Frustración en Guaratiba

RÍO DE JANEIRO.- En Guaratiba hay indignación, frustración y tristeza. A este barrio humilde y apartado de Río de Janeiro debían llegar miles de peregrinos para una vigilia y una misa con el papa Francisco, pero la lluvia y la desorganización aguaron la fiesta y ahora allí sólo reina el silencio. Estos eventos de clausura de la Jornada Mundial de la Juventud debían realizarse en el Campus Fidei, levantado en un pantano desecado, que igual se inundó con las lluvias de los últimos días, por lo que fueron trasladados a la turística playa de Copacabana. Un roído anuncio publicitario da la bienvenida a los fieles a Guaratiba, 60 kilómetros al oeste del centro de Río, que debían comenzar a llegar ayer. Los vecinos tenían la fiesta lista y compraron un montón de bebida y comida para venderle a los peregrinos. Incluso uno improvisó 10 baños en su casa para alquilar a un dólar por uso. Invirtió unos 5.000 dólares que debe ahora pagar sin recibir un centavo. “¿Y qué hago ahora? Yo que con ese dinero me hubiera comprado un carrito o arreglado mi casa”, lamenta el hombre que no quiso dar su nombre. “Está todo el mundo endeudado”, añade. En su restaurante, Leila tiene decenas de botellas de agua y gaseosa apiñadas en una esquina. “Ya me había comprometido con 1.000 comidas calientes, que se quedaron frías”, dice. (AFP)


RÍO DE JANEIRO.- En Guaratiba hay indignación, frustración y tristeza. A este barrio humilde y apartado de Río de Janeiro debían llegar miles de peregrinos para una vigilia y una misa con el papa Francisco, pero la lluvia y la desorganización aguaron la fiesta y ahora allí sólo reina el silencio. Estos eventos de clausura de la Jornada Mundial de la Juventud debían realizarse en el Campus Fidei, levantado en un pantano desecado, que igual se inundó con las lluvias de los últimos días, por lo que fueron trasladados a la turística playa de Copacabana. Un roído anuncio publicitario da la bienvenida a los fieles a Guaratiba, 60 kilómetros al oeste del centro de Río, que debían comenzar a llegar ayer. Los vecinos tenían la fiesta lista y compraron un montón de bebida y comida para venderle a los peregrinos. Incluso uno improvisó 10 baños en su casa para alquilar a un dólar por uso. Invirtió unos 5.000 dólares que debe ahora pagar sin recibir un centavo. “¿Y qué hago ahora? Yo que con ese dinero me hubiera comprado un carrito o arreglado mi casa”, lamenta el hombre que no quiso dar su nombre. “Está todo el mundo endeudado”, añade. En su restaurante, Leila tiene decenas de botellas de agua y gaseosa apiñadas en una esquina. “Ya me había comprometido con 1.000 comidas calientes, que se quedaron frías”, dice. (AFP)

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