Gente seria

La política de seducción de Di Tella sobre Malvinas puede haber parecido frívola como dice Rodríguez Giavarini, pero tenía un trasfondo muy serio.

Por estar los aliancistas tan resueltos a «diferenciarse» de sus antecesores menemistas, era de prever que se sentirían obligados a abandonar la «política de seducción» hacia los habitantes de las islas Malvinas, reemplazándola por una basada en la frialdad presuntamente calculada, la cual ya ha producido sus primeros resultados: haciendo gala de su mejor soberbia radical, el canciller Adalberto Rodríguez Giavarini se negó a saludar a un representante de los malvinenses, los cuales según la doctrina partidaria no deberían existir, y desató un pequeño roce con el Reino Unido por el vuelo de aviones británicos sobre una zona disputada. ¿Está por reanudarse la «guerra fría» con Londres? El gobierno dice que no, que en el fondo todo seguirá como antes, pero si continúa fabricando pequeños incidentes de este tipo no le será nada fácil impedir que las relaciones bilaterales empeoren, lo cual no convendría a ninguno de los dos países aunque el más perjudicado sería con toda seguridad el más débil, o sea, la Argentina.

Desgraciadamente para el gobierno, los diplomáticos británicos no son los únicos que hayan atribuido el cambio así supuesto exclusivamente a los problemas internos argentinos. Comparten plenamente su opinión el ex canciller Guido di Tella y muchos dirigentes peronistas. Hasta el propio Rodríguez Giavarini contribuyó a confirmar las sospechas al aseverar que «la etapa de los chistes en inglés, los regalos y los juegos de palabras ha llegado a su fin. Lo que hemos enfriado son las actitudes frívolas». Dicho de otro modo, se trata de otro intento de los delarruistas de convencer a los demás, en primer lugar a sus propios compatriotas, de que son personas muy serias, por no decir solemnes, que no tienen nada en común con los menemistas.

La falta de «frivolidad» de la cual se enorgullece Rodríguez Giavarini sería muy positiva si hubiera motivos para creer que mejoraría el status internacional de la Argentina y también serviría para facilitar una solución definitiva al problema planteado por el conflicto en torno a las islas, pero la verdad es que no los hay. Como dijo Di Tella, «la gente se ríe de nosotros» por entender que la política exterior del país está en manos de personas obsesionadas por la imagen. Si bien nadie ignora que la «estrategia» de Rodríguez Giavarini se basa en algo más que su deseo de sorprender a todos por su adusta seriedad – a través de un siglo de existencia la UCR se las ha arreglado para acumular una rica tradición de anglofobia «principista» -, es natural que la forma ingenua con la cual los responsables de la política exterior nacional han explicado el viraje reciente ha brindado una impresión de superficialidad irremediable.

La «política de seducción» de Di Tella puede haber parecido tan frívola como dice Rodríguez Giavarini, hombre que, a diferencia del ex profesor de Oxford, encuentra incomprensibles las idiosincrasias británicas, pero tenía un trasfondo muy serio. El gobierno de Menem entendió que quienes poseen la clave de la eventual recuperación de las Malvinas son los isleños y que si éstos modificaran su actitud hacia la Argentina un arreglo favorable del conflicto sería por lo menos factible. En cambio, los radicales, lo mismo que los militares y casi todos los peronistas antes de la gestión de Menem, se interesan más por la «lucha» que por la soberanía como tal, sin preocuparse demasiado por el hecho evidente de que los repetidos «triunfos morales» anotados en la Asamblea General de las Naciones Unidas no hayan incidido un ápice en la situación real del Atlántico Sur. Hace menos de veinte años, esta manera introvertida de actuar culminó en una guerra, y si bien es poco probable que la estrategia no frívola del gobierno aliancista tenga consecuencias igualmente dolorosas, esto no quiere decir que pueda producir beneficios para la Argentina. Por el contrario, al perjudicar las relaciones con uno de los países más influyentes del Primer Mundo, estimulará a los que creen que el país debería dedicarse a combatir la «globalización» en lugar de esforzarse por adaptarse a ella y a aprovecharla al máximo para asegurar que el siglo XXI sea para nosotros menos decepcionante de lo que fue el anterior.


Por estar los aliancistas tan resueltos a "diferenciarse" de sus antecesores menemistas, era de prever que se sentirían obligados a abandonar la "política de seducción" hacia los habitantes de las islas Malvinas, reemplazándola por una basada en la frialdad presuntamente calculada, la cual ya ha producido sus primeros resultados: haciendo gala de su mejor soberbia radical, el canciller Adalberto Rodríguez Giavarini se negó a saludar a un representante de los malvinenses, los cuales según la doctrina partidaria no deberían existir, y desató un pequeño roce con el Reino Unido por el vuelo de aviones británicos sobre una zona disputada. ¿Está por reanudarse la "guerra fría" con Londres? El gobierno dice que no, que en el fondo todo seguirá como antes, pero si continúa fabricando pequeños incidentes de este tipo no le será nada fácil impedir que las relaciones bilaterales empeoren, lo cual no convendría a ninguno de los dos países aunque el más perjudicado sería con toda seguridad el más débil, o sea, la Argentina.

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