Invertir en el futuro del mundo

Por Kofi A. Annan (*)

En las zonas rurales de Bangladesh la mayoría de las niñas se casa a una edad muy temprana, no porque deseen hacerlo, sino porque sus familias no pueden permitirse enviarlas a la escuela.

En algunos distritos, sin embargo, como Narshingdi, por ejemplo, eso está cambiando. La matriculación de las niñas en las escuelas secundarias se ha más que duplicado. En tres años la proporción de mujeres casadas en el grupo de 16 a 19 años se redujo del 72% al 64%, y en el grupo de edad de 13 a 15 años, del 29% al 14%. Se está reduciendo el tamaño de las familias en esos distritos, y hay más mujeres empleadas con mayor ingreso. El director de una escuela de Narshingdi dice que cuando comenzó a enseñar hace 30 años no podría haberse imaginado que tantas niñas asistieran a la escuela.

Los beneficios se extenderán mucho más allá de cada una de esas niñas. Entre los resultados se incluirán una menor tasa de nacimiento, mejores prácticas de salud, menos muertes de lactantes y una fuerza de trabajo más saludable y productiva.

¿Qué hizo que ocurriera este cambio? El dinero. Desde 1993 las niñas que asisten a la escuela secundaria reciben un pequeño estipendio en dinero en efectivo, en tanto que la escuela recibe un pago para ayudar a pagar la matrícula.

«El estipendio ha obrado como por arte de magia», dice el director. El plan, patrocinado por el gobierno de Bangladesh y financiado por el Banco Mundial, se habrá de ampliar ahora para llegar hasta 1,5 millones de niñas.

Eso es el desarrollo. No es algo abstracto. Es cambio efectivo en la vida de gente real, millones y millones de individuos, mujeres y niños, todos ellos ansiosos por mejorar su propia vida, si se les da la oportunidad.

En la actualidad se les deniega esa oportunidad. Bastante más de 100 millones de personas -la quinta parte de la raza humana- están obligadas a vivir con menos de 1 dólar por día. Se acuestan con hambre todas las noches. Ni siquiera tienen agua para beber sin correr grave riesgo de enfermarse.

El desarrollo significa permitir que esa gente, y otros 2.000 millones que están apenas en mejor situación, vivan mejor.

Hace 18 meses los líderes políticos del mundo acordaron en la Cumbre del Milenio, celebrada en Nueva York, que destinemos los primeros 15 años de este nuevo siglo a un importante intento por reducir la pobreza, el analfabetismo y la enfermedad. Y fijaron un conjunto claro de metas, con las cuales se medirían el éxito o el fracaso: los objetivos de desarrollo del milenio.

No se alcanzarán esos objetivos sin recursos: recursos humanos, recursos naturales y, lo que es fundamental -como lo demuestra el ejemplo de las niñas de Narshingdi-, recursos financieros.

Por ese motivo, el presidente George W. Bush y más de 50 otros jefes de Estado, así como miembros de gabinetes, dirigentes empresariales, ejecutivos de fundaciones y de grupos sin fin de lucro, se reúnen en Monterrey (México) a fin de debatir acerca de la financiación para el desarrollo. El destino de millones de personas depende de que tengamos buen resultado.

Los líderes del mundo en desarrollo también asistirán.

No piden dádivas. Saben que ellos mismos tienen que seguir políticas apropiadas para movilizar la inversión privada, de sus propios ciudadanos y del extranjero. Tienen que adoptar el mercado, velar por la estabilidad económica, recaudar impuestos de manera transparente y responsable, luchar contra la corrupción, hacer valer el imperio de la ley y proteger los derechos de propiedad.

Lo que piden es una oportunidad de salir de la pobreza mediante el comercio, sin tener que hacer frente a aranceles o contingentes ni competir contra productos subsidiados de los países ricos.

Muchos piden además que se alivie una deuda insostenible.

Y muchos dicen que, a fin de prescindir de las dádivas, necesitan que se les ayude a surgir mediante el aumento de la asistencia de los países más ricos.

Hasta ahora la mayoría de los países desarrollados ha reaccionado con escepticismo ante esta petición, considerando que en los últimos decenios gobiernos corruptos o ineficientes han derrochado gran parte de la ayuda.

Pero comprenden también que vivimos en un mundo, no en dos, y que nadie en este mundo puede sentirse cómodo, ni seguro, mientras tantos otros viven en medio del sufrimiento y la privación.

Y ahora están comenzando a comprender que hay un pacto mundial en juego: en los lugares en que los países en desarrollo adoptan políticas orientadas hacia el mercado, fortalecen sus instituciones, combaten la corrupción, respetan los derechos humanos y el Estado de derecho, y gastan más dinero en las necesidades de los pobres, los países ricos pueden apoyarlos con comercio, asistencia, inversión y alivio de la carga de la deuda.

El 14 de marzo el presidente Bush anunció una importante contribución estadounidense al prometer 5.000 millones de dólares en gasto adicional en los próximos tres años para una «cuenta del desafío del milenio» a fin de ayudar a los países en desarrollo a mejorar su economía y su nivel de vida.

El mismo día la Unión Europea anunció que hacia el 2006 sus miembros aumentarían su asistencia para el desarrollo en 4.000 millones de dólares por año, hasta llegar a un promedio de 0,39% del producto nacional bruto, un paso significativo hacia la meta convenida en las Naciones Unidas de 0,7%.

Esos montos tal vez no basten por sí mismos. Todos los estudios económicos concuerdan en que, para lograr los objetivos de desarrollo del milenio, necesitamos aumentar por lo menos en 50.000 millones de dólares por año la asistencia oficial a escala mundial, es decir, el doble del nivel actual.

Pero esas decisiones sugieren efectivamente que el argumento en principio ya se ha ganado. Todos los gobiernos aceptan que la ayuda oficial no es sino un elemento de la mezcla, pero que es esencial. La ayuda es mucho más efectiva que hace 20 años por diversas razones. Una mayor parte se centra en la formación de la capacidad de los países receptores para que administren su propia economía y una menor parte está atada a los intereses comerciales o geopolíticos de los países donantes.

Si se concierta ese pacto mundial en Monterrey esta semana, muchas más niñas de Africa, Asia y América Latina asistirán a la escuela como sus hermanas de Narshingdi, millones de niños crecerán hasta llegar a ser miembros productivos de su sociedad, en lugar de caer víctimas del sida, la tuberculosis o el paludismo, y el mundo en general será mucho, mucho mejor.

(*) Secretario General de las Naciones Unidas


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