Jugando en la niebla
Luego de confirmar las primarias de agosto que el kirchnerismo ya no contaba con la aprobación mayoritaria, muchos dirigentes peronistas procuraron alejarse del gobierno nacional para acercarse al movimiento interno encabezado por Sergio Massa, el hombre que se preveía sería el triunfador principal de las elecciones legislativas de octubre. Así las cosas, sería de suponer que los interesados en la evolución del drama político nacional tomarían la voluntad de Jorge Capitanich de integrar al gobierno como jefe de Gabinete por una señal de que carecía de aspiraciones presidenciales. Sin embargo, de acuerdo común, el gobernador chaqueño ya se ha ubicado en un lugar de privilegio entre los precandidatos, aventajando al bonaerense Daniel Scioli, a pesar de los esfuerzos de éste por congraciarse con los kirchneristas encargándose, con vigor impresionante, de la campaña electoral de Martín Insaurralde. Aunque Scioli mismo y sus partidarios dicen que no les preocupa en absoluto la irrupción de Capitanich en la contienda presidencial que ya está en marcha, el que a juicio de tantos sean incompatibles las ambiciones de los dos hará aún más difícil la relación del gobierno nacional con el de la provincia más importante del país al estimular sospechas de toda clase. Por cierto, si Capitanich avala medidas que perjudiquen a Scioli, algo que en vista de la situación económica que enfrenta el país tendrá que hacer, serán imputadas a su presunto deseo de eliminarlo cuanto antes de la grilla de presidenciables. Nunca ha sido un secreto que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, los integrantes de La Cámpora y los militantes más fervorosos del oficialismo no quieren a Scioli, sentimiento que algunos atribuyen a motivos ideológicos, puesto que ven en él un conservador, cuando no un “neoliberal” que no vacilaría un solo minuto en desmantelar “el modelo” que dicen haber construido, y otros a la convicción de que, en el caso de que llegara a la presidencia de la Nación, no tardaría en despedir a todos los vinculados con el matrimonio santacruceño, comenzando con personajes como el vicegobernador bonaerense Gabriel Mariotto. Durante años la presidenta y sus incondicionales no sólo lo han tratado con desprecio indisimulado sino que también se las han arreglado para causarle un sinfín de dificultades administrativas, privándolo de los recursos financieros que le corresponden y sembrando malestar entre los docentes y otros empleados estatales. No extraña, pues, que se haya difundido la idea de que la decisión de Cristina de hacer de Capitanich el jefe de Gabinete y virtual primer ministro se haya debido en parte al deseo de poner más obstáculos en el camino de Scioli, pero ocurre que, según los familiarizados con la trayectoria del chaqueño, su perfil ideológico es muy similar al de su hipotético rival bonaerense. En otras palabras, encarna cuanto los kirchneristas más vehementes afirman odiar. Con todo, parecería que, por motivos netamente personales, Cristina confía mucho más en la lealtad de Capitanich que en la de Scioli. No se trata de un detalle menor; una vez en el llano, la presidenta actual y sus incondicionales necesitarán contar con un amigo en la Casa Rosada o, por lo menos, con alguien, que podría ser Mauricio Macri, que no se sienta tentado a desquitarse por años de abusos obligándolos a rendir cuentas ante la Justicia. Sea como fuere, sería absurdamente prematuro dar por descontado que Capitanich sabrá aprovechar la oportunidad que le ha tocado para erigirse en una figura capaz de dominar el escenario peronista y por lo tanto nacional. Le aguarda una multitud tan grande de problemas que podría terminar desacreditado, aunque sería de suponer que procuraría minimizar los costos políticos de un eventual fracaso regresando pronto a la gobernación de su provincia natal, alternativa que ha mantenido abierta ya que está de licencia. Mientras tanto, es de prever que Scioli siga como antes, jurando lealtad hacia el kirchnerismo y tolerando pasivamente los ataques con la esperanza de que los bonaerenses achaquen las deficiencias de su gestión a la enemistad patente del gobierno nacional, como en efecto la mayoría ha hecho hasta ahora, lo que, si tiene mucha suerte, le permitiría recuperarse del revés ocasionado por la negativa de Cristina a consagrarlo como su delfín.
Fundado el 1º de mayo de 1912 por Fernando Emilio Rajneri Registro de la Propiedad Intelectual Nº 5.124.965 Director: Julio Rajneri Codirectora: Nélida Rajneri de Gamba Vicedirector: Aleardo F. Laría Rajneri Editor responsable: Ítalo Pisani Es una publicación propiedad de Editorial Río Negro SA – Jueves 28 de noviembre de 2013
Luego de confirmar las primarias de agosto que el kirchnerismo ya no contaba con la aprobación mayoritaria, muchos dirigentes peronistas procuraron alejarse del gobierno nacional para acercarse al movimiento interno encabezado por Sergio Massa, el hombre que se preveía sería el triunfador principal de las elecciones legislativas de octubre. Así las cosas, sería de suponer que los interesados en la evolución del drama político nacional tomarían la voluntad de Jorge Capitanich de integrar al gobierno como jefe de Gabinete por una señal de que carecía de aspiraciones presidenciales. Sin embargo, de acuerdo común, el gobernador chaqueño ya se ha ubicado en un lugar de privilegio entre los precandidatos, aventajando al bonaerense Daniel Scioli, a pesar de los esfuerzos de éste por congraciarse con los kirchneristas encargándose, con vigor impresionante, de la campaña electoral de Martín Insaurralde. Aunque Scioli mismo y sus partidarios dicen que no les preocupa en absoluto la irrupción de Capitanich en la contienda presidencial que ya está en marcha, el que a juicio de tantos sean incompatibles las ambiciones de los dos hará aún más difícil la relación del gobierno nacional con el de la provincia más importante del país al estimular sospechas de toda clase. Por cierto, si Capitanich avala medidas que perjudiquen a Scioli, algo que en vista de la situación económica que enfrenta el país tendrá que hacer, serán imputadas a su presunto deseo de eliminarlo cuanto antes de la grilla de presidenciables. Nunca ha sido un secreto que la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, los integrantes de La Cámpora y los militantes más fervorosos del oficialismo no quieren a Scioli, sentimiento que algunos atribuyen a motivos ideológicos, puesto que ven en él un conservador, cuando no un “neoliberal” que no vacilaría un solo minuto en desmantelar “el modelo” que dicen haber construido, y otros a la convicción de que, en el caso de que llegara a la presidencia de la Nación, no tardaría en despedir a todos los vinculados con el matrimonio santacruceño, comenzando con personajes como el vicegobernador bonaerense Gabriel Mariotto. Durante años la presidenta y sus incondicionales no sólo lo han tratado con desprecio indisimulado sino que también se las han arreglado para causarle un sinfín de dificultades administrativas, privándolo de los recursos financieros que le corresponden y sembrando malestar entre los docentes y otros empleados estatales. No extraña, pues, que se haya difundido la idea de que la decisión de Cristina de hacer de Capitanich el jefe de Gabinete y virtual primer ministro se haya debido en parte al deseo de poner más obstáculos en el camino de Scioli, pero ocurre que, según los familiarizados con la trayectoria del chaqueño, su perfil ideológico es muy similar al de su hipotético rival bonaerense. En otras palabras, encarna cuanto los kirchneristas más vehementes afirman odiar. Con todo, parecería que, por motivos netamente personales, Cristina confía mucho más en la lealtad de Capitanich que en la de Scioli. No se trata de un detalle menor; una vez en el llano, la presidenta actual y sus incondicionales necesitarán contar con un amigo en la Casa Rosada o, por lo menos, con alguien, que podría ser Mauricio Macri, que no se sienta tentado a desquitarse por años de abusos obligándolos a rendir cuentas ante la Justicia. Sea como fuere, sería absurdamente prematuro dar por descontado que Capitanich sabrá aprovechar la oportunidad que le ha tocado para erigirse en una figura capaz de dominar el escenario peronista y por lo tanto nacional. Le aguarda una multitud tan grande de problemas que podría terminar desacreditado, aunque sería de suponer que procuraría minimizar los costos políticos de un eventual fracaso regresando pronto a la gobernación de su provincia natal, alternativa que ha mantenido abierta ya que está de licencia. Mientras tanto, es de prever que Scioli siga como antes, jurando lealtad hacia el kirchnerismo y tolerando pasivamente los ataques con la esperanza de que los bonaerenses achaquen las deficiencias de su gestión a la enemistad patente del gobierno nacional, como en efecto la mayoría ha hecho hasta ahora, lo que, si tiene mucha suerte, le permitiría recuperarse del revés ocasionado por la negativa de Cristina a consagrarlo como su delfín.
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