Hablar de actividad física y sistema inmune es un deber

En diferentes columnas (“La actividad física como refugio mental”; “Cuerpo activo, cerebro agradecido”; “La actividad física con perros”; “La longevidad y la actividad física”; “El sedentarismo es enfermedad, la actividad física es salud”) he destacado las bondades del movimiento, tanto para la salud física como mental de las personas.


Ello fue antes de la pandemia del covid-19, cuando la quietud ya se había constituido en la cuarta causa de riesgo de muerte en el planeta y se confirmaba una epidemia de obesidad y de sedentarismo a nivel mundial.
Sin embargo, ante el paso inclemente del coronavirus, criteriosamente se han efectuado múltiples campañas sobre el uso del barbijo, la limpieza de manos y la distancia social, pero son escuálidas y casi de color las notas que tratan a la actividad física como agente preventivo y terapéutico.


En tal sentido a los medios y a los profesionales de la salud y del movimiento correspondería una divulgación más asertiva y entendible de porqué la actividad física es tan significativa para el sistema inmune.
Al decir del kinesiólogo y profesor Luis Zabala, “hemos sido diseñados para el movimiento y poseemos en el sistema inmunológico al mejor y más seguro de los antivirus ya instalado, solo hay que activarlo”.


Sostiene el mencionado profesional que en el ejercicio físico y el trabajo muscular se activan las miokinas, proteínas fibrosas protectoras de infecciones virales (Natural killers o NK). En tal sentido, los últimos aportes de la ciencia sostienen que el músculo no solo cumple una función desde lo articular, muscular y funcional, sino que también actúa como un órgano endocrino.


El ejercicio es capaz de estimular la liberación de miokinas, las cuales inducen cambios tanto en el propio músculo como en otros órganos y tejidos. Estas protegen y mejoran la funcionalidad del tejido muscular, regulando su metabolismo, la hipertrofia, la angiogénesis y procesos inflamatorios. Además, tales funciones regulan el peso corporal, la inflamación de bajo grado, la sensibilidad a la insulina, la supresión del crecimiento tumoral y la mejora de la función cognitiva.


Mientras no se comprenda que el movimiento es uno de los principales aliados de la salud, se seguirá desperdiciando una gran oportunidad de cambio.



De allí que la actividad física sostenida en el tiempo así como la correcta alimentación, el adecuado descanso, el tomar sol y el buen estado de animo sean tan valiosos aliados a la hora de combatir la inmunosupresión.
Sabemos que con la actividad física a su vez se activan hormonas como la dopamina, oxitocina y serotonina, esenciales para liberar estrés y contribuir al equilibrio mental, tan apreciado en tiempos como los actuales, de emociones contenidas, falta de contacto corporal y aislamientos impuestos.


Es por ello que los pacientes con patologías previas asociadas con el sedentarismo y la obesidad, más los adultos mayores, han resultado ser las personas más vulnerables frente al covid-19 y paradójicamente quienes más debieran recibir buena información al respecto.


Sin embargo, no se ha visto una sola campaña dirigida a tal fin y son poquísimos los profesionales que tratan con profundidad el tema. Tener una población activa y saludable debiera ser el norte de una política integral de salud pública, pero ello no parece ser parte de la agenda de muchos países, incluido el nuestro.


En tanto las personas incorporen el ejercicio como hábito, el sistema inmune estará mejor preparado para impedir el avance de distintos virus (entre ellos el SARS-CoV-2 o sus potenciales complicaciones).
Si bien la cultura del cuidado vino para quedarse y las vacunas contra el covid-19 se aguardan con avidez, hay temas de fondo como el de la actividad física y el sistema inmune que no debieran ser soslayados.


Mientras no se comprenda que el movimiento es uno de los principales aliados de la salud y no algo meramente recreativo, deportivo o estético –como se razonaba siglos atrás con el dualismo cartesiano–, se seguirá desperdiciando una gran oportunidad de cambio.


Así la prevención dejará de ser una palabra bonita, para convertirse en el deber que ha consagrado y privilegiado nuestro sistema legal actual (Art. 1710 y ss. del CCYC).


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