Fútbol y violencia: los estadios como un lugar infernal
¿De qué se trata hoy la violencia en el fútbol argentino? El fútbol argentino está desde hace tiempo preso de las barras bravas que ejercen una violencia impune. Y los estadios son un lugar imposible donde por alguna razón todo parece permitido. Como si las personas abrieran un paréntesis de noventa minutos y dejaran allí buena parte de su condición humana. ¿Cómo entender, entonces, a una persona que es capaz de escupir incansablemente a otra que está del otro lado del alambre y que oficia de juez de línea? ¿Cómo aceptar que en un estadio es posible todo aquello que jamás podríamos siquiera imaginar hacer afuera? ¿Recuerdan aquella sentencia de nuestras maestras cuando nos recordaban que estábamos en el aula de la escuela y no en una cancha de fútbol cuando se nos escapaba alguna palabrota? Desde siempre la cancha de fútbol es naturalmente el lugar donde la agresión, el maltrato y las miserias de nuestras conductas son aceptables naturalmente. En la cancha de fútbol parece estar permitido todo aquello que nos espantaría ver afuera. La puerta para la violencia y la muerte estuvo entreabierta y alguien la abrió del todo. Hoy todo aquello que era el folclore del fútbol está teñido de sangre. “Por un color, sólo por un color / no somos tan malos todo va a estallar”, canta Luis Alberto Spinetta en el verso final de “La última bengala”, temazo que forma parte del disco “Tester de violencia” (1988) y que está inspirado en el incidente que mató en plena tribuna de La Bombonera a Roberto Basile minutos antes de que comenzara un Boca-Racing de 1983. Una bengala lanzada desde una tribuna opuesta se incrustó en la garganta de Basile y lo mató en el acto. La bengala marina fue lanzada desde el corazón de La Doce, la barra brava de Boca. El partido se jugó y nadie fue condenado por el asesinato. En nombre de los colores todo puede estallar y al fin y al cabo no somos tan malos, sostiene con tanta sabiduría poética como eficacia analítica Spinetta. El folclore del fútbol, los colores, el gorro, la bandera y la vincha son la fachada donde el fútbol esconde lo peor de sí mismo. Hace rato que el fútbol perdió su inocencia. La violencia ejercida por las barras no es la única que sufre el fútbol. El clima de agresión contenida y violencia latente toma por asalto todo el estadio. El problema para el fútbol argentino es que las barras instalaron la violencia como metodología para resolver sus negocios ligados al fútbol, o no. Las barras ya no son un problema exclusivo de los clubes, pero sí son responsables de generar las condiciones, por acción o por omisión, para que la violencia sea parte estructural del fútbol y los barras, insólitos interlocutores válidos. Se habla con ellos y se pactan paces. Se los custodia y se los cuida como a ningún hincha. Lejos de apuntar a su disolución, todas las decisiones tomadas contra la violencia sólo generan condiciones para su permanencia. Y lo pagan todos. Se trata de los barras, pero se quedan todos afuera. Los barras y los que no lo son. De eso se trata la prohibición del público visitante. Aun así, insisten en que el fútbol es una fiesta. Pero nadie va a una fiesta con miedo y custodiado por cientos de policías pertrechados como para la Guerra de las Galaxias. Las barras alientan, sí, pero sólo a veces porque también extorsionan, aprietan, roban y matan. Son bandas dedicadas a cometer delitos, muchos de ellos relacionados con el fútbol. Otros no. Dentro y fuera del estadio. Y sus jefes viven de serlo. Y viven muy bien, por cierto. Sólo un real desmantelamiento de estas bandas terminará con la violencia en el fútbol y devolverá a los estadios una calma verdadera. Cualquier otra cosa servirá para sostenerlas. La tensa calma que se vive cuando las barras no se pelean es una falsa paz, porque algo malo debe estar pasando. Las luchas y los conflictos son el síntoma verdadero, porque cuando no se pelean es porque han negociado. Tal desmantelamiento sólo será posible con la creación de un organismo independiente de los poderes y los clubes mismos. Autárquico y formado por especialistas nobles. Un cuerpo multidisciplinario especializado en y capacitado para desarmar la red de financiamiento que es la única razón de ser de las barras. Sin dinero ya no tendrán sentido. La región no debería mirar para otro lado. La violencia en las ligas sucede y las barras ganan su lugar.
juan mocciaro jmocciaro@rionegro.com.ar
¿De qué se trata hoy la violencia en el fútbol argentino? El fútbol argentino está desde hace tiempo preso de las barras bravas que ejercen una violencia impune. Y los estadios son un lugar imposible donde por alguna razón todo parece permitido. Como si las personas abrieran un paréntesis de noventa minutos y dejaran allí buena parte de su condición humana. ¿Cómo entender, entonces, a una persona que es capaz de escupir incansablemente a otra que está del otro lado del alambre y que oficia de juez de línea? ¿Cómo aceptar que en un estadio es posible todo aquello que jamás podríamos siquiera imaginar hacer afuera? ¿Recuerdan aquella sentencia de nuestras maestras cuando nos recordaban que estábamos en el aula de la escuela y no en una cancha de fútbol cuando se nos escapaba alguna palabrota? Desde siempre la cancha de fútbol es naturalmente el lugar donde la agresión, el maltrato y las miserias de nuestras conductas son aceptables naturalmente. En la cancha de fútbol parece estar permitido todo aquello que nos espantaría ver afuera. La puerta para la violencia y la muerte estuvo entreabierta y alguien la abrió del todo. Hoy todo aquello que era el folclore del fútbol está teñido de sangre. “Por un color, sólo por un color / no somos tan malos todo va a estallar”, canta Luis Alberto Spinetta en el verso final de “La última bengala”, temazo que forma parte del disco “Tester de violencia” (1988) y que está inspirado en el incidente que mató en plena tribuna de La Bombonera a Roberto Basile minutos antes de que comenzara un Boca-Racing de 1983. Una bengala lanzada desde una tribuna opuesta se incrustó en la garganta de Basile y lo mató en el acto. La bengala marina fue lanzada desde el corazón de La Doce, la barra brava de Boca. El partido se jugó y nadie fue condenado por el asesinato. En nombre de los colores todo puede estallar y al fin y al cabo no somos tan malos, sostiene con tanta sabiduría poética como eficacia analítica Spinetta. El folclore del fútbol, los colores, el gorro, la bandera y la vincha son la fachada donde el fútbol esconde lo peor de sí mismo. Hace rato que el fútbol perdió su inocencia. La violencia ejercida por las barras no es la única que sufre el fútbol. El clima de agresión contenida y violencia latente toma por asalto todo el estadio. El problema para el fútbol argentino es que las barras instalaron la violencia como metodología para resolver sus negocios ligados al fútbol, o no. Las barras ya no son un problema exclusivo de los clubes, pero sí son responsables de generar las condiciones, por acción o por omisión, para que la violencia sea parte estructural del fútbol y los barras, insólitos interlocutores válidos. Se habla con ellos y se pactan paces. Se los custodia y se los cuida como a ningún hincha. Lejos de apuntar a su disolución, todas las decisiones tomadas contra la violencia sólo generan condiciones para su permanencia. Y lo pagan todos. Se trata de los barras, pero se quedan todos afuera. Los barras y los que no lo son. De eso se trata la prohibición del público visitante. Aun así, insisten en que el fútbol es una fiesta. Pero nadie va a una fiesta con miedo y custodiado por cientos de policías pertrechados como para la Guerra de las Galaxias. Las barras alientan, sí, pero sólo a veces porque también extorsionan, aprietan, roban y matan. Son bandas dedicadas a cometer delitos, muchos de ellos relacionados con el fútbol. Otros no. Dentro y fuera del estadio. Y sus jefes viven de serlo. Y viven muy bien, por cierto. Sólo un real desmantelamiento de estas bandas terminará con la violencia en el fútbol y devolverá a los estadios una calma verdadera. Cualquier otra cosa servirá para sostenerlas. La tensa calma que se vive cuando las barras no se pelean es una falsa paz, porque algo malo debe estar pasando. Las luchas y los conflictos son el síntoma verdadero, porque cuando no se pelean es porque han negociado. Tal desmantelamiento sólo será posible con la creación de un organismo independiente de los poderes y los clubes mismos. Autárquico y formado por especialistas nobles. Un cuerpo multidisciplinario especializado en y capacitado para desarmar la red de financiamiento que es la única razón de ser de las barras. Sin dinero ya no tendrán sentido. La región no debería mirar para otro lado. La violencia en las ligas sucede y las barras ganan su lugar.
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