Fue a Angola y ya no es la misma

En misión salesiana, la fotógrafa maragata Evangelina Martínez pasó seis meses retratando la crudeza del país africano.

Fue a Angola y ya no es la misma

Fue a Angola y ya no es la misma

Desde que surgió aquel sueño, supo que no sería un viaje de placer. No anhelaba playas paradisíacas ni un crucero por el Mediterráneo. Tenía claro que si se concretaba habría momentos duros, debería enfrentar adversidades y tal vez poner en riesgo su salud o hasta su vida.

Cuenta que tenía 14 años cuando un misionero salesiano dio una charla en su escuela secundaria sobre su viaje a África y que fue ahí cuando decidió que quería eso. Que era ésa la experiencia soñada. Y se puso en la cabeza lograrla.

No recordaba a qué país había ido él y nunca más lo vi, cuenta Evangelina “Peque” Martínez, la reportera gráfica maragata que pasó seis meses en Angola en una misión salesiana, con tareas humanitarias y retratando magistralmente la crudeza del país africano.

“¿Pueden creer que cuando estaba allá aquel misionero de mi adolescencia me mandó la solicitud de amistad en Facebook porque había visto mis fotos y le traían recuerdos? Ahí le confesé que por él yo estaba ahí, casi 25 años después. Y él me contó que justamente su misión también había sido en Angola”, cuenta riéndose de las casualidades de la vida.

No fue fácil prepararse. En 2001 tuvo la primera oportunidad concreta. Hizo algunas gestiones a través de un sacerdote amigo que conocía y que había estado en Etiopía. Pero el atentado a las Torres Gemelas y la profundización de las normas de seguridad postergaron todo.

En 2014 se decidió. “Pasé por la escuela salesiana y pedí los listados de posibles contactos en distintas partes del mundo y a partir de ahí por mail empecé a hacer gestiones”, cuenta. El padre Roberto Musante, una eminencia con la que luego recorrió hospitales y ayudó a desvalidos africanos, abrió la puerta para la odisea.

El 8 de diciembre último voló a Angola y allí permaneció hasta mediados de junio. A su regreso debió permanecer unas semanas haciendo estudios en Buenos Aires para recuperarse de la alimentación diferente y de los males propios del viaje. Desde hace unos días está entre los suyos, caminando otra vez las calles maragatas.

En 2001 comenzó a preparar el viaje que recién se concretó ahora.
Gentileza

La inolvidable aventura de esta fotorreportera gráfica de 38 años tendrá dos consecuencias directas. Por un lado, volcará su producción fotográfica en un trabajo que reflejará las tareas de la misión. Pero, además, está encaminado otro proyecto más personal. Se trata de un ensayo volcado en un fotolibro que contará el drama del agua.

“No es solamente una denuncia de lo que significa esa carencia para las familias de Angola, es también una forma de contar un situación cultural, que ellos naturalizan, que ven como si fuera normal. El nene camina kilómetros para buscar agua porque su padre lo hizo y sus abuelos lo hicieron”, cuenta Evangelina con claridad meridiana y una sensibilidad que emociona.

“Kusandeleli” se llamará el libro de fotografías que retratan la falta de agua potable que sufren los habitantes de ese país del este africano, marcado a fuego por la colonización portuguesa y las guerras civiles.

Ese extraño vocablo quiere decir bendición en la lengua nacional umbundu y “óvava” quiere decir agua, relata Evangelina. Por lo que averiguó casi 900 millones de personas en el mundo sufren la escasez de agua y Angola es uno de los países más perjudicados. La escasez existe, es real, es triste, es preocupante. Mueren anualmente millones de personas alrededor del mundo debido a enfermedades y desastres naturales relacionados con el agua.

Fue en esa situación donde puso el foco en parte de sus visitas por las aldeas y por las seis casas salesianas de las ciudades de Luanda (la capital donde está la sede central de la Misión), Luena, Benguele, Calulo, Dondo y Cabinda, en las que estuvo.

Se detuvo a observar la manera, la forma y el lado positivo con que los angolanos encaran este problema. “El agua es vida, alegría y así se vive en esta tierra. Un día de lluvia es una bendición, una fiesta, los más chicos juegan, bailan, cantan, mientras se bañan y los adultos aprovechan para juntar en recipientes el líquido que usarán en los próximos días para beber, cocinar o higienizarse”. Así lo escribió en un texto que sumará a las fotos tomadas en esas particulares situaciones de las que fue testigo.

Angola, en una imagen de la fotógrafa local.
Evangelina Martínez

“Peque” nos regala una anécdota tras otra. Cuenta cómo era la comida y cómo se enfrentaban las dificultades que la naturaleza presenta. Las arañas, los mosquitos, las ratas, las cobras. El mono que comió y no supo, las rutas, los paisajes, los niños felices al verse en las fotos.

No para. Tiene tanto para contar que no podemos dejar de escucharla. A veces sus historias parecen inverosímiles si uno no evaluara las enormes diferencias culturales que nos distancian. Y habla de la desigualdad social, de las consecuencias de la guerra y de la contaminación. De la minería, el oro y los diamantes, los negocios y los conflictos sociales. De sus miedos, la censura y el autoritarismo reinante. De las familias, el patriarcado y mucho más.

La maragata recién llegada de Angola recibe el saludo de sus vecinos. Todos los que la ven vienen a abrazarla. La miran en situación de entrevista y evitan incomodarla. Pero muchos saben de su aventura y la extrañaron en estos meses. Porque Evangelina es así. Genial profesional, sensible como pocos. Querible, sin dobleces. Y por eso hoy todos le valoran el esfuerzo realizado y esperan con ansias que cuente su historia con lujo de detalles.

Y ahí irá ella por las escuelas con su relato. Y tal vez haya alguno, que como ella hace 24 años, empiece a soñar con hacer su obra de bien.

Y quizá dentro de unos años sea quien cuente que en algún lugar del mundo, como le pasó a Evangelina en Angola, “se aprende a valorar la vida, porque la muerte se lleva gente todo el tiempo enfermedades o accidentes. Hay familias que en poco tiempo por una peste pierden dos o tres hijos. Y sin embargo los padres se dan fuerzas y siguen adelante. Viven el presente con alegría porque no tienen proyectos a largo plazo”.

Con ese bagaje volvió “Peque” al pago. Y mientras recupera su cuerpo, lo aclimata, lo nutre y lo sana, prepara su mente para viajar a otro país lugar, tal vez en no mucho tiempo para volver a dar su corazón. A seguir haciendo tareas humanitarias y, además, a contar historias a través del lente de la cámara, su compañera inseparable. Que por cierto, es otra forma de colaborar.


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