La atracción irlandesa

La antigua fábrica de cerveza Guinness de Dublin, convertida en un museo de siete pisos con trucos de parque de diversiones, recibe 1.200.000 de visitantes al año que pagan u$s 20 por entrar y 52 por una pinta junto a fanáticos de la birra de todo el mundo.

Christoph Driessen

Uno podría creer que está asistiendo a una cata de vinos. Tan solo llenar el vaso ya es un “momento icónico” para el experto Aaron. Olfatea largamente el vaso lleno, toma un primer trago y lo pasea por toda la boca. Los 16 participantes en la degustación miran la escena respetuosamente. Sin embargo, en el vaso de Aaron no hay algún vino tinto de solera sino una Guinness negra fresca del grifo. Ahora les toca a los participantes imitar a Aaron. “¡No hay que beber a sorbos sino tomar un gran trago!”. La cremosa corona de espuma debe dibujar un bigote sobre el labio. De lo contrario, la Guinness no sirve. El experto lo define así: espuma blanca sobre un alma negra. Y algo muy importante: ¡no se debe soltar el aire hasta después de tragar! La degustación se desarrolla en un bar íntimo en la Guinness Storehouse, la antigua fábrica de cerveza Guinness de Dublin convertida en un museo de siete pisos que cuenta la historia de esta cerveza tradicional irlandesa. Con 1,2 millones de visitantes al año, la Guinness Storehouse es la mayor atracción turística de Irlanda. Los visitantes llegan en caravanas de autobuses. La entrada es cara: 18 euros (20 dólares). La degustación de la cerveza en el bar cuesta la friolera de 46 euros (52 dólares). Y todo ello para fines de publicidad, porque en realidad no es otra cosa. Es un poco descarado hacer autopublicidad sin escrúpulos y encima pedir una buena cantidad de dinero. Para prácticamente cualquier otra empresa, esta estrategia sería un fracaso pero en el caso de Guinness sí funciona, por dos razones: en primer lugar, esta cerveza es el producto de exportación más exitoso de Irlanda y el símbolo de todo un país; en segundo lugar, la publicidad está bastante bien hecha. El museo se encuentra en el centro del histórico complejo cervecero en el barrio de Liberties. Los gruesos muros victorianos ennegrecidos por el hollín atestiguan el poder mercantil de lo que alguna vez fue la mayor fábrica de cerveza del mundo. El museo, cuyo aspecto recuerda más bien a un parque de atracciones, se construyó alrededor de un atrio de cristal con forma de un vaso de Guinness. Paso a paso Con un gran despliegue de recursos se explica el proceso de producción de la cerveza. Por ejemplo, cuando se toca el tema del agua, inmediatamente cae delante de los visitantes toda una cascada. Enormes calderas, barriles y máquinas son presentados como si fuesen esculturas. Las informaciones correspondientes se ofrecen de forma multimedia. La coronación del Museo Guinness es el Gravity Bar, situado en la parte superior del edificio con ventanas circulares, que ofrece una fantástica vista panorámica de toda la ciudad de Dublin hasta el mar de Irlanda. En ese bar, el visitante puede tomar su pinta de cerveza gratis y fácilmente entabla conversación con otros visitantes provenientes de todas partes del mundo. Muchos salen del museo con gruesas bolsas llenas de souvenirs. Gracias a este negocio para el turismo extranjero, el futuro de la marca parece estar asegurado. Su fundador, Arthur Guinness, no esperaba otra cosa: el contrato de arrendamiento de la fábrica de cerveza, firmado en 1759, no expira hasta el año 10759.

Ahora les toca a los participantes imitar a Aaron. “¡No hay que beber a sorbos sino tomar un gran trago!”. La cremosa corona de espuma debe dibujar un bigote sobre el labio. De lo contrario, la Guinness no sirve. El experto lo define así: espuma blanca sobre un alma negra. Y algo muy importante: ¡no se debe soltar el aire hasta después de tragar!.

La degustación se desarrolla en un bar íntimo en la Guinness Storehouse, la antigua fábrica de cerveza Guinness de Dublin convertida en un museo de siete pisos que cuenta la historia de esta cerveza tradicional irlandesa. Con 1,2 millones de visitantes al año, la Guinness Storehouse es la mayor atracción turística de Irlanda. Los visitantes llegan en caravanas de autobuses. La entrada es cara: 18 euros (20 dólares). La degustación de la cerveza en el bar cuesta la friolera de 46 euros (52 dólares). Y todo ello para fines de publicidad, porque en realidad no es otra cosa.

Aspecto exterior de la imponente Guinness Storehouse, que es aun más sorprendente por dentro.

Es un poco descarado hacer autopublicidad sin escrúpulos y encima pedir una buena cantidad de dinero. Para prácticamente cualquier otra empresa, esta estrategia sería un fracaso pero en el caso de Guinness sí funciona, por dos razones: en primer lugar, esta cerveza es el producto de exportación más exitoso de Irlanda y el símbolo de todo un país; en segundo lugar, la publicidad está bastante bien hecha.

Sobre el techo de la Storehouse de Guinness está enclavado el Gravity Bar, punto de encuentro para las degustaciones.

Momento retro: antigua fotografía de carga de barriles en los camiones.

El museo se encuentra en el centro del histórico complejo cervecero en el barrio de Liberties. Los gruesos muros victorianos ennegrecidos por el hollín atestiguan el poder mercantil de lo que alguna vez fue la mayor fábrica de cerveza del mundo. El museo, cuyo aspecto recuerda más bien a un parque de atracciones, se construyó alrededor de un atrio de cristal con forma de un vaso de Guinness.

Lo más esperado: a probar la espuma blanca sobre alma negra.

Paso a paso Con un gran despliegue de recursos se explica el proceso de producción de la cerveza. Por ejemplo, cuando se toca el tema del agua, inmediatamente cae delante de los visitantes toda una cascada.

Enormes calderas, barriles y máquinas son presentados como si fuesen esculturas. Las informaciones correspondientes se ofrecen de forma multimedia. La coronación del Museo Guinness es el Gravity Bar, situado en la parte superior del edificio con ventanas circulares, que ofrece una fantástica vista panorámica de toda la ciudad de Dublin hasta el mar de Irlanda. En ese bar, el visitante puede tomar su pinta de cerveza gratis y fácilmente entabla conversación con otros visitantes provenientes de todas partes del mundo.

Muchos salen del museo con gruesas bolsas llenas de souvenirs. Gracias a este negocio para el turismo extranjero, el futuro de la marca parece estar asegurado. Su fundador, Arthur Guinness, no esperaba otra cosa: el contrato de arrendamiento de la fábrica de cerveza, firmado en 1759, no expira hasta el año 10759.

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