores del aeropuerto de Los Angeles. No, Neil debió huir con su novia para radicarse en Nueva Zelanda, porque era obvio que su historia tenía un margen de fuga. Fue la escritura miedosa del director, Michael Mann, la que le negó un destino dorado.

Curiosamente, «Heat» es el corolario de una discusión en la cual dos grupos humanos se ponen frente a frente. El argumento hace hincapié en la vida de los maleantes (no muy distinta a la de los policías y los empresarios involucrados en la trama) y este no es un hecho casual. Mann ha querido graficar hasta qué punto hemos construido un imaginario colectivo de las buenas maneras sociales y acerca de cómo nos vemos en la obligación de seguirlas porque de este modo se mantiene el orden establecido. Su serie insignia en los ochenta, «División Miami», era eso: una reflexión americana acerca de la versatilidad del bien y del mal. Y en la medida en que se volvió más intrincada y profunda fue perdiendo a su público. Los mismo le sucedió a «Picos Gemelos» y a la comedia «Alf».

Bastante antes de que se incluyera en los DVD el corte del director o los finales alternativos, jamás estrenados en salas, en los que los guionistas ponían en pantalla sus apetencias, los directores ya almacenaban sus propias iconografías en el baúl de los recuerdos. Por supuesto, estas diferían de lo que aparecía en los cines como versiones oficiales. Las obras incompletas se volvieron más comunes que las completas. «Calígula», tuvo su momento de gloria y horror cuando apareció cortada en el cine. «Blade Runner» había sido concebida de un modo incluso más retorcido que su famoso original.

Sesenta años después de que John Wayne patentara el ideario del vaquero de sombrero blanco contra el vaquero de sombrero negro, la posibilidad de encontrar nuevos gestos en la cinematografía comercial se hace tan necesaria como desesperante.

A esta altura de los acontecimientos los malos de las películas deben encontrar razones profundas para triunfar sobre sus oponentes. Una generación pos milenio ya se ha acostumbrado a los protagonistas asesinos de difícil calificación: «El perfecto asesino», «La asesina», la saga de Jason Burne, son algunos de los ejemplos que vienen a mi mente.

Un bueno estúpido, hoy por hoy, no debería triunfar sobre un malo encantador. Al menos en la pantalla.

Era más sencillo, y más fácil, medio siglo atrás, cuando un pistolero de rostro oscuro, vestido a tono, pretendía asaltar el banco del pueblo y el sheriff, alto, blanco, querido por todos (incluso por los esclavos negros de su plantación de algodón), lo desafiaba a duelo; que en esta actualidad de hermosos y sádicos perdedores.

Días atrás, la película sobre el asesinato de Jesse James protagonizada por Brad Pitt, me hizo pensar en este punto. James comenzó siendo un guerrillero que apoyaba, con justos motivos o no, la causa del sur, luego se rebeló al avance del ferrocarril que mediante apremios y engaños se fue quedando con la tierra de los pobladores, hasta el punto que decidió asaltar los vagones que transportaban dinero y otros bienes, para transformarse en uno de los bandoleros más famosos de Estados Unidos. Cuando Jesse James fue asesinado por la espalda, iba camino del retiro, tenía mujer e hijos.

No sería capaz de decir de qué color era su sombrero.

 

CLAUDIO ANDRADE

viejolector@yahoo.com


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