Glorenza, la joya medieval

A pocos km de la frontera con Suiza, en plena zona alpina, está la ciudad más pequeña de Italia. Y una de las más lindas, con sus callejones, casas señoriales y una apasionante historia que brota a cada paso.

Tirol del sur

Glorenza tiene menos de 900 habitantes y es la ciudad más pequeña no sólo de Tirol del Sur sino de toda Italia. Sin embargo, la localidad es grande en términos de belleza: el pequeño municipio es una joya medieval como casi no hay dos en la región alpina. Todo comenzó con una disputa: durante siglos, los obispos de Coira llevaban la batuta en Val Venosta, tanto en lo religioso como en lo político. En algún momento, los condes de Tirol reclamaron esta región situada entre Merano y el Paso de Resia. Como el obispo no estaba dispuesto a ceder, el conde Meinhard II levantó en poco tiempo, en el año 1291, una ciudad en las narices del propio obispo: Glorenza. Aunque solo estaba compuesta por 30 casas, colocadas en fila en un solo callejón –la Laubengasse–, la localidad tenía el derecho de celebrar mercados y gozaba de privilegios. Glorenza se convirtió rápidamente en una ciudad floreciente, sobre todo gracias al comercio de la sal del valle del río Inn, del vino de Valtelina y metales de la Lombardía. Christine Wallnöfer conoce Glorenza muy bien. En el ayuntamiento de la localidad, la guía turística explica la gran historia de esta pequeña ciudad. Después, acompaña al grupo de turistas primero por la Laubengasse, pasando delante de casas de la alta burguesía hacia la plaza mayor y luego hacia la iglesia parroquial de San Pancracio, que se alza sobre una elevación al otro lado de las antiguas murallas. “Las actuales murallas de la ciudad no datan de la época cuando se fundó la ciudad, sino que fueron construidas alrededor del año 1500. Tienen una altura de hasta diez metros y están fortificadas con torres de defensa”, cuenta Wallnöfer. Las murallas las mandó construir el emperador Maximiliano de Austria, quien era también rey de Tirol. En 1499 había sufrido una derrota devastadora ante los suizos en la batalla de Calven, ceca de Glorenza, por lo que quiso convertir Glorenza en una fortaleza fronteriza. El emperador no vivió el tiempo suficiente para ver que las murallas, que siguen siendo transitables hoy día, ya eran inútiles cuando terminaron de construirse porque no podían resistir el nuevo armamento. Maximiliano tampoco fue testigo de la decadencia de la ciudad. “Glorenza se convirtió pronto en una mancha insignificante en la periferia de Austria, afectada por inundaciones por el desbordamiento del río Adigio, devastadores incendios urbanos y por la peste”, dice Wallnöfer. Los otrora adinerados comerciantes empobrecieron y quedaron degradados a simples campesinos que incluso se veían obligados a enviar a sus hijos al exterior porque ya no podían alimentarlos. Aunque sus habitantes sufrían lo indecible, para la ciudad como conjunto histórico la pobreza fue una bendición porque así se conservó esta joya medieval con sus bonitos callejones y espléndidas casas señoriales. Y hay otra especialidad en la pequeña localidad: frente a las puertas de la ciudad se encuentra desde el año 2010 la empresa Puni, la primera y única destilería de whiskey de Italia. Cómo llegar: en tren a Merano y desde allí en el tren Val Venosta a Sluderno o Malles. Desde allí se llega en pocos minutos en autobús a Glorenza. Alternativa: en tren vía Innsbruck a Landeck y desde allí en autobús de línea a Glorenza por el Paso de Resia. (DPA)

Aunque solo estaba compuesta por 30 casas, colocadas en fila en un solo callejón –la Laubengasse–, la localidad tenía el derecho de celebrar mercados y gozaba de privilegios. Glorenza se convirtió rápidamente en una ciudad floreciente, sobre todo gracias al comercio de la sal del valle del río Inn, del vino de Valtelina y metales de la Lombardía.

Christine Wallnöfer conoce Glorenza muy bien. En el ayuntamiento de la localidad, la guía turística explica la gran historia de esta pequeña ciudad. Después, acompaña al grupo de turistas primero por la Laubengasse, pasando delante de casas de la alta burguesía hacia la plaza mayor y luego hacia la iglesia parroquial de San Pancracio, que se alza sobre una elevación al otro lado de las antiguas murallas. “Las actuales murallas de la ciudad no datan de la época cuando se fundó la ciudad, sino que fueron construidas alrededor del año 1500. Tienen una altura de hasta diez metros y están fortificadas con torres de defensa”, cuenta Wallnöfer.

Las murallas las mandó construir el emperador Maximiliano de Austria, quien era también rey de Tirol. En 1499 había sufrido una derrota devastadora ante los suizos en la batalla de Calven, ceca de Glorenza, por lo que quiso convertir Glorenza en una fortaleza fronteriza. El emperador no vivió el tiempo suficiente para ver que las murallas, que siguen siendo transitables hoy día, ya eran inútiles cuando terminaron de construirse porque no podían resistir el nuevo armamento. Maximiliano tampoco fue testigo de la decadencia de la ciudad.

“Glorenza se convirtió pronto en una mancha insignificante en la periferia de Austria, afectada por inundaciones por el desbordamiento del río Adigio, devastadores incendios urbanos y por la peste”, dice Wallnöfer. Los otrora adinerados comerciantes empobrecieron y quedaron degradados a simples campesinos que incluso se veían obligados a enviar a sus hijos al exterior porque ya no podían alimentarlos. Aunque sus habitantes sufrían lo indecible, para la ciudad como conjunto histórico la pobreza fue una bendición porque así se conservó esta joya medieval con sus bonitos callejones y espléndidas casas señoriales. Y hay otra especialidad en la pequeña localidad: frente a las puertas de la ciudad se encuentra desde el año 2010 la empresa Puni, la primera y única destilería de whiskey de Italia.

Cómo llegar: en tren a Merano y desde allí en el tren Val Venosta a Sluderno o Malles. Desde allí se llega en pocos minutos en autobús a Glorenza. Alternativa: en tren vía Innsbruck a Landeck y desde allí en autobús de línea a Glorenza por el Paso de Resia. (DPA)


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