Jorge Sabato y la “esperanza argentina”

Armando Fernández Guillermet *


Sabato volvió sobre el objetivo de una capacidad científico-técnica propia y explicitó la finalidad humanista de la búsqueda en la que se comprometió por años.


El 12/10/83 se inauguraba en Buenos Aires “Ciencia, Tecnología y Desarrollo”, un encuentro nacional de 5 días organizado por Manuel Sadosky, Alberto Aráoz, Carlos Abeledo, Héctor Ciapuscio y otros especialistas. Sin embargo, Jorge Sabato, quien era considerado una autoridad en la temática, solo contribuiría a través de unas grabaciones que -como expresa Aráoz en el informe sobre la reunión- enviaría “desde su lecho de enfermo”. En vista del interés que revisten las reflexiones de Sabato para pensar, aún hoy, el futuro argentino, me propongo analizar algunos aspectos de dichos aportes, los cuales -por una circunstancia que recordaré hacia el final de esta nota− adquieren particular significación. Como marco histórico imprescindible para el análisis, reseñaré, en primer término, la trayectoria de este notable intelectual público, que transformaba en obras sus ideas e ideales.

Jorge Alberto Sabato nació en Rojas (Prov. de Buenos Aires) el 4/6/1924. Se formó como maestro normal y como profesor de Física. En 1952 ingresó a la empresa metalúrgica Guillermo Decker SA para dirigir el laboratorio de investigaciones. Dado que en la Argentina la metalurgia no estaba consolidada como disciplina académica, debió estudiar por su cuenta para asimilar el conocimiento técnico sobre el cobre y sus aleaciones. Su esfuerzo autodidáctico le permitió crear en 1954 una empresa para asesorar a la industria metalúrgica y metalmecánica e ingresar en 1955 a la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), para organizar y conducir el Departamento de Metalurgia.

Los diversos proyectos que Sabato llevó adelante en la CNEA tenían un objetivo estratégico común: el logro de una capacidad local y nacional propia −y de decisión autónoma− en ciencia y tecnología. En particular: (a) impulsó desde el comienzo la formación de investigadores y la creación de un laboratorio capaz de abordar también los problemas metalúrgicos industriales; (b) cuando se construyó en la CNEA el primer reactor de investigación −a partir de un diseño norteamericano− el equipo de Sabato introdujo innovaciones en la fabricación de los elementos combustibles, cuyo know-how fue adquirido en 1958 por la empresa Degussa-Leybold (Alemania); (c) impulsó la creación en 1961 del Servicio de Asistencia Técnica a la Industria, un novedoso ámbito de articulación de la investigación con la industria metalúrgica; (d) cuando en 1966 se convocó a oferta de precios para la construcción de la central nucleoeléctrica de Atucha I, Sabato introdujo un criterio destinado a favorecer la participación de la industria nacional, tanto por el impacto económico como por el desafío tecnológico que involucraba; y (e) en 1968 elaboró con el politólogo Natalio R. Botana -y presentó en conferencia internacional− el trabajo “La ciencia y la tecnología en el desarrollo futuro de América Latina”, que es valorado como un aporte liminar al surgimiento del denominado pensamiento latinoamericano en ciencia, tecnología y desarrollo. En dicho trabajo, Sabato y Botana analizan las relaciones entre 3 elementos clave: la infraestructura científico-tecnológica (I), el gobierno (G) y la estructura productiva (E), y concluyen que la articulación dinámica entre ellos -que define el “triángulo I-G-E” – es un requisito para la innovación y el desarrollo.

Jorge Sabato falleció el 16/11/83, solo un mes después del encuentro que mencioné al principio. Esta penosa circunstancia hace que sus contribuciones de ese momento adquieran el carácter de un valioso legado de ideas e ideales. Entre otros aspectos, Sabato analizó la “revolución tecnológica” mundial en curso -que calificaba de “cerebro-intensiva”−, y las posibilidades (la “esperanza”) que tendría el país de participar en ella. Pensando que en la sociedad argentina existía (o, al menos, había existido hasta hacía poco) la capacidad para crear conocimientos en diversos campos de la cultura y las ciencias, cifró en dicha capacidad la “esperanza argentina”. De allí concluyó que si esta premisa fuese asumida socialmente, para la Argentina no podría haber recurso natural, industrial, etc., que igualase en importancia a la que el país asignaría a la formación de las personas. En tal caso, la “esperanza argentina” podría fortalecerse y dejar de ser -como él decía en 1983− apenas una “pálida luz”.

Concluiré destacando que, en estas contribuciones clave, Sabato volvió sobre el objetivo de una capacidad científico-técnica propia y explicitó la finalidad humanista de la búsqueda en la que se había comprometido tantos años. Este ideal −expresó− significa poder elegir, con autonomía, la “tecnología que se necesita”, es decir, la que ayuda a “proveer las necesidades básicas de la humanidad y a desarrollar en plenitud todas sus capacidades con los recursos disponibles”, de una manera que no conduzca a la “explotación o sojuzgamiento” de las personas, ni “a la destrucción irreversible de la naturaleza”.

*Profesor del Instituto Balseiro e investigador del Conicet en el Centro Atómico Bariloche. Investigador Adscripto de la Fundación Bariloche


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